19/09/2025
Una mudanza internacional trae consigo un vacío inesperado: la casa recién alquilada o asignada está casi desnuda. Tiene lo básico, pero falta lo que la hace realmente nuestra: los libros, los juguetes, los objetos que cuentan quiénes somos.
En ese mientras tanto, los pocos objetos que sí viajaron cobran un valor enorme: el libro que siempre te acompaña, la manta que da abrigo, un juguete elegido por tu hij@. No llenan los estantes, pero sostienen la continuidad de lo que somos.
Las familias inventan rutinas en medio de la espera: compartir una comida sencilla en una mesa todavía pelada, reírse del eco de la casa vacía, encender una vela o poner música conocida para darle calidez, improvisar juegos simples con lo que haya a mano. Y también animarse a invitar lo nuevo: comprar flores en la esquina, caminar el barrio, descubrir cómo suena la vida en ese lugar.
En psicoanálisis sabemos que no se trata solo de muebles o pertenencias, sino de lo que simbolizan: continuidad, seguridad, historia. Como dice Marie Rose Moro, migrar exige rearmar un “tejido de sentido” en lo cotidiano. A veces ese tejido empieza con apenas un hilo, pero alcanza para empezar a habitar lo nuevo.
La casa está casi vacía, pero esos pocos objetos y momentos compartidos ya empezaron a armar un hogar. A veces, lo esencial no llena espacios… llena de sentido
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