29/11/2024
A los guardianes del silencio
En las sombras de la historia, donde las palabras no llegan y los aplausos no resuenan, viven los militares, discretos por vocación y resignados por costumbre. Su labor es de esas que no buscan el reconocimiento ni el protagonismo, porque está tejida con los hilos invisibles del deber y la convicción.
Son los guardianes de la patria, siempre presentes, aunque casi nunca recordados; dispuestos, aunque rara vez celebrados.
El uniforme que portan no es solo tela y emblemas; es un juramento silencioso, una declaración de amor inquebrantable al suelo que los vio nacer.
Su lealtad no conoce matices ni condiciones, y su honestidad es un baluarte en un mundo donde las palabras suelen vaciarse de significado.
Mientras otros buscan la luz de los reflectores, ellos encuentran sentido en la discreción, en hacer lo correcto cuando nadie mira, cuando nadie lo exige.
Hay una ilegalidad, casi poética, en su entrega.
No porque rompan leyes, sino porque su nivel de compromiso desafía las reglas no escritas de una sociedad donde todo parece tener un precio.
Ellos son los que no piden nada a cambio, los que dan todo por convicción.
Sirven a una nación que, a menudo, no entiende del todo el sacrificio que implica estar siempre listos, siempre firmes, siempre en segundo plano.
Son dignos, no porque busquen serlo, sino porque no saben ser otra cosa.
En un mundo lleno de dudas, sus principios permanecen como roca en un río turbulento.
Pueden ser infravalorados, ignorados, incluso criticados, pero jamás pierden la brújula del honor.
En cada paso, en cada decisión, se percibe una disciplina que no se impone, sino que se elige; una fuerza que no se basa en el poder, sino en el carácter.
La sociedad, tan rápida para juzgar y tan lenta para reconocer, a menudo olvida que sobre sus hombros descansa una paz que parece dada por sentado.
Pero ahí están ellos, listos para actuar cuando haga falta, para defender lo que muchos ni siquiera saben que tienen.
Resignados, sí, porque saben que su labor no es entendida ni aplaudía, pero disciplinados, porque la satisfacción del deber cumplido es recompensa suficiente.
Son una contradicción hermosa: humildes, pero imprescindibles; invisibles, pero insustituibles.
A ustedes, militares, que encuentran gloria en el anonimato y fuerza en el servicio, les dedicamos este pensamiento.
Porque su amor por la patria, su buena fe y su lealtad nos recuerdan que todavía existen valores que no se negocian, principios que no se venden y almas que no se rinden.
Gracias por ser, en un mundo ruidoso, los guardianes del silencio.