15/10/2025
Imagínate por un momento recibir una invitación especial, escrita a mano, con tu nombre, sellada con amor y enviada desde el cielo. Esa es exactamente la invitación que Dios nos ha hecho: la de sentarnos a Su mesa. No cualquier mesa, sino la del Reino, donde no falta nada, donde hay pan para el alma y gozo que no se agota.
A veces, nos sentimos indignos de ocupar un lugar ahí. Pensamos: “¿Yo? ¿Con mis errores, mis caídas, mis dudas?” Pero Colosenses nos recuerda que el Padre mismo nos ha capacitado. No fuimos nosotros quienes nos hicimos dignos, fue Su gracia la que nos limpió, Su amor el que nos preparó un asiento.
En nuestra vida diaria, muchos vivimos corriendo, buscando aceptación en trabajos, relaciones o redes sociales, tratando de sentirnos “suficientes”. Pero mientras el mundo nos exige rendimiento, Dios nos ofrece descanso. Mientras el mundo nos compara, Él nos invita a compartir Su mesa, sin condiciones, sin filtros.
No necesitas ser perfecto para acercarte. Necesitas tener hambre… hambre de Su presencia, de Su verdad, de Su amor. Él no te pide que llegues con manos llenas, sino con el corazón abierto. Y allí, en Su mesa, recordarás que no estás solo, que tienes familia, propósito y herencia en el Reino de la Luz.
Hoy, el cielo te envía una invitación personal. No para exigirte nada, sino para compartirlo todo contigo. La mesa está servida, el lugar tiene tu nombre y el Padre te espera con una sonrisa. No llegues tarde… porque cada día es una nueva oportunidad para disfrutar de Su compañía.