16/11/2025
Si Freud fuera de Guatemala, no habría escrito La interpretación de los sueños… la habría contado en una sobremesa, con pan dulce y café del de olla.
Diría: “Mirá vos, el inconsciente es como el gallo Claudio del pueblo: grita en la madrugada, pero nadie le entiende lo que dice.”
Y entre risas, todos lo escucharían, sin saber que el viejo está describiendo la estructura del alma humana entre panes y volcanes.
Su consultorio no estaría en Viena, sino en una casa antigua de la zona 1, con muebles de madera oscura y olor a copal.
El diván sería una hamaca, y los pacientes llegarían diciendo: “Doctor, fíjese que soñé con mi abuela vendiendo tamales.”
Y él, sin perder la calma, respondería: “Ajá… simbolismo del arquetipo materno y el deseo reprimido de prosperidad. Pero contame, ¿qué tal estaba el tamal?”
A veces iría al parque central solo a observar a la gente.
Diría que Guatemala es el laboratorio perfecto del alma:
donde la represión convive con la risa, y el trauma se cura con un chiste.
“Somos un país donde el inconsciente no duerme, solo se hace el bolo,” escribiría.
Y cuando le preguntaran por la histeria, señalaría el tráfico y diría: “Ahí está, en hora pico.”
El Freud chapín inventaría su propia escuela: el Psicoanálisis Tropical.
En lugar de charlas frías y silenciosas, sus sesiones tendrían marimba de fondo y olor a atol de elote.
Y cuando el paciente dijera “no sé qué me pasa, doctor”, él contestaría:
“Le pasa lo que a todos: quiere amor, pero se defiende como si fuera guerra civil.”
Una noche, frente al Volcán de Agua, escribiría su frase más famosa, pero en versión guatemalteca:
“El inconsciente es como un volcán dormido: tarde o temprano, explota… y siempre con ceniza de familia.”
Y en lugar de analizar sueños europeos, estudiaría los de los pueblos, donde los mu***os hablan y los santos lloran, porque ahí, diría, el inconsciente no se esconde: se viste de milagro.
Y cuando le pregunten qué piensa de la felicidad, Freud el guatemalteco encendería un cigarro, miraría el cielo nublado y diría:
“La felicidad, patojo, es como el quetzal: hermosa, pero si la querés tener encerrada, se muere.”