15/10/2025
“La historia de Lucianita”
Lucianita tenía 4 años y una sonrisa que llenaba el consultorio. Su mamá, doña Mariela, siempre venía con ella, amorosa, cuidadosa, pero convencida de algo:
“Doctora, no quiero que la vacunen. Esas cosas enferman más que curan.”
Yo traté de explicarle con calma, como siempre hacemos: que las vacunas no solo protegen a su hija, sino también a otros niños, que las enfermedades que parecen del pasado siguen ahí, esperando una oportunidad.
Pero ella me miró con firmeza y dijo:
“No quiero que experimenten con mi hija. Ustedes los médicos ya no piensan, solo obedecen.”
Salió molesta. Me dolió, pero la entendí. Hay tanto miedo allá afuera… tanta desinformación disfrazada de verdad.
Pasaron unos meses. Una madrugada llegó a emergencias una niña con fiebre alta, el cuello inflamado y dificultad para respirar. Era Lucianita. Su mamá, desesperada, lloraba y gritaba:
“¡Ayúdenla doctora, no puede respirar!”
Cuando la vi, entendí enseguida. Una membrana gris cubría su garganta. El olor era inconfundible.
Difteria.
Una palabra que pensábamos ya no íbamos a volver a pronunciar.
Intentamos todo. Medicamentos, oxígeno, maniobras… pero la obstrucción fue demasiado rápida. La pequeña no resistió.
El silencio después fue insoportable.
Días después, doña Mariela regresó. Con los ojos vacíos, me dijo apenas un susurro:
“Si hubiera sabido, doctora… si alguien me hubiera hecho entender.”
Yo no supe qué decir. Porque sí se lo dijimos. Pero allá afuera hay voces más fuertes, que suenan convincentes, que prometen “naturalidad” sin mostrar las consecuencias.
Lucianita ya no está.
Pero su historia debería quedar para recordarnos algo:
Las vacunas no son imposiciones. Son regalos. Son el esfuerzo de miles de personas que lucharon para que ningún niño volviera a morir por enfermedades prevenibles.