13/12/2024
Hace unos días les dije a Ma Ale, JuanFe y Yuri (una amiga de ellos que está visitándonos) que hoy iríamos al mar. Les expliqué que debía ser temprano para que no hubiera olas además para facilitar todo la playa no podía ser otra que tenemos a una cuadra de casa.
Llegamos incluso antes de la hora acordada y ya el Caribe tenía oleaje, nada grave pero para una madre como yo fue muy difícil no decir: “mejor vemos una película y a las 10 bajamos a la piscina”, tuve la frase en la punta de la lengua pero no quería faltar a la promesa que les había hecho a ellos hacía unos días ni a la que alguna vez me había hecho a mi: criar a mis hijos de la manera más valiente posible, además si he dicho en mis charlas sobre neurodesarrollo que el cerebro es propiedad de los seres que se mueven entonces: ¿Por qué yo iba a imponerles quietud a los seres que salieron de mi vientre?.
Nos quitamos la ropa, les tomé un par de fotos y pa dentro, (en casa nos habíamos aplicado el bloqueador). Admito que tenía miedo aunque sabía bien que no había un peligro inminente pero el mar no deja de ser el mar y yo no dejo de ser yo, a pesar de eso los cuatro hicimos frente ellos a las olas y yo además al ruido de mi cabeza que se fue apagando al verlos vivir la felicidad que dan los elementos de la naturaleza, con tanta gracia y valentía mis niños y su amiga cazaron, esquivaron, saltaron, surfearon las olas que yo ya no solo los miraba para tener completo control de su seguridad sino para grabar para siempre en mi hipocampo esas horas de absoluta alegría y arte corporal, claro está no tengo registro fotográfico porque un celular en la mano siempre distrae y esta madre no podía distraerse además tantas horas de ejercicio físico y mental han convertido a mi cerebro es un buen lugar para guardar recuerdos, para atesorar lo más valioso que tengo: el tiempo que comparto con mis pelaitos.
Algunas horas después de haber cabalgado el Caribe, crear castillos, fosos, puentes y hacer lettering en la arena iba esta adulta con tres niños de vuelta a casa, tres niños que no paraba de reír y comentar las aventuras que habían vivido.
Ahora en vacaciones en la medida en que les sea posible permítanse el tiempo y el espacio de disfrutar a sus crías y de dejarles disfrutar a ellas la elemental satisfacción de explorar y vivir el mundo que les rodea.