23/12/2025
Desde hace algún tiempo me he dedicado a leer y a sumergirme profundamente en la vida de Don Ricardo Jiménez Oreamuno, figura excepcional de nuestra historia nacional. Como bien sabemos, fue el único costarricense que ocupó en tres ocasiones la Presidencia de la República, y además ejerció como Presidente del Poder Judicial y Presidente de la Asamblea Legislativa, algo verdaderamente extraordinario.
Sin embargo, más allá de su brillante trayectoria política e institucional, me interesa de manera muy especial la historia de su primera esposa, Doña Beatriz Zamora López, una mujer que ha sido injustamente recordada y que ha pasado a la historia bajo el apodo cruel y despectivo de “La Cucaracha”. Peor aún, durante décadas se ha repetido una leyenda verdaderamente horrorosa, en la que se le acusa de haberse dedicado a una profesión muy cuestionada por decirlo de alguna forma.
Yo sostengo una tesis completamente distinta sobre Doña Beatriz, aunque ese no es el tema central de esta publicación. En esta ocasión, deseo compartir una frase genial de Don Ricardo, tan atinada y lapidaria, que parece escrita para los tiempos que hoy vivimos.
La frase proviene de un libro maravilloso que encontré, publicado por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, del escritor Jorge Umaña Vargas. No está de más recordar que Don Ricardo, además de todo lo anterior, fue también Embajador y ejerció como Canciller de la República en dos ocasiones, lo que confirma la amplitud de su servicio al país.
Aquí les dejo esa reflexión, y más adelante regresaré con la historia de Doña Beatriz Zamora López, para abordar con mayor profundidad esa injusta y oscura narrativa con la que muchas personas se han dedicado a desprestigiarla durante décadas.