23/07/2025
El otro día escuché a alguien decir que se arrepentía de haber tenido hijos.
Que era demasiado sacrificio, que se pierde calidad de vida.
Y me removió.
Porque sí… tener hijos cambia todo.
Te obliga a dejar cosas atrás:
el silencio a tu antojo, los planes improvisados,
el descanso pleno,
la libertad de pensar solo en ti.
Y sin embargo…
cada vez que lo pienso,
cada vez que lo siento,
sé que no cambiaría esta decisión por nada del mundo.
Hace unos días fue el cumpleaños de Soraya,
mi hija pequeña.
Y no pude escribir esto entonces,
pero lo traigo ahora,
porque lo que siento no entiende de fechas.
Ella, junto con Ainara,
es una de las decisiones más verdaderas de mi vida.
No siempre es fácil.
No siempre es dulce.
Pero siempre, siempre, es profundo.
Hay una forma de plenitud que solo conozco desde que ellas existen.
Una felicidad que no es euforia,
sino satisfacción callada:
la de sentir que hago lo que debo,
aunque a veces me equivoque.
La de saber que cada noche,
cuando creo que duermen,
mi cuerpo se relaja,
y una sonrisa se cuela,
como quien sabe
que ha sembrado algo valioso.
Hoy no es su cumpleaños.
Pero la celebro igual.
Porque cada día que la tengo,
que la escucho, que la abrazo,
es motivo para dar gracias.
Gracias, hija.
Por elegirme.
Por mostrarme lo que es amar de forma tan pura.
Por recordarme que, aunque se pierdan cosas…
hay otras que no cambiaría por ninguna libertad.