Teorías de la Personalidad

Teorías de la Personalidad ¿Quieres saber más sobre Personalidad? Ahora todas las teorías de las tres grandes escuelas: psicoanalítica, conductista y humanista en formato electrónico.

Esta página de facebook está dirigida a compartir artículos, comentarios y anécdotas relacionadas con la psicología en general y en especial en la psicoterapia y psiquiatría. Es el medio de presentar el Manual de "Teorías de la Personalidad", un libro en formato electrónico compatible con todos los dispositivos de lectura, incluyendo Kindle, iPhone, iPad, PC, Mac, etc., dirigido a estudiantes de psicología, residentes de psiquiatría y a todo aquel interesado en conocer de manera asequible y organizada a los principales protagonistas de las más importantes teorías sobre personalidad del siglo XX. El lector podrá conocer la biografía, el cuerpo teórico y discusiones sobre las mismas de más de 20 pensadores -entre ellos, Sigmund Freud, Hans Eysenck, Carl Rogers y Viktor Frankl- compilados según las tres grandes Escuelas: Psicoanalítica, Conductista y Humanista. "Teorías de la Personalidad" supone un acercamiento básico a la lectura de las grandes y extensas obras por medio de un lenguaje entretenido, libre de tecnicismos y muy próximo, pleno de ejemplos de la práctica clínica y vida cotidiana de los autores de este libro, con el fin último de que el lector pueda implicarse e identificarse con las diversas corrientes, buscando similitudes y diferencias; en definitiva, instándole a que elabore sus propias reflexiones y conclusiones.

3 años consecutivos con la valoración máxima de los pacientes. Mil gracias a todos!
22/08/2024

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02/02/2024

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02/02/2024

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Formación continuada breveDiferencias entre los síntomas obsesivos y fóbicos En términos generales, los síntomas obsesiv...
01/02/2023

Formación continuada breve
Diferencias entre los síntomas obsesivos y fóbicos

En términos generales, los síntomas obsesivos y fóbicos son categorías de trastornos psicológicos que presentan características distintas.

Los síntomas obsesivos son pensamientos repetitivos e intrusivos que causan ansiedad y preocupación. Estos pensamientos pueden ser sobre temas variados, como la higiene, la seguridad o la perfección, y a menudo se acompañan de comportamientos repetitivos o rituales para aliviar la ansiedad asociada con ellos.

Por otro lado, las fobias son miedos irracionales y exagerados a objetos o situaciones específicas, como animales, alturas o lugares públicos. Estos miedos pueden causar una respuesta de ansiedad intensa y evitación de la situación temida.

En resumen, los síntomas obsesivos son pensamientos repetitivos y ansiosos, mientras que las fobias son miedos exagerados y evitación de situaciones específicas.

Formación ContinuaNotas BrevesTipos de narcisismoExisten varios tipos de narcisismo, pero los dos principales son el nar...
22/01/2023

Formación Continua
Notas Breves

Tipos de narcisismo

Existen varios tipos de narcisismo, pero los dos principales son el narcisismo grandioso y el narcisismo vulnerable.

El narcisismo grandioso se caracteriza por una excesiva confianza en uno mismo, una necesidad constante de atención y admiración, y una falta de empatía hacia los demás. Las personas con narcisismo grandioso suelen ser arrogantes, engreídas y manipuladoras.

El narcisismo vulnerable, por otro lado, se caracteriza por una autoestima baja, una sensación constante de insuficiencia y una necesidad constante de validación y aprobación. A menudo, las personas con narcisismo vulnerable sufren de inseguridades y pueden ser muy sensibles a las críticas.

Es importante tener en cuenta que el narcisismo puede manifestarse de diferentes maneras y puede variar en intensidad. Además, algunas personas pueden presentar características de ambos tipos de narcisismo.

Series en Psicoterapia: Asumir la muerte cuando llega a destiempo: paciente y terapeuta unidos.En nuestra sociedad, la m...
05/06/2022

Series en Psicoterapia: Asumir la muerte cuando llega a destiempo: paciente y terapeuta unidos.

En nuestra sociedad, la muerte es la parte de la vida que nadie quiere afrontar. Basta con que miremos a nuestro alrededor y nos detengamos ante la inmensidad de mensajes directos y subliminales con los que nuestro medio nos bombardea una y otra vez, impulsando la vida eterna.
Pero, la sociedad no es del todo culpable de la situación. Desde los albores de la humanidad, el hombre ha evitado el enfrentamiento con la muerte por imperativo biológico, al igual que todos los demás seres vivos. La conservación de la especie adquiere sentido cuando el ser vivo se encuentra en peligro de extinción, pero no sólo como especie, sino incluso como individuo.
Sin embargo, el afrontamiento de la muerte tiene también sus particularidades que establecen reglas de excepción: un grupo de roedores salvajes de Irlanda del Norte, en casos de superpoblación y escasez de alimentos, procede a suicidarse lanzándose desde lo alto de un acantilado para mantener vivo al resto del grupo.
Pero, en el ser humano, la tendencia suicida es percibida como un acto patológico, salvo en aquellas ocasiones donde el castigo penal impone su criterio legal de terminación de la vida y en otras cuando el elemento moral establece a través de la eutanasia a la ejecución de la muerte digna.
Y es precisamente en esta última acepción donde los profesionales de salud mental tenemos ante nosotros una de las tareas más complejas e individuales de nuestra práctica, independientemente de que la persona en cuestión decida (o decidan otros por él) la finalización de su vida.
Debemos, ante todo, considerar que en casos de muerte inminente, existen dos espacios muy claros de trabajo: el paciente y sus familiares, pues ambos necesitan de atenciones particulares.
Recordamos aquellas interconsultas hospitalarias con la planta de oncología, donde como psiquiatras debíamos enfrentarnos a pacientes con patologías cancerígenas graves personales...y a sus familiares. Una de las cuestiones más importantes a tomar en cuenta en el trato con estos pacientes es la determinación del grado de conocimiento y consciencia de la enfermedad por parte del paciente, así como su libertad individual a decidir sobre la misma en términos terapéuticos y de pronóstico. En ocasiones, los pacientes no son conscientes de su estado, debido a un deterioro cognitivo que les impide tomar decisiones con respecto a su enfermedad y por tanto a su vida, lo que legalmente supone toda una gama de trámites que incluyen a un juez y probablemente a otros profesionales de la salud junto a familiares de primer orden.
Pero, en el caso de que los pacientes sean conscientes, es prioritario evaluar, como decíamos, cuál es el parecer del paciente ante su enfermedad y ante la muerte.
Es relevante señalar aquí que en muchas ocasiones nos hallamos ante el conflicto directo determinado por un diagnóstico de depresión asociado que es cuanto menos, dadas las circunstancias, debatible. Una persona con un cáncer terminal ESTÁ necesariamente deprimido, al márgen de consideraciones diagnósticas por razones obvias. Otra cuestión es si ese paciente tiene antecedentes de enfermedad depresiva...e incluso aquí, sigue siendo cuestionable.
Según nuestra experiencia, aunque nuestra sociedad evite hablar naturalmente sobre la muerte y se muestre proclive al alargamiento de la vida hasta límites insospechados, incluyendo su impronta en la ciencia médica, la mayoría de los pacientes saben o al menos sospechan que van a morir.
Estas sospechas deben ser exploradas y por tanto, exteriorizadas con nuestra ayuda, y siempre con la máxima sinceridad y honestidad. A través de la empatía, debemos unirnos al sufrimiento del paciente y desde esta postura, lograr que el mismo exprese libremente sus angustias y miedos. A pesar de que todo enfrentamiento con la muerte conlleva un proceso en fases más o menos claras (negación, aislamiento, angustia, aceptación) muy bien conocidas, no debemos contentarnos con aceptar el momento evolutivo del proceso sin mover ápice. El paciente necesita consuelo y tranquilidad, así como reflexión para enfrentarse a esos momentos que culminarán con su fallecimiento.
En medicina paliativa, resulta especialmente necesario que el sujeto afronte la enfermedad con el menor dolor posible, pero también con la mayor consciencia y alerta, a menos que por deseo expreso del mismo, prefiera el camino del desconocimiento; esta postura también es respetable.
Pero, ante aquellos que son plenamente conscientes de su estado, es nuestro deber transmitirles la mayor de las confianzas y aclaraciones, todas encaminadas a que finalmente el paciente pueda “poner en órden” cuestiones importantes para él y sus allegados; es tiempo de reconciliaciones, aclaraciones, disculpas, demostraciones de afecto y enfados y regularizaciones de temas personales pendientes en aspectos económicos y sociales.
Y nosotros como terapeutas, debemos participar de forma activa cuando nos lo pida el paciente en este proceso y de manera pasiva pero de observación cuidadosa cuando es necesario que estemos al márgen.
Recordemos pues, que el paciente SABE que se está muriendo y debemos ayudarle a expresarlo y a manifestarlo. La necesidad viene dada por la dificultad de asumir la soledad y la incertidumbre ante lo desconocido e incluso ante la no-existencia y siempre será menos angustiante si se comparte esa dificultad. Además, ese antiguo (diríamos antropológico) temor a la separación en nuestra especie alimentado por nuestra sociedad prometedora de eternidad, añade más angustia al propio hecho de la desaparición definitiva.
Resulta especialmente importante destacar que en aquellos pacientes religiosos donde parte de esa angustia es calmada con la promesa de la eternidad a través de una vida en el Cielo, reencarnado en otro ser vivo o convertido en alma que vaga por paraísos alternativos, nuestra compañía y terapéutica sigue siendo justificada, siempre orientada en estos casos al ordenamiento y sosiego de las ideas y las emociones subsecuentes del estado crítico.
Por tanto, en resumen, nuestro papel terapéutico es el de acompañar, dilucidar junto al paciente las dudas, temores, creencias y angustias que le dificultan la aceptación de su estado, siempre y cuando, él quiera y en caso de no poder decidir por sí mismo, de sus familiares con un cuidadoso estudio de los antecedentes personales y familiares.
Recordamos a un querido amigo, fallecido muy joven a causa de un tumor maligno cerebral, que se despidió de todos de forma plácida y libre de angustias, aceptando plenamente su estado y su finalización. Este es el punto al que queremos llegar.
A partir de este manejo, también nosotros, como humildes humanos, debemos considerar nuestro propio duelo y nuestras propias concepciones sobre la separación y la muerte, asumiendo nuestras limitaciones y la soledad. Una vez logrado este estado personal y profesional, nos sentiremos más capaces de lidiar con situaciones tan emocionalmente difíciles como las relacionadas con la muerte inminente.

05/06/2022

OPINIÓN DE LA SEMANA: los estados psicológicos del terapeuta.

Si ya de por sí es tarea necesaria el cuestionamiento personal, o al menos acercarnos a tener claro por qué escogimos esta profesión, todos los terapeutas independientemente de su perfil ideológico y de ejercicio debemos ser responsables de reflexionar sobre nuestros por qué y nuestros sentimientos.
Se trata de que seamos maduros para afrontar los diversos estados emocionales que sentimos a lo largo de nuestra vida profesional, de manera que sea beneficioso para todas las partes envueltas en el proceso terapéutico, esto es, terapeuta y paciente.
Si al principio de nuestra formación y con nuestros primeros pacientes adolecemos de un cierto optimismo “endiosado” que raya en el narcisismo patológico, con una visión sesgada y omnipotente de la verdad de la salud, del conocimiento de una delimitación clara entre lo patológico y lo normal, del aprendizaje y aplicación de sistemas de clasificación diagnóstica a ultranza y de la “obsesivización” de los “timings” y encuadres terapéuticos, la madurez psicoterapéutica tiende a una relativización de conceptos y encuadres que nos permite enfrentarnos con mayor certeza y diversidad ante las problemáticas sanitarias de nuestros pacientes.
Cada vez somos más flexibles y abordamos la terapia con menos reglas estrictas, dando paso a una relación mucho más cercana, a la vez que siendo más precisos en nuestras intervenciones de manera más adecuada a los intereses y necesidades del otro, más que a los propios. Por tanto, podríamos decir que nos hacemos “menos narcisistas” y nos tornamos más “humanistas”.
Los estados psicológicos por los pasamos me recuerdan esos estadios del desarrollo de Adler o de Rogers que hablan de un ser muy abstraído en su mundo a un ser del mundo en sus distinats etapas del desarrollo con sus propias potencialidades. Nos dirigimos de estar ensimismados a casi dependientes, entendiendo dependencia como elemento relacional sano dentro de la especie humana, por cierto, la más dependiente de todos los mamíferos y probablemente de cualquier especie animal conocida.
Por estas reflexiones, nos preguntamos con qué realmente estamos tratando cuando se nos presenta un paciente diciéndonos que es “muy dependiente de los demás”...Es absolutamente necesario que consideremos que debemos transmitir que el logro de un proceso terapéutico no es la independencia, pues tal espacio es inexistente, sino la autonomía y como tal, ser autónomo no es no depender. Es, por imperativo sociobiológico depender; poder ofrecer desde la creencia en nuestras posibilidades y recursos, a la par que límites, hacia dónde queremos ir y desarrollarnos en los dintintos planos de la vida para así dar al otro, dependiendo de él.
Dicho esto a modo de ejemplo, debemos ser conscientes siempre de nuestros momentos psicológicos, así como de nuestros estado emocionales, que variarán como es obvio, a lo largo del proceso terapéutico con el paciente y a través de toda la vida en sus diversas fases. De la misma forma en que cambiamos en tono vital desde una banalización fantasiosa de la vida a una cierta introspección realista de lo que somos y no somos a lo largo de los años, de forma más concentrada en el proceso terapéutico, también experimentamos cambios en nuestros estados emocionales.
En este último, dichos cambios ocurren con frecuencia por lo siguiente:
-Elementos externos: provocados por el paciente y la relación establecida con él.
-Elementos internos: causados por los propios cambios vivenciales del terapeuta y sus vicisitudes, así como los mecanismos personales de afrontamiento a los estímulos del paciente.
Por tanto, y en resumen, debemos ser plenamente conscientes de nuestros estados emocionales y psicológicos en el proceso terapéutico, de forma que podamos identificar aquellos estados dentro de la comunicación terapéutica que están incidiendo en la relación entre el paciente y yo.
A veces, por ejemplo, la constatación de un estado pseudodepresivo en nosotros provoca que estemos más abiertos y permeables a una mejor escucha de un estado depresivo en nuestro paciente;
en ocasiones, un estado especialmente alegre nos permite identificar un estado maníaco con mayor facilidad y simplemente hay estados de tranquilidad y sosiego interno que nos permite aislarnos del proceso, perjudicando en ocasiones la tan deseada y necesaria escucha terapéutica (atención).
Por tanto, dispensemos un buen tiempo y espacio para preguntarnos nuestros estados. Al identificarlos, siempre seremos más capaces y estaremos más alertas ante las demandas y necesidades terapéuticas de nuestros pacientes.

No te quedes sin tu Manual de Teorías de la Personalidad estas Navidades. Todas las teorías de los grandes teóricos y cl...
08/12/2021

No te quedes sin tu Manual de Teorías de la Personalidad estas Navidades. Todas las teorías de los grandes teóricos y clínicos en las tres vertientes psicológicas: psicoanálisis, conductismo y humanismo. Descarga ya tu Manual.

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15/07/2021

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01/07/2021

Las gallinas y los huevos

Sinopsis: Rafael Gautier reflexiona sobre la integración de la ciencia médica y la psicoterapia usando un caso clínico como referencia.
Synopsis: Rafael Gautier presents a dissertation about the integration of clinical science and psychotherapy using a clinical case as a reference.

María entra en consulta después de ser derivada por medicina interna del hospital donde estoy realizando mi tercer año de residencia en psiquiatría. Su cuerpo encorvado y su mirada triste delatan la carga del tiempo sin un diagnóstico preciso y menos de un tratamiento eficaz.
Como tantos pacientes derivados de otras especialidades, nuestro departamento se convierte en el cajón de sastre de todas aquellas patologías cuyo origen o causa es desconocida para los demás profesionales, como si las enfermedades que no tienen procedencia física demostrable pertenecieran al misterio de lo “mental”. Infinidad de pruebas y test sobre el trastorno de María se resumen en un único informe que sentencia lo idiopático del proceso.
Cuando invito a María a sentarse frente a mí, camina despacio y noto cierto temblor en su brazo izquierdo, así como un ligero movimiento arrítmico de su cabeza, recordándome un proceso tipo Parkinson. A pesar de sus 37 años, la paciente parece de 50. Con voz cansada me relata su periplo por todas las consultas del hospital desde hace siete meses, cuando empezó con dolores de cabeza generalizados y ánimo depresivo a raíz de su separación matrimonial y su pérdida de trabajo subsiguiente. Solicitó una cita con su médico de familia, quien derivó a un especialista en medicina interna.
La dosis de un antidepresivo tricíclico fue instaurada de forma progresiva a raíz de un diagnóstico de depresión reactiva a su situación vivencial. En mi consulta, aunque María refiere estar un poco mejor de ánimos, dice que ahora tiene mucha ansiedad y cambios de humor. Le resulta difícil llevar la soledad y su separación marital y de su familia de origen, establecida desde hace tiempo en una ciudad lejana.
Finalmente, en el departamento mencionado le recomendaron acudir a psiquiatría porque las pruebas que le han hecho no revelan ninguna patología orgánica. Acuerdo con la paciente el mantenimiento de la medicación y la asociación con un ansiolítico de forma que podamos controlar mejor la ansiedad. Le invito a que nos veamos la siguiente semana.

Cuando vi a María por primera vez, el boom de los antidepresivos tricíclicos empezaba a declinar en pro de unos nuevos estabilizadores del ánimo que prometían el milagro deseado con pocos efectos secundarios: los inhibidores de la recaptación de la serotonina, encabezados por la fluoxetina y su gran campaña de marketing, parecían poco menos que los medicamentos de elección para todos los trastornos del ánimo. Me hice a la idea de que si esta mujer no mejoraba ante los tricíclicos, le mandaría a tomar la píldora de la felicidad y del sosiego, imbuido en mi ingenuidad de médico residente.
Las siguientes consultas con María fueron de búsqueda incesante de las particularidades de su separación afectiva, de su apego, de su capacidad para lidiar con la culpa y frustración, rabia y tristeza. Su biografía no reveló más problemas que los que nos llevan a cualquier consulta psicoterapéutica o nos instan a estudiarla: celos, envidias, narcisismos, competencias, sexualidad reprimida, orgullos, “Edipos” y apegos.
Su estado no mejoró. Más bien, empeoró. Se añadió una mayor irritabilidad. Su ansiedad aumentó, al mismo tiempo que su inestabilidad corporal y sus temblores, en esos momentos considerados como elementos conversivos de una personalidad histérica. Cuando entraba en consulta, parecía temblar más y su voz empezaba a hacerse entrecortada. Su relación conmigo era buena, afable y cooperadora y tenía un buen grado de introspección. Ante la tórpida evolución durante 18 sesiones, envié a la paciente a que se realizara un escáner cerebral inducido por una contratransferencia investida de identidad valorada en mi cualidad médica, como forma de manejar la sensación de inferioridad de mi ignorancia profesional ante la tórpida evolución del caso.
El informe del radiólogo me aplastó la poca confianza que había logrado con el acto médico frente a María: tumor de tamaño medio en zona fronto-temporal a investigar de forma urgente en neurocirugía.
La frustración dio paso a un sentimiento ambivalente: de una parte sentía rabia por no haber considerado antes una patología orgánica, dejándome llevar por la confianza en un informe multidisciplinar y de otra, la satisfacción de haber atajado a tiempo un proceso de salud grave que felizmente resultó en la recuperación plena de la salud de María.
Esta vivencia profesional fue el detonante de una serie de reflexiones que, tanto en mi Blog como en algunos artículos de opinión en redes sociales, intentan trasladar mi preocupación por dos problemas fundamentales cuando nos enfrentamos a la difícil tarea diagnóstica y terapéutica de las enfermedades mentales y emocionales. Uno de ellos podría considerarse derivado del temor de la histórica exclusión científica de la psicología y de la psicoterapia como arsenal terapéutico y otro, aunque estrechamente relacionado con el anterior, el de la diversificación de especialidades dentro de la ciencia médica y no menos en la propia psicoterapia. Pero, esta reflexión corresponde a otra disertación mucho más amplia y detenida.
Unidas en fondo y enfrentadas en nomenclatura, la psicología clínica y la psiquiatría siempre se han visto ambivalentes entre sí, necesitándose una a la otra, al tiempo que rechazándose, argumentándose su pertenencia o no al ámbito científico.
Cierto es que a medida que va pasando el tiempo, la psicología se va perfilando como ciencia en términos de su constante búsqueda de validación, pero así mismo, cada vez se aleja más de la psiquiatría, que igualmente, no cesa en su empeño de demostrar su pertenencia a la medicina pura, siendo cada vez más biologicista. Aunque, bien pudiéramos decir que al final, parecen más cercanas que nunca…en lo científico.
Lamentablemente, este debate constante repercute en la atención a los pacientes aquejados de trastornos susceptibles de ser tratados en la combinación integral de una visión biopsicosocial que envuelva desde la medicina en su tendencia más naturalista, hasta la psicología en su vertiente más filosófico-espiritual si se quiere. Porque otrora los griegos nos hablaron de cuerpo/mente como ente integrado e interdependiente, no es posible que en la actualidad estemos cada vez más especializados y por tanto, tan diferenciados en nuestra visión de enfermedad, ya sea desde un punto de vista médico como psicológico, resultando en espacios separados y sin integración, salvo por un cierto devenir determinista.
Además, una cuestión interesante de este momento sociológico occidental mercantilista es que el sujeto enfermo necesita la supresión drástica e inmediata del sufrimiento sea cual sea su origen. En este sentido, el hedonismo extremo impulsado y sostenido por un sistema político, social y cultural, busca la satisfacción y placer inmediatos con el mínimo esfuerzo y paciencia, ya sea con medicación (terapéutica psiquiátrica biologicista) o con psicoterapia breve (terapéutica cognitivo conductual centrada en objetivos y muy limitada en el tiempo). Por tanto, no hay lugar para la espera y la reflexión.
Al conocer el trastorno orgánico que padecía María, en ese preciso momento, la división y tendencia partidista hacia la especialización medicalizada se dio de bruces con una realidad que nos enseña una y otra vez la necesidad imperiosa de una integración de las partes y la interconexión entre síntomas y signos en la enfermedad. Evidentemente, un psicólogo no es médico, (y no digamos de esos nuevos emergentes profesionales llamados “couchers” que empañan el panorama) y por supuesto no pedimos que lo sean, pero nos preguntamos si las nociones básicas de trastornos de origen orgánico del sistema nervioso central al menos son estudiadas y en se toman en cuenta como educación continua por nuestros colegas. Más aún, los que nos dedicamos a la psicoterapia dentro de la psiquiatría, estamos obligados a ser conocedores de aquellos trastornos que pueden ser consecuencia de elementos fisiopatológicos e incluso pueden estar cohabitando con otros trastornos médicos, potenciándose mutuamente.
En resumen, resulta ineludible que cualquier profesional dedicado a la psicoterapia clínica, sin importar su tendencia o predilección teórica de base, conozca llana o plenamente aquellas enfermedades neurobiológicas posibles de producir, sostener y/o encubrir trastornos psiquiátricos, para que los casos como el de María sean mucho menos frecuentes de lo que son.

Volví a ver a María siete días después de su intervención neuroquirúrgica. Aún postrada en cama, esbozó una sonrisa al verme que me caló hasta los huesos. Mis primeras palabras tras estrecharle la mano derecha fueron de satisfacción porque tanto su intervención como los resultados preliminares de la biopsia del tumor habían sido prometedores. Su cabeza apenas temblada y su voz era baja pero mantenida, aunque la mejoría de aquellos síntomas previos a su cirugía se debiera a una sedación común en el postoperatorio de este tipo de intervenciones. Me pidió amablemente que me acercara a su lado. Acomodé una silla de visitas y me senté junto a ella.
-La verdad, creo que todo va bien. Siento menos presión en la cabeza, pero estoy un poco mareada. Ya me levanto un poco y camino…tiemblo menos.
-No se preocupe. Ya veo que va muy bien. Muy pronto, si todo sigue así, se irá a casa.
-Ay, a casa…Bueno, sólo espero que nos veamos otra vez. Creo que me ha ayudado verle, porque aunque tuviera este tumor, tengo la sensación de que mi tristeza y mi angustia no estaban relacionadas con ello…hay muchas cosas de mi vida que me preocupan y necesito trabajarlas.

María no volvió a consulta. Supe por los colegas de medicina interna que se había trasladado a su tierra de origen y que la última vez que la habían visto estaba muy bien, salvo por algunas quejas que eran “para que yo las escuchara”.
Una vez que finalicé la residencia al cuarto año, recibí una postal de ella. Me daba las gracias por todo y se excusaba por no haber vuelto a consulta debido a que había estado haciendo gestiones para mudarse con una hermana en aquella lejana ciudad. En el frente de la tarjeta, un tanto infantil, se veía un paisaje de campo muy colorido. En primer plano, un par de gallinas picoteaban el suelo y en un extremo había unos cuantos huevos. Pensé que a veces lo importante no es determinar si el huevo es anterior a la gallina o viceversa; eso nos lleva a un callejón filosófico sin salida. Ambas partes cohabitan y se influyen mutuamente. Clínicamente, de momento, me basta.

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