24/05/2025
🔴 Una persona que experimenta dolor intenso y generalizado en el cuerpo, sin que los estudios médicos encuentren una causa de inflamación, es muy probable que tenga fibromialgia. El problema principal de esta condición reside en el cerebro, específicamente en una parte que procesa el dolor y se vuelve hiperactiva. Esto provoca que dolores muy leves se perciban como mucho más grandes, e incluso se puede sentir dolor sin que haya una causa física real que lo justifique. Debido a este mecanismo central, la mayoría de los medicamentos tradicionales para el dolor no resultan efectivos para la fibromialgia. A continuación explico detalladamente estos tratamientos.
Los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), que incluyen medicamentos comunes como la aspirina, ibuprofeno, diclofenaco o ketorolaco, son muy útiles para el dolor causado por inflamación en los tejidos. Sin embargo, como en la fibromialgia no hay inflamación, estos medicamentos generalmente no son de gran utilidad y no disminuyen significativamente el dolor percibido. Una excepción ocurre si, además del dolor por fibromialgia, existe un componente inflamatorio, por ejemplo, por un golpe o una torcedura. En estos casos muy específicos, donde un dolor inflamatorio puede desencadenar un brote de fibromialgia, los AINEs sí pueden ser beneficiosos. Dentro de este grupo tradicional de medicamentos, el acetaminofén o paracetamol podría tener un efecto limitado debido a su acción en el cerebro, precisamente en el área que procesa el dolor.
Otro grupo importante de medicamentos tradicionalmente usados para el dolor son los opioides. Estos actúan bloqueando la transmisión dolorosa a través de los nervios periféricos. Sin embargo, en la fibromialgia, el problema no está en estos nervios periféricos sino en el sistema nervioso central. Por ello, la gran mayoría de los opioides tampoco funcionan de manera efectiva en la fibromialgia, logrando una baja reducción del dolor incluso a dosis altas en la mayoría de los pacientes. Además de su limitada eficacia, los opioides conllevan riesgos y efectos adversos significativos, como estreñimiento, adicción, dependencia, posible incremento paradójico del dolor con el uso prolongado, dolores de cabeza intensos y, el más grave, depresión respiratoria que puede llevar a sobredosis y fallecimiento. Por estas razones, la mayoría de los opioides no se recomiendan para el dolor por fibromialgia. Una pequeña excepción son algunos opioides que también actúan como inhibidores de recaptura de neurotransmisores, incrementando la serotonina y noradrenalina en el cerebro, como el tramadol y el tapentadol. Estos tienen mayor eficacia y, al ser opioides débiles, generalmente menos eventos adversos. Aunque no son tratamientos de primera línea, pueden considerarse si las terapias correctas no logran una respuesta completa, siempre bajo un uso muy controlado.
Finalmente, los anestésicos locales aplicados de forma periférica (parches, cremas, inyecciones) tampoco están indicados para la fibromialgia. Dado que el dolor se origina en la parte hiperactiva del cerebro, aplicar tratamientos en la periferia no logrará disminuir este dolor. Alcanzar una dosis en el cerebro suficiente para ser efectiva requeriría niveles tóxicos de estos anestésicos.
Por otro lado, los tratamientos que sí han demostrado ser más efectivos en la mayoría de los pacientes son aquellos que actúan sobre los neurotransmisores en el cerebro. La cantidad de neurotransmisores como la serotonina y, particularmente, la noradrenalina, es crucial en la percepción del dolor en pacientes con fibromialgia. Por lo tanto, los medicamentos que incrementan estos neurotransmisores son benéficos. Entre los más importantes y que suelen ser de primera línea se encuentran los inhibidores duales y los antidepresivos tricíclicos, incluyendo sustancias como la duloxetina, venlafaxina, amitriptilina e imipramina. Estos medicamentos no solo mejoran la percepción del dolor al incrementar neurotransmisores, sino que también son útiles para la depresión y ansiedad que a menudo acompañan a la fibromialgia. Los antidepresivos atípicos que aumentan la concentración de dopamina, como el bupropión, también son beneficiosos para el dolor, la depresión y la ansiedad, ayudando a regular la zona cerebral hiperactiva. En un tercer lugar de preferencia se encuentran los inhibidores selectivos de recaptura de serotonina (ISRS), como la fluoxetina, sertralina, citalopram o escitalopram. Aunque pueden ser útiles, requieren dosis mucho más altas para impactar el dolor, ya que la serotonina no influye tanto en el procesamiento del dolor como la noradrenalina y la dopamina. Estas dosis elevadas a menudo provocan eventos adversos importantes, y los pacientes con fibromialgia tienen una sensibilidad natural mayor a los efectos secundarios de los medicamentos. Por lo tanto, los ISRS se reservan para el final si otras opciones no funcionan. Es fundamental recordar que no se deben combinar casi ninguno de estos antidepresivos, solo se debe elegir uno debido al alto riesgo de toxicidad conjunta.
Otro grupo de medicamentos eficaces son los antiepilépticos que actúan directamente "apagando" la parte hiperactiva del cerebro responsable del dolor. Los más conocidos en este uso son la pregabalina y la gabapentina, aunque existen otros como el levetiracetam, oxcarbazepina o tiagabina. Su beneficio radica en que silencian la zona que genera el ruido y el dolor. Sin embargo, su desventaja es que también pueden afectar otras partes del cerebro, lo que puede causar fatiga (un síntoma ya frecuente en fibromialgia), mareo o somnolencia, especialmente al inicio del tratamiento. Estos efectos adversos suelen desaparecer con el tiempo.
Es de suma importancia mencionar que, además del tratamiento farmacológico, el tratamiento no farmacológico tiene igual o incluso mayor relevancia. Combinar ambos enfoques es crucial para el éxito. Los pacientes que reciben tratamiento combinado tienen un mejor control del dolor, una mejor calidad de vida y requieren dosis más bajas de medicamentos. En contraste, depender solo de medicamentos incrementa el riesgo de control deficiente y efectos adversos.
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