21/03/2022
Para un materialista, la conciencia humana es un fenómeno cerebral. Y lo humano es obra de una casualidad matemática, sin cualquier forma de inteligencia profunda intrínseca a la naturaleza. Como si la conciencia mayor naciera en el hombre, y no fuera propia de la naturaleza misma. La ciencia materialista es egotista. La inteligencia, como fenómeno, es una expresión obvia de la conciencia de la naturaleza. Se crea, se organiza y se actualiza de infinitas maneras; sabias, eficientes, complejas, coherentes. Este concepto es la base de la filosofía y la psicoterapia humanistas.
La visión materialista es reduccionista y empobrecedora. No supone ningún principio vital natural que anime al cuerpo físico. Y la noción de alma, espíritu o esencia, importa. Por dos razones principales.
Primero, nos recuerda el hecho físico de que es la conciencia quién condiciona a la materia y al cuerpo, y no lo contrario. No es el hombre quien crea la naturaleza. Así como no es el cuerpo quién condiciona la conducta. El medio es el creador del cuerpo y del comportamiento. El cuerpo está influenciado por el campo de conciencia del ambiente (y el individuo sólo existe como parte de este todo).
Segundo, corrige la visión nihilista del ser humano, que concibe al individuo como una forma de vida impermeable, aislada de los demás. En la visión humanista, la persona saludable es permeable al ambiente y a las demás. La conciencia es un fenómeno compartido. El motor de nuestra vida es el campo de conciencia integral, compuesto por la conciencia presente en el individuo, en el entorno y en el (in)consciente personal y colectivo.
La ideología materialista, dominante en psicología y neurociencia, ve al cerebro como causa de la conciencia humana. Es un reduccionismo incorrecto que pervierte el estudio de la mente humana. Y esto se refleja en tecnologías de terapia y políticas de salud mental pobres y deshumanizadoras.