06/12/2018
El maltrato en los menores
Con ocasión de la asistencia a dos interesantes eventos científicos en los que se trataba sobre la violencia, y por lo revisado y aprendido en éstos, me he animado a escribir algunas reflexiones sobre este grave problema, y en particular, acerca de algunas formas de maltrato en la infancia, que pueden no ser tan evidentes ante nuestros ojos pero sí tener consecuencias importantes.
El maltrato comprende la presencia de dos actores: el agresor y la víctima. Para que un suceso pueda considerarse una forma de maltrato tienen que cumplirse además dos premisas: la víctima ha sufrido un daño, y el agresor causante ha tenido una posición de poder sobre aquella.
Debe señalarse que tanto el papel de agresor como de víctima no esta limitado a individuos aislados. Como ejemplos, pueden ser víctimas grupos étnicos enteros, o ser agresores las instituciones que nos gobiernen.
Puede llevarse a cabo maltrato a través de la ejecución de una determinada acción, o por la omisión de una acción posible. En ambos casos, el agresor tiene posibilidad de ejecutar o evitar la acción por la cual la víctima sufre el daño. De este modo, la presencia o falta de conciencia o de intención no excluye el maltrato si un actor ha sufrido daño y el otro tenía el poder de evitarlo.
Así, existen situaciones de abusos hacia los menores que nos resultan notorias, como son el maltrato físico, el abuso sexual, la negligencia grave por omisión de los cuidados básicos, las humillaciones, o el acoso.
Sin embargo, hay otras formas de maltrato más sutiles o encubiertas. En ellas, puede ocurrir que la acción u omisión del agresor sea menos evidente, o el daño sufrido por la víctima menos inmediato. La consecuencia es que la asociación causa-efecto es más difícil de identificar. Sin embargo, su reiteración tiene consecuencias graves, y en la clínica observamos con frecuencia niños, jóvenes y adultos, que llevan consigo las heridas de estas formas sutiles de violencia.
Para ilustrarlo pueden servir de muestra las siguientes: la negligencia emocional que se produce con las respuestas de apego inseguro, que generan graves problemas en la personalidad; la sobreprotección, que es fuente de dependencia, falta de autonomía y desvalimiento; la falta de límites, causa de dificultades de adaptación al entorno social; el cambio de roles, origen de relaciones interpersonales disfuncionales; y las respuestas impredecibles o inconsistentes, que desencadenan con frecuencia rasgos de ansiedad e inseguridad.
Los menores, más cuanto mas jóvenes, y especialmente si presentan una vulnerabilidad previa, son extremadamente sensibles a estas formas de maltrato, y sufrirlas puede determinar el desencadenamiento de un trastorno psíquico. Es probable que precisamente por ser sutiles y encubiertos, puedan pasar desapercibidos. Si estas notas ayudan a identificarlos, habremos conseguido mucho.