18/10/2025
Hoy sé que no solo viajé a Japón durante más de 20 días: sino que Japón viajó dentro de mí y me cambió el alma, el paladar y hasta las ganas de vestirme diferente. Me trae de regreso a Guatemala con una nueva forma de mirar, más lenta, más profunda, pero sobretodo más agradecida. Porque hay países que se conocen… y hay países que se quedan a vivir dentro de uno, y Japón sin duda es el país que más me ha gustado e impactado de todo lo que hasta ahora he conocido.
La Tierra del Sol Naciente siempre estuvo en mí bucket list pero la Expo Mundial de Osaka 2025 fue la excusa para ser el viaje de este año y resultó ser toda una acertada elección y revelación.
Este hermoso e inusual país tiene una manera muy suya de ser diferente a todo el mundo. No hay exceso, no hay ruido innecesario y todo parece pensado, cuidado y respetado. En cada calle, en cada gesto, se respira una cultura que ha sabido encontrar el equilibrio entre el orden y la belleza. Lo que en otros lugares podría parecer simple, aquí todo todo todo tiene un sentido profundo.
Japón no solo es limpio en sus calles, es limpio en su espíritu y esencia. La armonía que se ve afuera nace de una manera de vivir que prioriza el respeto por el otro, por el entorno y por el momento presente. Esa conciencia colectiva. que hace que nadie tire basura, que todos esperen su turno y que el silencio sea parte del paisaje, deja una enseñanza difícil de olvidar.
La estética japonesa me conmovió profundamente. No hay ostentación y todo tiene una elegancia contenida, una sobriedad que habla de siglos de refinamiento. Desde la arquitectura minimalista hasta la ropa que la gente elige para caminar por la ciudad, se percibe una búsqueda constante de equilibrio. No se trata de impresionar, sino de estar en armonía. Es una belleza que no grita: simplemente está, y al verla uno también quiere ordenar su propio interior.
Japón también me mostró algo fascinante: cómo dos caminos espirituales tan distintos, el sintoísmo y el budismo, conviven en completa naturalidad. No compiten sino se complementan. El sintoísmo honra lo sagrado en la naturaleza: los árboles, las montañas, los ríos, los lugares donde habita el espíritu. El budismo en cambio, mira hacia adentro, hacia la mente, hacia la impermanencia. Y esa convivencia entre lo terrenal y lo interior le da al país una profundidad única. Es como si Japón respirara entre esos dos mundos: lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.
La gastronomía fue otra forma de entender su filosofía. Comer en Japón no es solo alimentarse, es otra forma de amar la vida: cada plato es una ofrenda a la simplicidad y al detalle, es participar de un ritual cotidiano de atención y respeto. En cada bocado se percibe una devoción casi espiritual por la armonía, la precisión de los sabores, la presentación, el equilibrio entre los ingredientes… todo expresa una manera de mirar la vida: sin exceso, sin desperdicio y con gratitud.
Cada uno de sus rincones me habló de manera profunda: la calma que emana de sus templos y santuarios, la belleza y sobriedad de sus jardines, y hasta la coreografía silenciosa de los vagones del metro repletos de gente, donde todos saben que compartimos un mismo espacio sagrado y nadie te toca y nadie te empuja. Todo en Japón parece recordar que la armonía es posible y que el caos también puede ser hermoso si se vive con conciencia.
Hoy, después de recorrer sus templos, caminar por sus calles impecables y sentir el pulso de su gente, puedo decir que Japón no es un lugar más en mi lista de viajes. Es el país que más me ha marcado y me enseñó que el orden exterior puede reflejar la paz interior, que la belleza está en lo sobrio, y que la espiritualidad puede vivirse sin palabras, en lo cotidiano, en lo bien hecho, en lo justo.
Japón me cambió sin proponérmelo, simplemente me sucedió sin una intención de antemano, como la serendipia que te sorprende y te transforma al recorrer un camino no previsto. Me recordó que la limpieza también puede ser interior y que la disciplina puede ser un acto de amor. Me enseñó desde la comprensión profunda de un modo distinto de estar y ser en el mundo. Y esa huella silenciosa y precisa ya no se borra.
Que si voy a regresar a Japón? Eso es seguro y varias veces más en esta Vida. Se lo prometo a mi Alma, y mi Ser ansioso por transformarse aún más, también se lo merece.