Fernando Yon - Psicología Integrativa

Fernando Yon - Psicología Integrativa Psicólogo clínico, Terapeuta familiar y de parejas

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23/10/2025

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CLICS CONTRA LA HUMANIDADLibertad y resistencia en la era de la distracción tecnológicaJames Williams Vivimos pegados a ...
22/10/2025

CLICS CONTRA LA HUMANIDAD
Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica
James Williams

Vivimos pegados a la pantalla, sometidos a los cantos de sirena de la tecnología digital: redes sociales, entretenimientos a la carta y un flujo constante de estímulos online compiten sin tregua por captar nuestra atención. En la era del exceso informativo, la atención ha pasado a ser un bien escaso y codiciado por las grandes empresas tecnológicas. ¿Cómo afecta este fenómeno a nuestra autonomía y nuestra libertad? ¿Cómo podemos oponer resistencia a la colonización de nuestra mente? Con un pie en la antigua Grecia y el otro en Silicon Valley, “Clics contra la humanidad” arroja luz sobre uno de los problemas más urgentes de nuestro tiempo.
James Williams, que fue estratega de Google antes de estudiar filosofía en Oxford, afirma en este ensayo que los sistemas inteligentes de persuasión que condicionan nuestro pensamiento y nuestra conducta constituyen una grave amenaza para la libertad y la democracia. En vez de ayudarnos a alcanzar nuestras verdaderas metas vitales, las tecnologías digitales desvían y explotan nuestra atención, aprovechándose de nuestras vulnerabilidades psicológicas. Hace demasiado tiempo que minimizamos los trastornos resultantes, descartándolos como simples "distracciones" o 1.molestias menores. Sin embargo, son mecanismos que socavan la voluntad humana, cuyos efectos pueden ser irreversibles si no actuamos a tiempo.
Un libro pionero de la ética de la tecnología. Un contundente alegato contra la colonización de nuestra mente por parte de las grandes empresas tecnológicas.

Enlace de lectura y descarga en
https://drive.google.com/.../1krmE1TT7B00IR6.../view...

Hoy sé que no solo viajé a Japón durante más de 20 días: sino que Japón viajó dentro de mí y me cambió el alma, el palad...
18/10/2025

Hoy sé que no solo viajé a Japón durante más de 20 días: sino que Japón viajó dentro de mí y me cambió el alma, el paladar y hasta las ganas de vestirme diferente. Me trae de regreso a Guatemala con una nueva forma de mirar, más lenta, más profunda, pero sobretodo más agradecida. Porque hay países que se conocen… y hay países que se quedan a vivir dentro de uno, y Japón sin duda es el país que más me ha gustado e impactado de todo lo que hasta ahora he conocido.

La Tierra del Sol Naciente siempre estuvo en mí bucket list pero la Expo Mundial de Osaka 2025 fue la excusa para ser el viaje de este año y resultó ser toda una acertada elección y revelación.

Este hermoso e inusual país tiene una manera muy suya de ser diferente a todo el mundo. No hay exceso, no hay ruido innecesario y todo parece pensado, cuidado y respetado. En cada calle, en cada gesto, se respira una cultura que ha sabido encontrar el equilibrio entre el orden y la belleza. Lo que en otros lugares podría parecer simple, aquí todo todo todo tiene un sentido profundo.

Japón no solo es limpio en sus calles, es limpio en su espíritu y esencia. La armonía que se ve afuera nace de una manera de vivir que prioriza el respeto por el otro, por el entorno y por el momento presente. Esa conciencia colectiva. que hace que nadie tire basura, que todos esperen su turno y que el silencio sea parte del paisaje, deja una enseñanza difícil de olvidar.

La estética japonesa me conmovió profundamente. No hay ostentación y todo tiene una elegancia contenida, una sobriedad que habla de siglos de refinamiento. Desde la arquitectura minimalista hasta la ropa que la gente elige para caminar por la ciudad, se percibe una búsqueda constante de equilibrio. No se trata de impresionar, sino de estar en armonía. Es una belleza que no grita: simplemente está, y al verla uno también quiere ordenar su propio interior.

Japón también me mostró algo fascinante: cómo dos caminos espirituales tan distintos, el sintoísmo y el budismo, conviven en completa naturalidad. No compiten sino se complementan. El sintoísmo honra lo sagrado en la naturaleza: los árboles, las montañas, los ríos, los lugares donde habita el espíritu. El budismo en cambio, mira hacia adentro, hacia la mente, hacia la impermanencia. Y esa convivencia entre lo terrenal y lo interior le da al país una profundidad única. Es como si Japón respirara entre esos dos mundos: lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.

La gastronomía fue otra forma de entender su filosofía. Comer en Japón no es solo alimentarse, es otra forma de amar la vida: cada plato es una ofrenda a la simplicidad y al detalle, es participar de un ritual cotidiano de atención y respeto. En cada bocado se percibe una devoción casi espiritual por la armonía, la precisión de los sabores, la presentación, el equilibrio entre los ingredientes… todo expresa una manera de mirar la vida: sin exceso, sin desperdicio y con gratitud.

Cada uno de sus rincones me habló de manera profunda: la calma que emana de sus templos y santuarios, la belleza y sobriedad de sus jardines, y hasta la coreografía silenciosa de los vagones del metro repletos de gente, donde todos saben que compartimos un mismo espacio sagrado y nadie te toca y nadie te empuja. Todo en Japón parece recordar que la armonía es posible y que el caos también puede ser hermoso si se vive con conciencia.

Hoy, después de recorrer sus templos, caminar por sus calles impecables y sentir el pulso de su gente, puedo decir que Japón no es un lugar más en mi lista de viajes. Es el país que más me ha marcado y me enseñó que el orden exterior puede reflejar la paz interior, que la belleza está en lo sobrio, y que la espiritualidad puede vivirse sin palabras, en lo cotidiano, en lo bien hecho, en lo justo.

Japón me cambió sin proponérmelo, simplemente me sucedió sin una intención de antemano, como la serendipia que te sorprende y te transforma al recorrer un camino no previsto. Me recordó que la limpieza también puede ser interior y que la disciplina puede ser un acto de amor. Me enseñó desde la comprensión profunda de un modo distinto de estar y ser en el mundo. Y esa huella silenciosa y precisa ya no se borra.

Que si voy a regresar a Japón? Eso es seguro y varias veces más en esta Vida. Se lo prometo a mi Alma, y mi Ser ansioso por transformarse aún más, también se lo merece.

Ser GEISHA es encarnar un arte que trasciende el tiempo, una forma de vivir la belleza desde la disciplina, la sutileza ...
18/10/2025

Ser GEISHA es encarnar un arte que trasciende el tiempo, una forma de vivir la belleza desde la disciplina, la sutileza y la presencia. En el corazón del Japón tradicional, la GEISHA no es una mujer común: es guardiana de una estética que equilibra el silencio con la expresión, el deseo con la contención, la vida con el arte. Su existencia es un puente entre lo visible y lo invisible, entre la forma y el espíritu.

Desde su adolescencia, la GEISHA —primero maiko, aprendiz— se adiestra en el dominio del cuerpo y la mente. Aprende danza, música, poesía, caligrafía, etiqueta, conversación refinada, y sobre todo, la virtud del autocontrol. Cada movimiento de sus manos, cada inclinación de su cuello, cada silencio entre palabras está lleno de intención. Nada es casual. Todo es arte.

El rostro blanco, los labios rojos, el kimono elaborado con capas de seda, no son un disfraz, sino una piel simbólica: un lenguaje que comunica pureza, elegancia y respeto. La GEISHA es una flor que no busca ser tocada, sino contemplada. Representa un ideal estético de armonía (wa) y refinamiento (miyabi). Es una encarnación viviente de lo que los japoneses llaman iki: la sofisticación que seduce sin pretenderlo.

Su rol no es satisfacer deseos carnales, sino elevar el espíritu del encuentro. En las casas de té (ochaya), donde la luz se filtra tamizada por las puertas de papel y el sake corre con lentitud, la Geisha no ofrece su cuerpo, sino su arte. Conversa con inteligencia, canta con dulzura, baila con gracia, y con su presencia transforma lo cotidiano en ceremonia. Lo que el cliente compra no es placer, sino experiencia estética. No paga por poseerla, sino por compartir un instante de belleza suspendida en el tiempo.

Ser Geisha es una forma de meditación en movimiento. Es la decisión de consagrar la vida al arte, al detalle, al dominio de uno mismo. En su mirada hay una nostalgia que no es tristeza, sino consciencia de lo efímero. Ella sabe que la belleza vive solo un instante, y su arte consiste en hacerlo eterno mientras dura.

POR QUÉ SE LES CONFUNDE EN OCCIDENTE CON PROSTITUTAS?
La confusión entre Geisha y pr******ta surgió durante la ocupación estadounidense de Japón tras la Segunda Guerra Mundial. Muchas mujeres pobres —sin formación artística ni afiliación a las casas de té tradicionales— ofrecían servicios sexuales a los soldados extranjeros y se hacían llamar “geisha girls” para atraerlos. Aquella distorsión lingüística y cultural fue adoptada por Occidente, que no supo distinguir entre la artista y la trabajadora sexual.

En realidad, las Geishas auténticas pertenecen a un linaje de arte, no de comercio carnal. Su función es preservar las tradiciones, la música, la danza y la conversación elegante. Si el cuerpo de la pr******ta es mercancía, el cuerpo de la Geisha es instrumento: un vehículo de expresión estética y espiritual.

Así, la confusión occidental no revela tanto un error sobre Japón, sino sobre nuestra propia incapacidad para comprender una forma de belleza donde la se*******ad no se compra, sino que se contempla.

El NOREN es mucho más que una simple cortina en la entrada de un negocio japonés. Es un artefacto cultural que opera en ...
18/10/2025

El NOREN es mucho más que una simple cortina en la entrada de un negocio japonés. Es un artefacto cultural que opera en la intersección entre lo práctico y lo simbólico, un límite físico que define un espacio psicológico y social. Su presencia—o ausencia—comunica un universo de información no verbal, funcionando como un lenguaje silencioso que cualquier japonés comprende instintivamente.

En su función más elemental, el NOREN es un umbral. No es una puerta cerrada, sino un velo permeable. Separa el caos y la impersonalidad de la calle de la calma y el orden del espacio interno. Al atravesarlo, el cliente realiza un acto de transición: abandona su rol de transeúnte anónimo y se convierte en un invitado. El propio acto de levantar ligeramente la tela para pasar implica una deferencia, un reconocimiento respetuoso de que se está cruzando una frontera. Este espacio delimitado no es solo físico; es un contrato social. Dentro, se espera una conducta específica, y el propietario asume la responsabilidad de ofrecer hospitalidad, calidad y confianza.

La simbología del NOREN es profunda. El mon o emblema que suele llevar estampado no es un simple logotipo comercial; es la encarnación de la reputación del establecimiento. Representa una herencia, un linaje comercial y un compromiso con un estástándar de excelencia. Cuando una empresa principal permite a una filial o a un aprendiz independiente utilizar su noren, está cediendo algo más que su nombre: está prestando su honor. "Dividir el NOREN" (noren wake) es una expresión que significa abrir una sucursal, pero literalmente significa "cortar la cortina", un acto que implica una enorme confianza y un riesgo reputacional. La cortina se convierte así en un documento de identidad comercial, un escudo de armas en el mundo mercantil.

Su estado comunica el pulso del negocio de manera inmediata. Un noren nuevo y limpio habla de prosperidad y cuidado. Uno desgastado por el tiempo y el clima testifica una historia y una resiliencia, una tienda que ha atendido a sus clientes a través de las estaciones. Por la mañana, colgar el NOREN es un ritual que anuncia la apertura, una invitación a la comunidad. Al caer la noche, retirarlo es el acto final que cierra el espacio comercial, devolviéndolo a la esfera privada. En el caso más elocuente, un NOREN cerrado de manera permanente es un mensaje mucho más potente que un cartel de "cerrado": es la muerte simbólica del negocio, el retiro de su identidad del mundo.

Finalmente, el NOREN encarna la estética japonesa del wabi-sabi. No está diseñado para ser imponente o opulento. Es simple, funcional y, con el tiempo, se desgasta de manera hermosa. La tela se blanquea con el sol, los colores se apagan, y el tejido se vuelve más suave. Este envejecimiento no se ve como un defecto, sino como la acumulación de historia y carácter. Cada mancha y cada hebra desgastada son testigos de incontables interacciones, de clientes atendidos y de transacciones honradas.

El NOREN es, en esencia, un concepto filosófico materializado en tela. Es la frontera porosa entre lo público y lo privado, el símbolo de una promesa y el rostro cambiante de un negocio. En su silenciosa elegancia, resume una comprensión cultural de que los espacios más significativos no están definidos por muros, sino por umbrales respetados y por la confianza que se teje, hilo a hilo, con el paso del tiempo.

17/10/2025
TeamLab Borderless Tokyo
17/10/2025

TeamLab Borderless Tokyo

EL KANJI   es, ante todo, un sistema de pensamiento. No es un simple código fonético, sino una arquitectura de significa...
17/10/2025

EL KANJI es, ante todo, un sistema de pensamiento. No es un simple código fonético, sino una arquitectura de significado construida con los componentes más elementales de la percepción humana. Cada carácter es una teoría encapsulada, un silogismo visual que ha sobrevivido al paso de los milenios. Su existencia desafía la naturaleza efímera del lenguaje hablado, fijando conceptos abstractos en formas concretas e inmutables.

La profundidad del KANJI reside en su lógica interna. Es un sistema que opera mediante la recombinación de radicales—un conjunto finito de componentes básicos—para crear un vocabulario conceptual potencialmente infinito. Tomemos el carácter 思 (omou), pensar. Está compuesto por el radical del campo 田 y el radical del corazón 心. En la lógica ancestral de quien lo creó, el pensamiento no era una función cerebral, sino el cultivo del campo del corazón. Esta no es una metáfora poética; es la hipótesis tangible de una civilización sobre la naturaleza de la conciencia. Cada KANJI es, en este sentido, un artefacto arqueológico de una cosmovisión.

Esta estructura ofrece una comprensión dimensional que los sistemas alfabéticos no pueden proporcionar. La palabra "ruido" en español es arbitraria. Pero el kanji 騒 (sou), que significa alboroto o bullicio, contiene el radical del caballo (馬) y el de los insectos (虫). El ruido, por tanto, es conceptualizado como el relincho de un caballo unido al zumbido de un enjambre. No solo se define; se experimenta a través de la composición de sus partes. El aprendizaje de los KANJI se convierte así en un proceso de reestructuración cognitiva, donde se aprende a ver las ideas no como unidades monolíticas, sino como ecosistemas de significado interconectados.

Más allá de su función lingüística, el KANJI es una herramienta de introspección. La escritura a pincel—la shodō—no es caligrafía en el sentido occidental; es una disciplina de presencia mental. La concentración requerida para trazar la forma correcta, con el equilibrio adecuado de presión y fluidez, es un acto meditativo. La tinta negra absorbida por el papel de arroz es irrevocable; no hay lugar para la duda o la corrección. Este proceso refleja una filosofía de la acción: la decisión consciente seguida de un compromiso total. La belleza del trazo resultante es un testimonio de la claridad mental alcanzada en el momento de su creación.

Finalmente, el KANJI representa una paradoja fundamental de la condición humana: el anhelo de orden en un mundo caótico. Es un intento monumental de cartografiar el universo de la experiencia humana—desde lo más concreto como 山 (montaña) hasta lo más inasible como 魂 (alma)—en un sistema de signos estructurado y comprensible. Al descifrar un KANJI, no estamos simplemente aprendiendo una palabra; estamos reconstruyendo la lógica de una mente antigua que intentó, como lo hacemos nosotros ahora, encontrar patrones en el caos y darle un sentido durable al flujo perpetuo de la existencia. Es el legado de una búsqueda eterna por fijar la verdad en una forma que pueda ser sostenida en la mano y transmitida a través del tiempo.

El TORI se yergue como una interrogación arquitectónica en el paisaje. No es un arco triunfal, ni una puerta fortificada...
17/10/2025

El TORI se yergue como una interrogación arquitectónica en el paisaje. No es un arco triunfal, ni una puerta fortificada, sino un umbral radicalmente diferente: un marco que delimita lo sagrado de lo profano mediante la más austera de las geometrías. Su estructura, a menudo dos simples trazos verticales coronados por dos líneas horizontales, constituye una de las definiciones más puras y elocuentes de espacio sagrado que la humanidad haya concebido.

Su función primordial no es la de bloquear o impedir el paso, sino la de señalar una transición. El TORI es un dispositivo de conciencia. Al atravesarlo, el peregrino o el visitante no realiza solo un desplazamiento físico, sino una operación mental y espiritual. Es un recordatorio material de que se está abandonando el mundanal ruido de lo cotidiano—kegare—para adentrarse en el dominio de lo puro y lo divino—kami. No hay guardián, ni cerradura; solo la responsabilidad individual de cruzar con la intención correcta. Es una frontera que existe primero en la mente, y que el TORI simplemente hace visible.

La simplicidad de su forma es engañosa. En su construcción reside una filosofía completa sobre la relación entre el ser humano y lo trascendente. No es una cúpula que ensalza, ni un muro que excluye. Es un marco que invita. Al enmarcar el camino, el santuario y la naturaleza que hay detrás, el TORI no se erige como el objeto de veneración, sino como el medio a través del cual se focaliza la atención. Actúa como un diafragma perceptual, filtrando la distracción y dirigiendo la mirada y el espíritu hacia lo esencial. Es el arte de usar la forma para trascender la forma.

Su materialidad también habla. Un TORI de madera sin pintar, envejecido por la lluvia y el sol, encarna el principio del wabi-sabi, mostrando la belleza de la impermanencia y la serena aceptación del ciclo natural. En contraste, el vibrante TORI bermellón del santuario de Itsukushima, que parece flotar sobre el mar, utiliza el color para simbolizar la vitalidad, la protección contra el mal y la alegría. Es un faro espiritual, una mancha de energía pura en el paisaje. El color no es decoración; es significado.

Pero quizás la lección más profunda del TORI es que el acceso a lo sagrado es, paradójicamente, abierto y exigente a la vez. Cualquiera puede pasar bajo su dintel, pero se espera que quien lo haga, lo haga con respeto. El TORI no juzga, pero su presencia impone una auto-evaluación. Representa la creencia de que lo divino no está en un cielo lejano, sino aquí, accesible, integrado en la naturaleza, y que solo se requiere un acto de voluntad consciente—el simple acto de cruzar un umbral—para entrar en comunión con ello.

El TORI es, en última instancia, una promesa hecha de madera o piedra. La promesa de que hay un orden dentro del caos, un silencio dentro del ruido y un espacio para lo sagrado dentro del flujo de la vida mundana. No dice "aquí termina el mundo", sino "aquí el mundo comienza a revelar su dimensión más profunda". Es un portal hacia una capa de realidad que siempre ha estado presente, pero que requiere ser enmarcada para ser vista.

El bonsái no es una simple afición horticultora; es una disciplina filosófica tangible, un diálogo prolongado con el tie...
16/10/2025

El bonsái no es una simple afición horticultora; es una disciplina filosófica tangible, un diálogo prolongado con el tiempo mismo, utilizando un árbol como interlocutor. En su esencia, plantea una pregunta fundamental sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza: ¿es el bonsái un acto de dominio o de colaboración?

A primera vista, parece el pináculo del control. Las manos del artista, armadas con alambres y tijeras, guían, dirigen y constriñen a un árbol para que adopte una forma que trasciende su tendencia silvestre, encarnando un ideal estético humano. Podría interpretarse como la imposición de la voluntad sobre lo salvaje, una domesticación radical que convierte la potencia de un gigante forestal en la miniaturizada contención de una maceta.

Pero esta visión pierde por completo el núcleo de su arte. El maestro del bonsái no es un dictador, sino un colaborador profundamente atento. El artista no puede crear la fuerza vital del árbol, la textura de su corteza o la inclinación inherente de sus ramas. Su papel es el de un editor, no el de un autor; el de un guía, no el de un déspota. Debe aprender a "escuchar" al árbol, a comprender su voluntad intrínseca, y solo entonces, podar y alambrar. El alambre sujeta, pero con el objetivo de crear una forma que, en su culminación, parezca no haber sido forzada en absoluto. Es la paradoja de la artificialidad al servicio de una expresión de naturaleza esencial y purificada.

El tiempo es el ingrediente más crucial y el más humilde. Un bonsái no se "hace" en un día; se cultiva durante décadas, incluso siglos. El artista siembra, poda y da forma, sabiendo que no verá el resultado final. Su trabajo es un acto de fe en el futuro, una conversación que se extiende más allá de su propia vida. En este proceso, el artista no solo moldea el árbol, sino que es moldeado por él. Aprende la paciencia, la observación sosegada y la humildad ante los lentos ciclos de crecimiento y decadencia. El bonsái se convierte en un espejo de la propia mente: si esta es impaciente y brutal, el árbol mostrará las cicatrices; si es respetuosa y serena, el árbol revelará su elegancia innata.

Cada elemento en un bonsái maduro cuenta una historia. La lignificación del tronco habla de resistencia; la distribución de las ramas, de equilibrio; el musgo en la base, de un ecosistema completo en miniatura. No es una imitación servil de un árbol grande, sino la captura de su esencia, la idea platónica de "árbol-ness" representada en una escala íntima. Es la ilusión de la edad y la lucha contra los elementos, concentrada en un recipiente.

Finalmente, el bonsái encarna la estética japonesa del wabi-sabi: la belleza de lo imperfecto, lo modesto y lo efímero. Un bonsái no busca la simetría perfecta, sino un equilibrio asimétrico y vivo. Un tronco retorcido por el "paso del tiempo" es más valioso que uno perfectamente recto. Nos recuerda que la verdadera belleza a menudo reside en las marcas de la batalla por la vida.

Por lo tanto, el bonsái no es el árbol en sí, ni la maceta, ni la poda. Es la relación dinámica entre todos estos elementos, incluido el cuidador. Es una meditación en curso sobre el control y la rendición, la acción y la paciencia. En la quietud de un bonsái centenario, uno no ve el dominio del hombre sobre la naturaleza, sino un pacto silencioso y profundamente sabio entre ambos.

El KIMONO no es una simple prenda de vestir; es una arquitectura textil que encapsula una filosofía de vida radicalmente...
16/10/2025

El KIMONO no es una simple prenda de vestir; es una arquitectura textil que encapsula una filosofía de vida radicalmente opuesta a los principios de la moda occidental. Mientras la estética occidental celebra la silueta corporal, el corte y la adaptación al individuo, el kimono se erige sobre premisas contrarias: la negación de la forma corporal y la supremacía del plano bidimensional sobre la tridimensionalidad.

Su esencia reside en su estructura estática y geométrica. No se corta para abrazar las curvas del cuerpo, sino que se construye a partir de rectángulos de tela—los tan—ensamblados de manera que crean un espacio entre la piel y la tela. Este espacio, este vacío, no es un defecto, sino la esencia misma de su función estética y simbólica. El cuerpo no moldea la prenda; es la prenda la que, al envolver el cuerpo, lo redefine y lo sitúa dentro de un orden geométrico y social. El kimono disciplina la postura, modera el movimiento y, en última instancia, enmarca al individuo dentro de un contexto que lo trasciende.

Vestir un KIMONO es, por tanto, realizar un acto de contención y abstracción. La tela, que yace plana y revela su diseño completo antes de ser puesta, se convierte en un campo de expresión artística—un lienzo para el simbolismo de las estaciones, donde los cerezos en flor de la primavera pueden coexistir con los arces otoñales, contando una historia de ciclos y transitoriedad. Sin embargo, una vez vestido, este arte se subordina a la forma global y al comportamiento de quien lo lleva. La elegancia no reside en la comodidad o la expresión individualista, sino en la precisión de los pliegues, la gravedad del obi (la faja) y la contención del movimiento.

El KIMONO es también un mapa de códigos sociales. Su forma, color y motivo comunican de inmediato el género, la edad, el estado civil y la ocasión de quien lo viste. Un furisode de mangas largas anuncia una mujer soltera y disponible; los colores sobrios y los motivos discretos señalan la madurez y la formalidad. En lugar de buscar la diferenciación individual, el KIMONO ubica al individuo dentro de una red de relaciones y expectativas sociales. Es la antítesis de la ropa como extensión del "yo"; es la ropa como representación de un "nosotros" y de un lugar en el mundo.

Finalmente, el KIMONO encarna los principios estéticos japoneses del ma (el intervalo, el espacio negativo) y el kata (la forma prescrita). El ma se manifiesta en el espacio entre la tela y el cuerpo, en la revelación sutil de la nuca—considerada un punto de gran erotismo en la cultura japonesa—y en la manera en que la tela se abre al caminar. El kata es el riguroso protocolo de vestimenta, el orden inviolable de las capas y los nudos. Dominar este kata no es solo aprender a vestirse; es internalizar un sistema de etiqueta y pensamiento.

En un mundo obsesionado con la velocidad, la novedad y la individualidad, el KIMONO permanece como un testimonio de valores alternativos: paciencia, tradición, contención y una belleza que no reside en el cuerpo, sino en el espacio conceptual y social que el cuerpo ocupa. No es una prenda para ser usada, sino una forma para ser habitada. Es un traje para el alma colectiva de una cultura

CÁPSULA JAPONESA No. 6:  SHIBUMI es la elegancia que no se anuncia, la belleza que no busca ser mirada, la perfección qu...
15/10/2025

CÁPSULA JAPONESA No. 6: SHIBUMI es la elegancia que no se anuncia, la belleza que no busca ser mirada, la perfección que no pretende ser perfecta. En el corazón de Japón, shibumi no es una palabra: es un suspiro que atraviesa siglos, una filosofía que habita entre las cosas, un modo de estar en el mundo sin ruido.

El SHIBUMI vive en la sobriedad de una taza de té, en la aspereza noble del bambú envejecido, en la tinta que se detiene justo antes de tocar el borde del papel. Es una estética que honra lo sutil, lo sencillo, lo sereno. Pero no se trata de pobreza ni de ausencia: SHIBUMI es plenitud sin ostentación, profundidad sin dramatismo, sofisticación sin artificio. Es el arte de que algo sea tan naturalmente hermoso que parece haber nacido así, sin esfuerzo ni intención.

Hay SHIBUMI en el rostro del anciano que sonríe sin necesidad de palabras, en la piedra del jardín cubierta de musgo que no compite con la flor del cerezo. Hay SHIBUMI en el kimono gastado por el tiempo, en el poema que no dice todo pero deja resonando su eco en el alma. Es el dominio de la forma cuando ya no se busca dominarla, la gracia que surge cuando el ego se ha retirado del escenario.

Vivir con SHIBUMI es caminar por la vida con pasos que no dejan huella, pero transforman el aire. Es la serenidad de quien ya no necesita más de lo esencial. Es encontrar grandeza en lo pequeño, profundidad en lo cotidiano, belleza en lo que otros pasan por alto. Es una invitación a despojarse, a dejar caer el exceso, a escuchar el ritmo callado de lo que simplemente es.

En un mundo que grita, SHIBUMI susurra. En una época de brillo artificial, shibumi elige la penumbra donde la mirada descansa. Es una rebelión silenciosa contra el ruido del exceso, una elegancia nacida del alma. A veces se confunde con la humildad, pero en realidad es sabiduría. Quien alcanza SHIBUMI ya no busca reconocimiento, porque su belleza interior se sostiene por sí misma, como una montaña invisible.

SHIBUMI no se aprende, se revela. Surge cuando dejamos de intentar ser algo y simplemente somos. Es el arte de lo natural, la sofisticación de lo inevitable. En su quietud hay una fuerza contenida, como el viento que no se ve pero hace bailar a los cerezos.

Vivir con SHIBUMI es elegir la calma sobre la prisa, la esencia sobre la forma, la verdad sobre la apariencia. Es un recordatorio de que lo más bello del mundo no grita, no brilla, no se impone: solo respira, discretamente, en el silencio perfecto de lo eterno.

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