22/11/2025
HANS KÜNG, SU HONESTIDAD INTELECTUAL Y EL PROBLEMA DE LOS ESPACIOS DE EDUCACIÓN TEOLÓGICA EN AMÉRICA LATINA
Hans Küng, si algunos lo desconocen, fue acaso el primer teólogo europeo que expuso abiertamente la incompatibilidad del sistema comunista con principios tan caros a la civilización moderna como los derechos humanos y las mismas libertades religiosas, en tiempos, precisamente, en que gran parte de la "intelligentsia teológica primermundista", entre ellos, el gran Karl Barth, preferían no pronunciarse sobre este siniestro esquema, arguyendo, incomprensiblemente, que al tratarse de una ideología materialista, no había espacio en ésta para la confrontación evangélica. Del mismo modo, Küng también sacó a la luz el "viacrucis" de la iglesia cristiana tras la así llamada "Cortina de Hierro", cuando la propia teología de la liberación jamás nunca condenó y ni siquiera se refiero a todo aquello.
Pues bien, y a propósito de lo anterior nos preguntamos: ¿Por qué, entonces, y a la luz de todo lo que hoy sabemos sobre el comunismo, y el mismo fatal impacto de éste en nuestro propio continente, el ideologismo de una izquierda radical ha comenzado a ganar tantos adeptos en el marco del protestantismo evangelical de América Latina? ¿No resulta todo aquello una suerte de esquizofrenia histórica, una especie de negacionismo patológico, cuando no un entregarse tal como el desquiciado masoquista, ya exultante al verdugo, precisamente a aquello que ha sido lo cristofóbico por excelencia? Habrán por supuesto muchas explicaciones a ensayar respecto a tan incomprensible, si no, suicida, comportamiento. Yo, al menos, puedo aquí adelantar como una de ellas, la absoluta marginalidad cultural e intelectual, ¡teologal!, si se quiere, de la que sempiternamente se ha resentido el mundo evangélico de América Latina, producto precisamente del influjo de su herencia misional, para la cual la educación teológica en el marco de la actividad universitaria, es decir, más allá de la consabida figura del instituto o el seminario evangelical, nunca fue ni ha sido una meta a alcanzar, en la medida, por supuesto, en que ni esta misma herencia se hallaba familiarizada con tal académica actividad.
Bajo tal estado de cosas, se entenderá, institutos y seminarios, cuyo prácticamente único objetivo apuntaba a la formación pastoral, al trabajo evangelístico, o a resguardar, y en el caso de las re-ortodoxias, la segura formulación proposicional, sólo podían apelar a que el comunismo era malo, casi del mismo modo como lo era el fumar, tomar alcohol, ir al cine, participar en la actividad política, bailar. Ahora bien, nobleza nos obliga aquí a responder con absoluta honestidad: ¿A cuántos de los que iniciamos nuestra carrera teológica en este tipo espacios de “adoctrinación” evangélica (pido perdón por el neologismo), se nos introdujo alguna vez de un modo informado y profundo en aquellos escritos tanto de Marx como de Lenin, que hacían la esencia de la ideología comunista y desvelaban, al mismo tiempo, aquel profundo desprecio y virulenta degradación por el cristianismo y en general por la religión en este siniestro sistema? ¿A cuántos se nos dio la oportunidad de tener acceso a materiales tan fundamentales para comprender la idea de Marx sobre la religión y en especial el cristianismo como sus “Manuscritos económico-filosóficos”, o su misma “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel” o, incluso más, el escrito de Lenin “Acerca de la religión”, apoteosis misma de un ateísmo cuyo objetivo militante y manifiesto no es otro sino eliminar todo vestigio de religión, haciendo, precisamente del comunismo, la única y verdadera religión de los obreros? ¿Y qué decir de Gramsci, la Escuela de Francfort o los mismos teóricos del socialismo de América Latina como Laclau y sus consortes?
La respuesta, a decir verdad, no se hace mucho esperar, a ninguno. En efecto, a ninguno de los que iniciamos nuestra carrera teológica bajo aquella modalidad de educación evangelical, se nos preparó para enfrentar aquella hegemonía cultural que se nos veía venir ya prontamente encima, aquel pensamiento único que ya pronto se nos habría de imponer como única alternativa tanto en lo privado como en lo estructural.
Y, desde luego, tal hegemonía cultural, tal ideología dominante, tal pensamiento único es ahora mismo, hoy en día, la realidad presente que todo lo colma y lo contamina, cada espacio público, cada espacio institucional. Una ruinosa realidad, digámoslo, para la que el mundo evangélico de América Latina nunca fue preparado para anticipar menos para repeler y confrontar. Así las cosas, ¿podría alguien sentirse realmente sorprendido hoy al constatar cómo un gran porcentaje de la actual generación de evangélicos de América Latina se rinde dócilmente ante esta ideología, sin mayor margen de conflicto o criticidad, si ha nacido prácticamente en días en que los contenidos y reivindicaciones de su programa y agenda son lo verdaderamente canónico, normativo, oficial?
Y, por lo mismo, ¿podríamos sentirnos escandalizados de que este mismo porcentaje de evangélicos de esta generación actual, abrace con un fervor prácticamente del converso religioso, los eslóganes del progresismo teológico, muchos de ellos aprendidos precisamente en los nuevos espacios de educación teológica, si en estos cree poder encontrar aquello que los antiguos modelos educativos privó al mundo evangélico, esto es, una educación a un nivel supuestamente universitario, ¡la acreditación!, profesores con un claro dominio de su materia y erudición, en otras palabras, superar por fin aquel estigma que siempre ha pesado sobre el mundo evangélico latinoamericano, y que dice relación con que este no reporta más que la marginalidad y la periferia social, cultural e intelectual de la vida, aunque, en realidad, jamás llegue a descubrir que con lo que realmente se encuentra allí no es más que con groseros activistas de izquierda, disfrazados sagazmente de teólogos y biblistas, y con un tipo de erudición que en realidad no consiste más que en subvertir a las ciencias bíblicas y teológicas en un mero sociologismo de izquierda, un arsenal increíble de eslóganes y galimatías de esta misma procedencia, además, por cierto, de toda una pléyade de diversas poses y consignas de rebeldía, pero que de dejan extasiado, impresionado y anonadado a nuestro joven estudiante evangélico, que cree así que por fin puede superar aquel fundamentalismo del que tanto se desea desligar, sin sospechar ni mucho menos que lo que ha hecho es simplemente reemplazar un mero fundamentalismo por otro, y en este caso, por uno cuya perversión y sagacidad no se compara en nada al primero, en tanto, representa la ideología por excelencia del mal?
Puedo resultar ya absolutamente majadero, acusación de la que no reniego, pero pienso que el mejor aliado del progresismo y el ideologismo siniestro de la izquierda cultural, ha sido precisamente aquel fundamentalismo evangelical, en la medida no ha hecho más que embrutecer y alienar precisamente a este mismo mundo evangélico, recluyéndolo simplemente en un mundo inocuo y paralelo, "espiritual".
HANS KÜNG, SU HONESTIDAD INTELECTUAL Y EL PROBLEMA DE LOS ESPACIOS DE EDUCACIÓN TEOLÓGICA EN AMÉRICA LATINA
Hans Küng, si algunos lo desconocen, fue acaso el primer teólogo europeo que expuso abiertamente la incompatibilidad del sistema comunista con principios tan caros a la civilización moderna como los derechos humanos y las mismas libertades religiosas, en tiempos, precisamente, en que gran parte de la "intelligentsia teológica primermundista", entre ellos, el gran Karl Barth, preferían no pronunciarse sobre este siniestro esquema, arguyendo, incomprensiblemente, que al tratarse de una ideología materialista, no había espacio en ésta para la confrontación evangélica. Del mismo modo, Küng también sacó a la luz el "viacrucis" de la iglesia cristiana tras la así llamada "Cortina de Hierro", cuando la propia teología de la liberación jamás nunca condenó y ni siquiera se refiero a todo aquello.
Pues bien, y a propósito de lo anterior nos preguntamos: ¿Por qué, entonces, y a la luz de todo lo que hoy sabemos sobre el comunismo, y el mismo fatal impacto de éste en nuestro propio continente, el ideologismo de una izquierda radical ha comenzado a ganar tantos adeptos en el marco del protestantismo evangelical de América Latina? ¿No resulta todo aquello una suerte de esquizofrenia histórica, una especie de negacionismo patológico, cuando no un entregarse tal como el desquiciado masoquista, ya exultante al verdugo, precisamente a aquello que ha sido lo cristofóbico por excelencia? Habrán por supuesto muchas explicaciones a ensayar respecto a tan incomprensible, si no, suicida, comportamiento. Yo, al menos, puedo aquí adelantar como una de ellas, la absoluta marginalidad cultural e intelectual, ¡teologal!, si se quiere, de la que sempiternamente se ha resentido el mundo evangélico de América Latina, producto precisamente del influjo de su herencia misional, para la cual la educación teológica en el marco de la actividad universitaria, es decir, más allá de la consabida figura del instituto o el seminario evangelical, nunca fue ni ha sido una meta a alcanzar, en la medida, por supuesto, en que ni esta misma herencia se hallaba familiarizada con tal académica actividad.
Bajo tal estado de cosas, se entenderá, institutos y seminarios, cuyo prácticamente único objetivo apuntaba a la formación pastoral, al trabajo evangelístico, o a resguardar, y en el caso de las re-ortodoxias, la segura formulación proposicional, sólo podían apelar a que el comunismo era malo, casi del mismo modo como lo era el fumar, tomar alcohol, ir al cine, participar en la actividad política, bailar. Ahora bien, nobleza nos obliga aquí a responder con absoluta honestidad: ¿A cuántos de los que iniciamos nuestra carrera teológica en este tipo espacios de “adoctrinación” evangélica (pido perdón por el neologismo), se nos introdujo alguna vez de un modo informado y profundo en aquellos escritos tanto de Marx como de Lenin, que hacían la esencia de la ideología comunista y desvelaban, al mismo tiempo, aquel profundo desprecio y virulenta degradación por el cristianismo y en general por la religión en este siniestro sistema? ¿A cuántos se nos dio la oportunidad de tener acceso a materiales tan fundamentales para comprender la idea de Marx sobre la religión y en especial el cristianismo como sus “Manuscritos económico-filosóficos”, o su misma “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel” o, incluso más, el escrito de Lenin “Acerca de la religión”, apoteosis misma de un ateísmo cuyo objetivo militante y manifiesto no es otro sino eliminar todo vestigio de religión, haciendo, precisamente del comunismo, la única y verdadera religión de los obreros? ¿Y qué decir de Gramsci, la Escuela de Francfort o los mismos teóricos del socialismo de América Latina como Laclau y sus consortes?
La respuesta, a decir verdad, no se hace mucho esperar, a ninguno. En efecto, a ninguno de los que iniciamos nuestra carrera teológica bajo aquella modalidad de educación evangelical, se nos preparó para enfrentar aquella hegemonía cultural que se nos veía venir ya prontamente encima, aquel pensamiento único que ya pronto se nos habría de imponer como única alternativa tanto en lo privado como en lo estructural.
Y, desde luego, tal hegemonía cultural, tal ideología dominante, tal pensamiento único es ahora mismo, hoy en día, la realidad presente que todo lo colma y lo contamina, cada espacio público, cada espacio institucional. Una ruinosa realidad, digámoslo, para la que el mundo evangélico de América Latina nunca fue preparado para anticipar menos para repeler y confrontar. Así las cosas, ¿podría alguien sentirse realmente sorprendido hoy al constatar cómo un gran porcentaje de la actual generación de evangélicos de América Latina se rinde dócilmente ante esta ideología, sin mayor margen de conflicto o criticidad, si ha nacido prácticamente en días en que los contenidos y reivindicaciones de su programa y agenda son lo verdaderamente canónico, normativo, oficial?
Y, por lo mismo, ¿podríamos sentirnos escandalizados de que este mismo porcentaje de evangélicos de esta generación actual, abrace con un fervor prácticamente del converso religioso, los eslóganes del progresismo teológico, muchos de ellos aprendidos precisamente en los nuevos espacios de educación teológica, si en estos cree poder encontrar aquello que los antiguos modelos educativos privó al mundo evangélico, esto es, una educación a un nivel supuestamente universitario, ¡la acreditación!, profesores con un claro dominio de su materia y erudición, en otras palabras, superar por fin aquel estigma que siempre ha pesado sobre el mundo evangélico latinoamericano, y que dice relación con que este no reporta más que la marginalidad y la periferia social, cultural e intelectual de la vida, aunque, en realidad, jamás llegue a descubrir que con lo que realmente se encuentra allí no es más que con groseros activistas de izquierda, disfrazados sagazmente de teólogos y biblistas, y con un tipo de erudición que en realidad no consiste más que en subvertir a las ciencias bíblicas y teológicas en un mero sociologismo de izquierda, un arsenal increíble de eslóganes y galimatías de esta misma procedencia, además, por cierto, de toda una pléyade de diversas poses y consignas de rebeldía, pero que de dejan extasiado, impresionado y anonadado a nuestro joven estudiante evangélico, que cree así que por fin puede superar aquel fundamentalismo del que tanto se desea desligar, sin sospechar ni mucho menos que lo que ha hecho es simplemente reemplazar un mero fundamentalismo por otro, y en este caso, por uno cuya perversión y sagacidad no se compara en nada al primero, en tanto, representa la ideología por excelencia del mal?
Puedo resultar ya absolutamente majadero, acusación de la que no reniego, pero pienso que el mejor aliado del progresismo y el ideologismo siniestro de la izquierda cultural, ha sido precisamente aquel fundamentalismo evangelical, en la medida no ha hecho más que embrutecer y alienar precisamente a este mismo mundo evangélico, recluyéndolo simplemente en un mundo inocuo y paralelo, "espiritual".