10/10/2025
El hombre equivocado te drena mientras lo llama “amor”.
Te ve cargar con lo emocional, lo mental, lo económico… y en lugar de ayudarte, te aplaude la fortaleza.
Como si fuera algo digno de admirar el verte desbordada, con el alma al límite, sobreviviendo con la sonrisa rota.
Como si fuera un mérito ser el motivo por el que una mujer tuvo que hacerse de acero.
Ese tipo de hombre confunde tu resistencia con paz, tu silencio con conformidad, tu cansancio con frialdad.
Te ve partirte en mil pedazos y aún así exige dulzura, entrega, calma.
Quiere una mujer que lo ame como una madre, que lo entienda sin pedir nada, que no se queje, que siempre esté bien.
Pero dime tú, ¿cómo puede haber paz en una mujer que vive en modo supervivencia?
El hombre correcto es distinto.
No necesita que tú puedas con todo.
Sabe que puedes… pero no lo permite.
No porque piense que eres débil, sino porque entiende que no viniste a cargar con nadie.
El hombre correcto iguala tu energía: te sostiene sin competir, te acompaña sin dominar, te mira sin exigirte ser menos para que él brille más.
No te deja sola con la vida mientras se acomoda en el amor que tú construyes a pulso.
Porque un verdadero compañero no observa desde la orilla:
se mete al agua contigo.
Nada contigo.
Te impulsa cuando te cansas.
Y te recuerda que descansar no es rendirse, es también una forma de seguir.
El amor no debería ser una prueba de resistencia femenina,
sino una danza donde ambos se sostienen.
Y aunque ella sea fuerte, independiente, autosuficiente… también quiere poder exhalar sin miedo.
También quiere saber que si un día se quiebra, no va a caer sola.
Así que, señores:
si quieren una mujer suave, denle seguridad.
Si quieren que los admire, háganlo con acciones.
Y si quieren que se apoye en ustedes…
sean el tipo de hombre que puede cargar con ella,
no el que la obliga a cargar con todo.