22/11/2025
El aire olía a azufre.
Los perros ladraban sin razón.
El suelo vibraba como si la tierra quisiera hablar.
A pocos kilómetros, un anciano llamado Plinio el Viejo, comandante de la flota romana y uno de los científicos más respetados de su tiempo, observaba el cielo oscurecerse.
Una columna gigantesca emergía del Vesubio.
Sus soldados temblaban.
Los ciudadanos corrían desesperados.
Muchos no pensaban en salvar su vida, sino sus posesiones:
joyas, pergaminos, monedas, estatuillas, ropa…
cosas.
Plinio vio a una mujer arrodillada, llorando porque no podía cargar todos sus cofres.
Y entonces dijo algo que su sobrino, Plinio el Joven, registró para la historia:
—“Abandónalo todo. La vida es lo único que no se reemplaza.”
Pero ella dudó.
Temía perder sus bienes.
Temía quedarse sin nada.
Temía soltar.
Horas después, cuando la ceniza lo cubrió todo, Plinio murió ayudando a otros a escapar, fiel a su deber.
La mujer que quiso salvar sus cofres… no sobrevivió.
Lo que creía que le pertenecía fue, precisamente, lo que la encadenó.
🧠 Enseñanza estoica
Nos aferramos a lo que creemos “nuestro”:
cosas, éxitos, posiciones, incluso personas.
Pero nada es realmente nuestro.
Todo nos es prestado por un tiempo.
Marco Aurelio lo dijo mejor que nadie:
“¿Qué es lo que temes tanto perder, cuando nada en este mundo te pertenece?”
Las posesiones se rompen,
el dinero cambia de manos,
los títulos se olvidan,
los cuerpos envejecen,
las vidas se separan.
La libertad empieza cuando entiendes que lo único que puedes poseer de verdad es tu carácter,
tu virtud,
tu capacidad de soltar.
Deja ir lo que te pesa.
Aprecia lo que tienes sin creer que te define.
Porque lo que intentas retener con miedo…
es justamente lo que te retiene a ti.