22/10/2025
¿Nacemos para pelear o aprendemos a hacerlo? 🕵🏻♀️
¿Nacemos para pelear o aprendemos a hacerlo?
Por Redacción Nota Antropológica
La pregunta sobre si el ser humano nace con la capacidad de hacer daño o la aprende al vivir en sociedad ha acompañado a la ciencia por décadas. Yves Christen, biólogo de origen francés, propone que la agresividad no es un defecto moral, sino una parte natural de la vida. Según su análisis, cada impulso humano tiene raíces biológicas que se transforman mediante la cultura. La manera en que nos relacionamos con ese impulso define si se convierte en violencia o si se mantiene como una forma de defensa o regulación social.
Christen distingue entre agresividad y violencia. La primera es una reacción que comparten muchos animales para conservar su territorio o establecer jerarquías. Es una herramienta de supervivencia. La segunda es un fenómeno humano que surge cuando esa energía se organiza culturalmente para dominar, castigar o eliminar a otros. La violencia es, entonces, el uso simbólico y aprendido del daño.
Durante siglos, la idea del “buen salvaje” llevó a pensar que el ser humano era pacífico por naturaleza y que la civilización lo había corrompido. Las investigaciones sobre comportamiento animal y humano demuestran lo contrario. Los enfrentamientos, las disputas por recursos y la defensa del grupo existen desde los primeros homínidos. Incluso en comunidades consideradas pacíficas se han registrado agresiones o muertes entre sus miembros. No es la cultura la que inventa el conflicto, pero sí la que lo convierte en arma.
El autor explica que la agresividad puede servir para mantener el orden. Permite reconocer límites, equilibrar tensiones y establecer liderazgos sin llegar al exterminio. En cambio, la violencia rompe esos equilibrios. Nace cuando la cultura legitima el daño, cuando la tecnología lo amplifica o cuando las ideologías lo justifican. El paso de un impulso biológico a un acto destructivo ocurre cuando la razón humana convierte la defensa en estrategia.
El dilema surge porque esa capacidad de agresión no puede eliminarse. Está inscrita en el cuerpo, en las emociones, en los reflejos. Lo que puede transformarse es su sentido. La cultura decide si canaliza la energía agresiva hacia la cooperación o si la usa para reproducir el poder y la desigualdad. El problema, entonces, no es la existencia del impulso, sino su dirección.
Christen advierte que la violencia organizada —como la guerra, la represión o el castigo— es una creación cultural que utiliza una base biológica para fines sociales o políticos. Se apoya en símbolos, discursos y mecanismos de legitimación que hacen que el daño parezca necesario o incluso justo. La biología explica el origen del impulso, pero la cultura decide su destino.
La investigación invita a pensar que el ser humano vive en una frontera constante entre naturaleza y cultura. La agresividad puede mantener la vida o destruirla, según el contexto en que se exprese. Lo que hace la diferencia no es el instinto, sino la forma en que aprendemos a controlarlo o a justificarlo.
Entonces, ¿tú qué piensas? ¿La violencia es una herencia inevitable de nuestro cuerpo o una construcción que podríamos desaprender si cambiamos nuestras costumbres y creencias?
Fuente:
Christen, Y. (1989). El hombre biocultural: De la molécula a la civilización. Madrid: Cátedra.