28/10/2025
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INTOLERANCIA A LA LACTOSA
Tu bebé debe ser intolerante a la lactosa, por eso tiene tantos gases…”
Es una frase que se escucha con frecuencia. En el consultorio, en los grupos de mamás, en los pasillos del hospital. Y, lamentablemente, también es una de las razones más comunes por las que muchas madres dejan de amamantar antes de tiempo.
Pero esta afirmación es falsa. Vamos a explicarlo sin tecnicismos, con lo que realmente importa: entender cómo funciona el cuerpo del bebé.
La lactosa no es el enemigo
La lactosa es un azúcar natural presente en la leche de todos los mamíferos.
Está compuesta por dos moléculas —glucosa y galactosa— que deben separarse para poder ser absorbidas.
Esa separación la hace una enzima llamada lactasa, que vive en el intestino delgado.
La leche humana tiene más lactosa que cualquier otra leche. Más que la de vaca, cabra u oveja.
Y eso no es casualidad: la lactosa es la fuente principal de energía del bebé durante el primer año de vida, además de favorecer el desarrollo cerebral.
Así que si la leche materna tiene más lactosa que las demás, pero fue diseñada biológicamente para tu bebé, ¿por qué suspenderla?
Gases, cólicos y madurez intestinal
Durante las primeras semanas de vida, el sistema digestivo del bebé aún está inmaduro.
Está aprendiendo a coordinar su digestión, a absorber, a reconocer bacterias buenas y malas.
En ese proceso puede haber gases, evacuaciones más blandas, incluso molestias pasajeras.
Pero eso no significa intolerancia a la lactosa.
En la mayoría de los casos se trata de una etapa transitoria que se resuelve con el tiempo, a medida que el intestino madura. No requiere suspender la lactancia, ni cambiar a fórmulas sin lactosa, ni mucho menos culpar a la leche materna.
De hecho, los bebés verdaderamente intolerantes a la lactosa desde el nacimiento son rarísimos.
Tan raros que casi no se ven en la práctica clínica.
Ocurre solo cuando hay una mutación genética que impide producir lactasa, y eso se detecta de inmediato con cuadros muy graves, no con “gases”.
En la naturaleza, todos los mamíferos producen lactasa mientras son lactantes.
Después del destete, dejan de producirla, porque ya no necesitan leche.
El ser humano fue una excepción: hace más de 10,000 años, al domesticar animales y consumir leche más allá de la infancia, algunas poblaciones desarrollaron mutaciones que mantuvieron la producción de lactasa en la edad adulta.
Por eso hoy hay regiones del mundo con más tolerancia a la lactosa (como el norte de Europa) y otras con más intolerancia (como Asia o América Latina).
Pero incluso en los intolerantes, no significa que la leche sea dañina: depende de la cantidad, la adaptación y la microbiota intestinal.
Otro punto importante: la intolerancia a la lactosa no es lo mismo que la alergia a la proteína de la leche de vaca.
La primera es un problema con los carbohidratos; la segunda, una reacción inmunológica a las proteínas (como la caseína).
Y aunque los síntomas digestivos pueden confundirse, el abordaje es completamente distinto.
Suspender la lactancia por sospecha de intolerancia sin una valoración médica solo priva al bebé del alimento más completo que existe.
En la mayoría de los casos, lo que ocurre es simple: el bebé está madurando.
Su sistema digestivo se adapta, su microbiota se equilibra, y en cuestión de semanas los gases disminuyen.
A los dos o tres meses, lo que antes parecía un gran problema, desaparece.
No fue la fórmula sin lactosa lo que lo “curó”.
Fue el tiempo, la madurez, la constancia… y una madre que siguió confiando en su leche.
La lactosa no es el problema.
El problema es la desinformación que lleva a suspender la lactancia por miedo.
Tu bebé no necesita una fórmula “especial”.
La naturaleza ya lo diseñó todo: la leche materna es el alimento perfecto, incluso con lactosa.