21/12/2024
El psicoanálisis, ya desde su invención freudiana como respuesta a la declinación del Nombre del Padre, propone así una mutación del discurso del amo clásico que es también una salida del discurso capitalista: una invención subjetiva que no se sostiene ni del clásico y declinado Edipo ni del narcisismo, sus vestiduras y sus espejos, proponiendo un uso más digno del significante amo: ni el que comanda vociferando ni el que es usado cínicamente. Una invención singular, producto de un encuentro amoroso, la transferencia analítica.
En esta mutación no se pierde la lógica discursiva, ni la referencia al imposible o a la castración, que se localiza en la doble barra inferior del discurso. Mantiene la flecha que se dirige desde el sujeto dividido hacia el S1, por lo que se propone como un tratamiento posible del sujeto del discurso capitalista. ¿En qué consiste dicho tratamiento?
El analista no se sostiene de ningún ideal, de ningún S1. Su propia experiencia analizante lo ha llevado al encuentro con lo más real de la estructura del ser hablante, su ser de objeto resistente tanto a las dimensiones simbólicas como imaginarias de la experiencia del ser hablante, allí donde reside lo que no cesa de no inscribirse, lo que solo puede manifestarse como agujero o falta, lapsus, una equivocación. Ha descubierto que el amor es un nombre de esa falla, por la que ese objeto real, resto, puede pasar a funcionar como causa del deseo para un sujeto, siempre dividido. Se coloca antes del sujeto, pero no como el gadget- trampa del mercado, que busca suturar momentáneamente la división-, sino que se anticipa, lo espera antes de que se asiente en su espejismo, haciendo presente ese real que no hace más que traer a la sesión la falla estructural que lo habita, allí donde no es, no es uno, no es ese, mucho menos su imagen o su yo.
Encarna esa falla, ese agujero, y se queda allí, presente, en acto –aun-en-cuerpo dirá Lacan- sosteniendo la abertura, la hiancia, el lapsus, la una equivocación. A diferencia del discurso capitalista, pone al sujeto a decir su falta, su falta singular, a decir su síntoma, y a inventarlo diciéndolo. Allí el sujeto se encontrará con las huellas de esas marcas que vinieron del Otro, encontrándose con su inconsciente, con esas ruinas de un saber mítico que se hacen presentes en sus sueños, en sus descuidos, en sus lapsus y sus actos fallidos. El trabajo con su inconsciente le posibilitará producir esas huellas como significantes amo, significantes orientadores de su experiencia subjetiva, significantes que sin embargo no copularán con un saber mítico que restablezca un circuito infernal de alimentación del sentido –siempre religioso y paterno- del síntoma (lo que ocurre en el discurso del amo clásico), pero tampoco con el saber científico, forclusivo del sujeto. Por el contrario, en la experiencia analítica se tratará de realizar la experiencia de la castración, liberadora del narcisismo y sus espejos.
Nieves Soria