05/02/2025
“A la agresión, a la destrucción y también, por ende, a la crueldad” continúa Lacan.
Freud considera que en todos los seres humanos existe una fuerza interior que tiende a la destrucción: “el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad”.
El ser humano tiene una cuota de agresividad que es imposible de eliminar, si bien puede canalizarse de diferentes maneras.
Según Freud, mientras en las sociedades primitivas la agresividad tendía a descargarse en el exterior, en nuestra sociedad “civilizada” se ha logrado que gran parte de esa agresividad sea interiorizada, dirigida hacia dentro, estructurada a través del superyó que nos juzga y nos castiga constantemente.
Con la religión surge una serie de mandamientos que intentan ordenar la agresividad constitutiva con órdenes divinos del tipo “ame al prójimo como a sí mismo”.
La agresividad aparece en nuestra sociedad a través del bullying, en el odio de los haters, en los chismes contra un otro al que se critica, en la humillación, en el maltrato. Pero también en la “auto-destrucción”, como agresividad dirigida hacia uno mismo.
Es importante conocer cómo tramitamos nuestra agresividad, y de qué manera logramos minimizar el daño hacia los otros y hacia nosotros mismos.
Les comparto una cita de Freud en una carta a Einstein: “Usted se asombra de que sea tan fácil incitar a los hombres a la guerra y supone que existe en los seres humanos un principio activo, un instinto de odio y de destrucción dispuesto a acoger ese tipo de estímulo. Creemos en la existencia de esa predisposición en el hombre”.
En esa misma carta, Freud indica que si la propensión a la guerra es producto de un desborde de la pulsión de destrucción, “lo natural será apelar a su contraria, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra”.
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