Entre paréntesis

Entre paréntesis Un espacio de opinión que invita al diálogo, a debatir y a hablar de lo que comúnmente no se habla.

¿Este pollo de plástico es o no es juguete?Por un lado fue construido como juguete pero por otro lado se usa como timbre...
22/10/2025

¿Este pollo de plástico es o no es juguete?
Por un lado fue construido como juguete pero por otro lado se usa como timbre.

¿Ud. qué opina?

A veces lo que más duele no es el final, sino el aviso.Esa sensación de que algo se acaba y todavía no sabemos si agrade...
21/10/2025

A veces lo que más duele no es el final, sino el aviso.
Esa sensación de que algo se acaba y todavía no sabemos si agradecer o suplicar un poco más de tiempo.

La encapuchada no solo anuncia la muerte: encarna ese límite que nos recuerda que todo deseo tiene caducidad. Frente a ella, el sujeto protesta “¡no se vale ilusionar!” como si la ilusión fuera un engaño y no la fuerza vital que nos empuja a movernos, incluso hacia lo inevitable.

Freud lo dijo alguna vez: el amor y la muerte son impulsos gemelos. Uno construye sentido; el otro lo arranca. Pero ambos nos mantienen vivos mientras creemos que aún hay algo por decir.

Quizá no se trata de evitar el final, sino de aprender a mirarlo sin perder la ternura del comienzo.

Ilustración de Los Romanticos Pendejos

Que mello
16/10/2025

Que mello

Sustos que dan… espera, que?
15/10/2025

Sustos que dan… espera, que?

Regios vs... la publicidad (?)Por Antonio Quiñones Si han pasado por el centro de Monterrey y sus alrededores, a donde v...
13/10/2025

Regios vs... la publicidad (?)
Por Antonio Quiñones

Si han pasado por el centro de Monterrey y sus alrededores, a donde volteen, les apuesto que han visto esta imagen del gobernador...

En algún punto entre los anuncios de las paradas del camión, puentes peatonales y las lonas en los edificios del centro de Monterrey, el león minimalista (aquel que presentó al principio de su administración) empezó a devorar el viejo escudo de Nuevo León. Hoy, su leoncito se asoma en escuelas, dependencias, camiones, programas y comunicados oficiales. Ya no se trata solo de un logotipo: es una marca que intenta envolver a toda una administración bajo la promesa de modernidad, juventud y eficiencia. Pero cuando el Estado se pinta con los colores de un partido, ¿a quién pertenece realmente el símbolo?

Lo que alguna vez representó lo público (el escudo, los sellos, los nombres institucionales) ha sido sustituido por una narrativa corporativa. Ahora, los gobiernos no gobiernan: gestionan marcas. Los informes se vuelven campañas, los ciudadanos se vuelven audiencias para remedos de “influencers” jugando a ser políticos, y el ejercicio público se traduce en estrategias de posicionamiento. En el Nuevo León del 2025, la política ya no se mide por resultados, sino por alcance y engagement.

No es un fenómeno local. Ocurre en todo el país, y más allá de él. La cultura política contemporánea se ha rendido ante la lógica de la mercadotecnia: vender una imagen más que sostener una idea. El político ya no busca convencer, sino agradar; no gobierna con palabra, sino con “lives”. Lo inquietante no es la publicidad en sí, sino su efecto anestésico: mientras el ciudadano admira la estética, olvida preguntar por la ética.

En un Estado donde el color del gobierno cambia con cada administración, el riesgo es que las instituciones se vuelvan desechables. Cada sexenio llega con un nuevo logo, una nueva tipografía y un eslogan distinto. La continuidad se sacrifica en nombre del rebranding político. Así, la identidad de Nuevo León no se construye desde su historia, sino desde la próxima campaña. Cada color cubre al anterior, cada lema borra al que vino antes. Lo que debería ser pertenencia se convierte en mercancía.

Y sin embargo, la ciudadanía sigue participando en el juego. Lo decimos sin notarlo: “el león del gobierno”, “los naranjas”, “el nuevo Nuevo León”. Repetimos la consigna como si fuera nuestra, y no la de un grupo en el poder. En las aulas, en los oficios, en los papeles oficiales, el lenguaje corporativo se filtra hasta volverse sentido común. En lugar de preguntarnos qué significa el símbolo, lo reproducimos.

Quizá el poder contemporáneo ya no necesite imponerse; le basta con volverse deseable. Que nos tomemos fotos con ellos, que lo compartamos, que lo vistamos, que lo digamos con orgullo. El marketing político descubrió que la mejor forma de controlar la opinión pública no es censurarla, sino seducirla. Por eso las lonas son tan brillantes, los leones tan limpios y los mensajes tan breves: todo está diseñado para sentirse cercano, para parecer parte de nosotros.

Pero cuando el poder se disfraza de marca, lo público deja de ser de todos para volverse propiedad intelectual. La frontera entre gobierno y partido se diluye; la rendición de cuentas se sustituye por el “branding”; el ciudadano deja de exigir para empezar a consumir. Y así, sin darnos cuenta, la identidad de un estado termina reducida a un color, a un logo, a un spot.

Tal vez solo hay que recordarlo: un gobierno no es una marca. Un informe no es un lanzamiento. Y una sociedad no se fortalece repitiendo lemas, sino cuestionándolos. Porque si el león naranja acaba devorando los símbolos que nos representaban a todos, lo que se pierde no es solo el escudo: se pierde también la idea de comunidad que debería sostenerlo.

Imagina que...
10/10/2025

Imagina que...

Regios vs Recuerdos de la InfanciaPor Antonio Quiñones. Imagina que estas en la carnita asada con la banda , el olor a c...
10/10/2025

Regios vs Recuerdos de la Infancia
Por Antonio Quiñones.

Imagina que estas en la carnita asada con la banda , el olor a carbón y flecha flotando en el aire, y de pronto surge una conversación sobre cómo eran irte a Galerías Monterrey a jugar en las maquinitas, o aquel jingle inolvidable de Julio Cepeda que aun sigue vigente y que pronto dejará de estar. Quizá alguien recuerde el legendario Jungle Jim’s, o la primera vez que de la escuela te llevaron al planetario Alfa. Por mencionar algunos.

Como terapeuta, puedo decir que la nostalgia es un sentimiento complejo: no es solo extrañar algo, sino volver a conectar con nuestra historia, con momentos que nos formaron, con las sensaciones que nos hicieron sentir vivos, seguros y felices. Freud nos dice que los recuerdos del pasado pueden ocupar un lugar intenso en nuestra vida psíquica, y Milan Kundera lo expresó bellamente: “La nostalgia no es más que el anhelo de un tiempo en que éramos felices, aunque no fuéramos conscientes de ello.”

La nostalgia en pequeñas dosis puede ser gratificante, como ese dulcito que te dan en los tacos luego de echarte dos ordenes con la coquita en vidrio. Nos permite visitar el pasado sin quedarnos atrapados en él. Recordar esos lugares, esas canciones, esas comidas, nos da una especie de refugio afectivo, nos conecta con nuestra identidad y nos permite reír, compartir historias y reconocernos en la memoria de los demás. Nos recuerda que hemos vivido, que hemos cambiado, y que ciertos momentos tienen un valor único.

Sin embargo, hay que tener cuidado: quedarse demasiado tiempo en la nostalgia puede encasillarnos, hacernos pensar que lo de antes siempre fue mejor y dificultar la experiencia del presente. Salvo el tráfico, claro, que ese sí estaba mejor antes. La clave está en usar la nostalgia como un vistazo, una visita corta al pasado que nos permita disfrutarlo sin vivir allí permanentemente. Como dice la psicóloga Susan David, “Recordar nos ayuda a integrar nuestra identidad y proyectarnos hacia el futuro con más sentido.”

Por eso, regios, podemos recordar las maquinitas de Galerías, las tardes en la Macroplaza, la Tostada Siberia (aún vigente) y los jingles que nos hicieron sonreír, pero con la conciencia de que esos recuerdos son solo un capítulo de nuestra historia. Al final, lo valioso no es compararlo con el presente, sino reconocer que esos momentos, aunque fugaces, nos acompañan y nos han formado. Y quizá, mientras compartimos esas anécdotas en la próxima carnita asada, comprendamos que la nostalgia no es un lugar donde vivir, sino un paisaje que podemos admirar por un rato antes de volver a nuestra realidad.

Pero por supuesto que esto hacemos también los psicólogos. Claro que si.
09/10/2025

Pero por supuesto que esto hacemos también los psicólogos.

Claro que si.

Hay algo profundamente liberador. Bajo un cielo lleno de estrellas (Aquello de todo lo que soñamos alcanzar), nos podemo...
08/10/2025

Hay algo profundamente liberador. Bajo un cielo lleno de estrellas (Aquello de todo lo que soñamos alcanzar), nos podemos decir una frase que desarma cualquier solemnidad: “Nunca te rindas, recuerda que alguien más pendejo que tú pudo.”

Lo que podría ser una motivación superficial, en realidad toca una verdad psíquica: el humor es la defensa más sabia frente al peso del ideal. En lugar de castigarse por no ser “suficiente”, uno puede reírse de su propia torpeza. Freud decía que el humor es la rebelión del yo ante la crueldad del superyó: reírse de uno mismo es una manera de sobrevivir al mandato de la perfección.

Y quizá por eso esta ilustración de Hola Monstruo funciona tan bien. Porque nos recuerda que fallar no nos quita humanidad, nos la devuelve. Que ser “pendejo” no es lo opuesto a poder, sino una forma más honesta de estar en el mundo.

El inconsciente, al final, también sabe reír.

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