16/11/2025
Carta # 6
“Un díagnostico social”
Y de pronto, quien narra ya no está fuera. Estoy aquí, inmerso en el fango de esta realidad. Me hallo frente a la evidencia de lo que solo puede definirse como una psicopatía completa de un cuerpo adiestrado para la estética y el flash.
Soy testigo, y partícipe a veces a mi pesar, de la narcisización de la sociedad. Observo al "cuerpo adiestrado", al individuo programado para valorar la cáscara, el impacto inmediato y vacuo, por sobre la sustancia, la empatía, la hondura. Es psicopatía porque, en su esencia, es la desconexión patológica del otro: el semejante se desdibuja hasta ser mero espectador, una cifra en un recuento de likes, o un obstáculo en el camino de mi propia y febril exhibición.
Leo en los muros digitales y escucho en el eco de las conversaciones esa "guerra interna y la necesidad de culpar a alguien"... Y comprendo que he topado con la raíz misma del malestar. Es el mecanismo de la proyección en su estado más puro: la incapacidad infantil y colectiva de mirar al interior y reconocer, con un doloroso escalofrío, que lo que se ve afuera es, en gran medida, propio.
Aprendí, en carne propia, que el sistema no es un leviatán abstracto que nos oprime desde las alturas. No. El sistema es el "nosotros" hecho colectivo. Es la suma de nuestros silencios cómplices, de nuestros chismes que envenenan, de nuestra indiferencia elegida, de nuestra decisión diaria de priorizar el destello efímero sobre el tejido sólido de la comunidad.
Somos nosotros alimentando, bocado a bocado, al mismo monstruo que luego señalamos con indignación.
Es una guerra interna precisamente porque la batalla no está en las calles, sino en esa disyuntiva constante que resuena en el pecho de cada uno: la pulseada entre nuestro ser superficial, ese animal adiestrado, y nuestro ser profundo, ese testigo reflexivo que clama por volver a casa.
Narro, pues, un diagnóstico. El cuerpo social es un paciente con un cuadro complejo:
· Cansado y conformista, postrado en el hastío.
· Envenenado por la superficialidad, enfermo de la psicopatía del flash.
· Desgarrado por una guerra civil no declarada, una lucha de proyecciones y culpas.
· Amnésico, habiendo olvidado "la cuna que lo meció", vendiendo su herencia de raíces e identidad por el brillo barato de lo nuevo.
Esta reflexión, -mi reflexión-, no aspira a unirse al coro de los lamentos lastimosos. Su propósito es el opuesto: asumir. Asumir la responsabilidad de señalar un mecanismo del que todos, repito, todos en alguna medida, somos engranajes. Nombrar esta "psicopatía", cartografiar esta "guerra interna", es la labor más ingrata y necesaria: es obligarse a mirar al espejo colectivo y describir la enfermedad con una honestidad que corta como un cuchillo.
Este es el primer paso, el más crucial, para cualquier curación que pretenda ser real. No es un lamento. Es un acto de lucidez radical.
Y tras el diagnóstico, la única receta posible. Lo que es finito, no es importante. Pensemos mejor en lo que es eterno, como el amor... Es más importante la vida misma que perderla en lo absurdo.
Estas palabras son un recordatorio de que, después de tanta disección de la miseria humana, solo la reconexión con lo esencial —el amor, la vida en su estado puro— puede brindar la antítesis a tanto absurdo.
Un faro de luz que ilumna enla oscuridad de una noche oscura, después de haber descrito una tormenta con crudeza.
Mo, noviembre 2025