09/08/2024
El resentimiento en internet
El régimen de desigualdades múltiples coexiste con el boom de la comunicación digital. Acaso no se diga nada nuevo sobre esos soportes, pero la manera como se habla y se comunica en ellos es tan radicalmente nueva que transforma la expresión de las opiniones y los procesos de presentación de uno mismo en un espacio público. La posibilidad brindada a todos de expresarse en internet puede considerarse como un progreso democrático: reduce la distancia entre quienes hablan y quienes se callan, entre las palabras autorizadas y las palabras prohibidas. Cualquiera puede reaccionar, compartir su opinión, dar testimonio de su experiencia personal. Movimientos sociales nacen en la red y tienen efectos reales, como el movimiento MeToo, los llamados a manifestarse por el ambiente, por los refugiados, o contra los impuestos y el precio del combustible. Es preciso, pues, desconfiar de una crítica a priori de la opinión digital, una crítica que participa de la larga historia de la desconfianza hacia una palabra popular siempre sospechada de irracional, pasional, egoísta, incapaz de elevarse hacia la razón y el interés general. La capacidad de decir públicamente las propias emociones y opiniones hace de cada uno de nosotros un militante de su propia causa, un cuasi movimiento social de uno solo, porque ya no es necesario asociarse a otros y organizarse para acceder al espacio público. A menudo, las pasiones tristes invaden esta expresión directa cuando no hay mediaciones ni filtros que aplaquen las reacciones de los internautas. Por ello, ante cada suceso de la crónica diaria, cada declaración política, cada experiencia desagradable en el transporte público, cada partido de fútbol, cualquiera puede dejarse arrebatar por la ira, el racismo, la denuncia, los rumores, las teorías conspirativas. La ira y el resentimiento, hasta aquí encerrados en el espacio íntimo, acceden a la esfera pública. La privatización y la inmediatez de la crítica hacen que no solo se denuncie la transformación del mundo, a la patronal, a los políticos y a las élites, sino también al jefe, al vecino, al fascista, al izquierdista, al inmigrante, al alcalde, al profesor, al médico de cada quien… y al otro internauta que no ha denunciado a estos mismos. Si la expresión de la ira es tan inmediata es porque cada uno está solo frente a su pantalla y escapa a las coacciones de la interacción. En efecto, la conversación cara a cara o en un pequeño grupo obliga a tener en cuenta las reacciones del otro, a anticiparlas, a preservar el honor de los demás, a prever los argumentos opuestos, a calmar los ánimos. Cuando uno quiere que la relación se sostenga, no puede dejarse llevar al extremo de la ira y los insultos. Las interacciones sociales mantienen una memoria de los intercambios, mientras que internet borra rápidamente los gritos y las vociferaciones. En la web todo puede decirse sin autocensura (o sin civilidad, para utilizar una palabra más positiva).
Dubet, François (2020) La época de las pasiones tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor. (Pág. 58). Buenos Aires: Siglo XXI.