13/09/2025
𝐋𝐀𝐒 𝐋𝐋𝐀𝐕𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐅𝐄𝐋𝐈𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄𝐕𝐈𝐒𝐓𝐀 𝐂𝐎𝐍 𝐁𝐎𝐑𝐈𝐒 𝐂𝐘𝐑𝐔𝐋𝐍𝐈𝐊*
El autor de Una maravillosa desdicha, psiquiatra y etólogo, explora en compañía de Claude Weill la geografía compleja de la felicidad, sus pistas falsas –las certezas demasiado confortables de las ideologías, de las sectas, de los fanatismos– y sus verdaderas conquistas. Su conclusión: la felicidad no es un estado, sino una aventura. Para alcanzarla hay que “desatar las velas y navegar”.
Nouvel Observateur: Usted ha escrito mucho sobre la aptitud para ser felices de aquellos que la vida parecía condenar a la desdicha, aquellos que llamamos “resilientes”, rescatados de la desgracia.1 Igualmente usted ha escrito mucho sobre la inaptitud para la felicidad de aquellos que, como se dice, “tienen todo para ser felices”. En el fondo, ¿qué es este estado que denominamos felicidad?
Boris Cyrulnik: Comenzaré con una anécdota. Un día un laboratorio me solicitó dar unos cursos postuniversitarios a médicos generales. Yo me propuse anotar durante dos meses las frases divertidas o penetrantes
122
de mis pacientes, para comentarlas con los médicos. Llené así varias libretas. Entre las frases, había una que se repetía regularmente y que siempre anotaba con la misma extrañeza: “A menudo conocí la dicha, pero nunca me hizo feliz”. ¿Cómo explicar esta frase?
“A menudo conocí la dicha”: dicho de otra manera, conocí situaciones que correspondían a la idea, a la anticipación que yo tenía de lo que era necesario para ser feliz. Siendo pobre, sueño que si fuera rico, sería feliz. Siendo lisiado, sueño que si tuviera mis dos piernas sería feliz. O aún más –pienso particularmente en un paciente: “Si apruebo el concurso (y lo aprobó. Fue admitido en una Grande Ecole2 ), si soy nombrado en el Midi3 (y fue nombrado en el Midi), si puedo trabajar en esta empresa (fue nombrado en esa empresa) yo sería feliz”. Él realizó esas porciones de sueño, por lo tanto “conoció” la dicha... y sin embargo no era feliz, ya que en el curso de su historia personal, había aprendido a no ser feliz. Cuando era niño, sus padres estaban ausentes muchas veces; así que había vivido largos periodos de aislamiento, refugiándose en los libros para escapar del sufrimiento. Lo que se impregnó en su memoria, era una manera insegura de amar: “nadie puede amarme, no soy amable; la prueba es que aquellos que amo me abandonan para irse a recorrer el mundo. Así pues, que si por desgracia amo a alguien, me dejará”. Como era un muchacho inteligente, había podido esconder su miedo de vivir y su miedo a la sociedad.
Nouvel Observateur: ¿no podría extenderse el razonamiento y decir que nuestra sociedad es “depresiva”, según las palabras empleadas por Tony Anatrella, ya que realizó las grandes aspiraciones colectivas de la Postguerra? La mayoría de nosotros, vivimos hasta muy viejos y con mejor salud, comemos bien, estamos al abrigo, nos calentamos en invierno y nos refrescamos en verano, estamos asegurados contra las enfermedades, el desempleo, la vejez, tenemos carros y aviones para desplazarnos, tenemos vacaciones varias veces al año...Todo eso que llamamos progreso, parecía un sueño inaccesible a nuestros bisabuelos. Y, sin embargo, vemos cada vez más a la gente sucumbir en lo que Alain Ehrenberg denomina “la fatiga de ser uno mismo”...
Boris Cyrulnik: Todo lo que usted dice es verdad sin duda alguna. Y podríamos seguir con la enumeración: las mujeres controlan la fecundidad, es decir, pueden convertirse en personas, participar en la aventura social. Los resultados sexuales son mejores que antaño, y mejor compartidos. Antiguamente, en el acto sexual, era un hombre quien obtenía placer con una mujer ansiosa. Hasta los años 70 dos de cada tres mujeres eran frígidas o insatisfechas. Hoy menos del 15%. En el 86% de los casos, es un hombre y una mujer quienes comparten su placer. Se trata de un progreso inmenso, debido al control de la fecundidad, es decir, gracias a un descubrimiento técnico, seguido de una ley social.
Pero eso es el bienestar no la felicidad. Hay una fábula de Péguy que me parece hermosa: la fábula de los picapedreros. Charles Péguy va en peregrinaje a Chartres.4 Observa a un tipo cansado, que suda y que pica piedras. Y le pregunta: “¿qué está haciendo señor? -Acaso no ve, pico piedras; es duro, me duele la espalda, tengo sed, tengo calor. Practico un sub-oficio, soy un sub-hombre”. Péguy continúa y ve más lejos a otro hombre que pica piedras, que no se ve tan mal. “¿Señor qué hace?
-Gano mi vida. Pico piedra, no he encontrado otro oficio para alimentar a mi familia, estoy muy contento de tener éste”. Péguy continúa su camino y se aproxima a un tercer picapedrero que esta sonriente y radiante y le hace la misma pregunta, y este responde: “yo señor, construyo una catedral”. El hecho es el mismo, la atribución de sentido es completamente diferente. Esta atribución de sentido viene de nuestra propia historia y de nuestro contexto social. Cuando se tiene una catedral en la cabeza, no se pica piedra de la misma manera.
Nouvel Observateur: ¿no podría extenderse el razonamiento y decir que nuestra sociedad es “depresiva”, según las palabras empleadas por Tony Anatrella, ya que realizó las grandes aspiraciones colectivas de la Postguerra? La mayoría de nosotros, vivimos hasta muy viejos y con mejor salud, comemos bien, estamos al abrigo, nos calentamos en invierno y nos refrescamos en verano, estamos asegurados contra las enfermedades, el desempleo, la vejez, tenemos carros y aviones para desplazarnos, tenemos vacaciones varias veces al año...Todo eso que llamamos progreso, parecía un sueño inaccesible a nuestros bisabuelos. Y, sin embargo, vemos cada vez más a la gente sucumbir en lo que Alain Ehrenberg denomina “la fatiga de ser uno mismo”...
Boris Cyrulnik: Todo lo que usted dice es verdad sin duda alguna. Y podríamos seguir con la enumeración: las mujeres controlan la fecundidad, es decir, pueden convertirse en personas, participar en la aventura social. Los resultados sexuales son mejores que antaño, y mejor compartidos. Antiguamente, en el acto sexual, era un hombre quien obtenía placer con una mujer ansiosa. Hasta los años 70 dos de cada tres mujeres eran frígidas o insatisfechas. Hoy menos del 15%. En el 86% de los casos, es un hombre y una mujer quienes comparten su placer. Se trata de un progreso inmenso, debido al control de la fecundidad, es decir, gracias a un descubrimiento técnico, seguido de una ley social.
Pero eso es el bienestar no la felicidad. Hay una fábula de Péguy que me parece hermosa: la fábula de los picapedreros. Charles Péguy va en peregrinaje a Chartres.4 Observa a un tipo cansado, que suda y que pica piedras. Y le pregunta: “¿qué está haciendo señor? -Acaso no ve, pico piedras; es duro, me duele la espalda, tengo sed, tengo calor. Practico un sub-oficio, soy un sub-hombre”. Péguy continúa y ve más lejos a otro hombre que pica piedras, que no se ve tan mal. “¿Señor qué hace?
-Gano mi vida. Pico piedra, no he encontrado otro oficio para alimentar a mi familia, estoy muy contento de tener éste”. Péguy continúa su camino y se aproxima a un tercer picapedrero que esta sonriente y radiante y le hace la misma pregunta, y este responde: “yo señor, construyo una catedral”. El hecho es el mismo, la atribución de sentido es completamente diferente. Esta atribución de sentido viene de nuestra propia historia y de nuestro contexto social. Cuando se tiene una catedral en la cabeza, no se pica piedra de la misma manera.
Nouvel Observateur: Así pues, el sentido de su apólogo es: el malestar no es la infelicidad. Para ser feliz, es necesario un proyecto que dé sentido a nuestra existencia.
124
Boris Cyrulnik: Cuidado, el bienestar es importante: si sufrimos físicamente, si tenemos hambre, si estamos en duelo, no somos felices. Por lo tanto, no idealicemos el pasado. Antes, uno de cada dos niños fallecía en el primer año. Los niños morían de diarrea, las mujeres de hemorragias y los hombres morían más tarde, generalmente, de infecciones. Sólo el 2% de la población alcanzaba nuestra esperanza de vida. La gran mayoría vivía en la desgracia constante, en el sufrimiento inmediato. Puesto que cuando uno está atrapado por un sufrimiento, se es prisionero de lo inmediato: no se tiene la posibilidad de soñar, de elaborar. “Elaborar” es la palabra importante.
Pero a la inversa, cuando los problemas materiales están aparentemente solucionados, si el contexto familiar y social no tiene sentido, el individuo no puede construir su identidad: “no puedo saber lo que soy, lo que quiero, lo que valgo sino en el encuentro y en la confrontación con otros. Voy a la escuela, papá y mamá son simpáticos, la comida está servida, tengo una pieza para mí, un televisor y sin embargo no sé quién soy. Tengo el bienestar, más no la felicidad. No tengo ninguna cuenta que arreglar con la vida, ningún proyecto que realizar, nada que contar. Ya que jamás he tenido la ocasión de alcanzar una sola victoria. Entonces me identifico con héroes efímeros, un cantante del cual olvidaré su nombre seis meses después, un futbolista que me hará gritar como si estuviera en trance...” Lo efímero.
“Hasta que llegue un día un acontecimiento, una experiencia que me identificará”. Eric Zorn dice que se sintió vivo por primera vez el día que le anunciaron que tenía cáncer. Y Cyril Collard: es bello, tiene una familia adorable, entra a la Central con el primer esfuerzo, y no sabe quién es. Él dice: “descubro quién soy a partir del momento en que comienzo a drogarme y a tener s**o sin protección. Porque hasta ahora, sólo he escrito una biografía con páginas blancas”. Yo sé que voy a ofender a muchas personas diciendo ésto, pero muchos jóvenes se hunden en la droga simplemente por eso: para vivir algo, para ser alguien. Por otra parte, existen adicciones sin droga: el juego, el s**o, el amor...