05/12/2025
«A los 13 consumía co***na en los baños de discotecas. A los 14, se divorció de su propia madre.»
Drew Barrymore no fue una estrella infantil cualquiera.
Fue la niña que conquistó al planeta entero en E.T. con una sola sonrisa. La adorable niña del dedo brillante que todos querían proteger… excepto quienes debían hacerlo.
Mientras el mundo la veía como un ángel, su infancia se incendió detrás de las cámaras.
Nacida en la realeza de Hollywood, la dinastía Barrymore, heredó fama… y una maldición. Alcoholismo, adicción, violencia, padres ausentes. Su padre, un alcohólico que los abandonó. Su madre, una actriz frustrada que vio en su hija una oportunidad para revivir su propio brillo.
Cuando Drew tenía siete, su fama explotó.
Cuando tenía nueve, su propia madre la llevó al Studio 54: la cuna de la co***na, los excesos y la oscuridad. Ella era solo una niña.
A los nueve bebía.
A los diez fumaba ma*****na.
A los doce ya consumía co***na.
«No tenía padres», diría después. «Tenía habilitadores con chequeras.»
Su madre la trataba como a una amiga de fiesta, no como a una niña que necesitaba límites. Drew se convirtió en la fiestera más joven de Hollywood, una portada viviente… mientras por dentro se rompía.
A los trece tocó fondo.
La mandaron a una institución psiquiátrica cerrada: nada glamuroso, nada amable. Pasó 18 meses sobreviviendo entre adultos con enfermedades severas, desintoxicándose, enfrentándose a los pedazos de su propia infancia.
Y aun así, Drew dijo que fue lo mejor que le pudo haber pasado.
Ese lugar oscuro le salvó la vida.
Al salir, con apenas catorce años, tomó una decisión que ningún niño debería tomar:
se emancipó legalmente de su madre.
A los 14 años, Drew Barrymore se “divorció” de sus padres. Vivía sola en un pequeño departamento de Los Ángeles, pagando sus cuentas, cocinando, trabajando. Una adolescente tratando de criarse a sí misma.
Pero Hollywood no la quería de regreso.
Era un riesgo: exestrella infantil, adicción, psiquiátrico. Nadie quería asegurarte. Nadie quería contratarte.
Entonces Drew hizo lo único que sabía hacer: luchar.
Trabajos ocasionales, audiciones una tras otra, cero garantías. Hasta que poco a poco, el mundo comenzó a verla de nuevo… esta vez como una mujer.
El regreso se consolidó con The Wedding Singer en 1998 junto a Adam Sandler. América volvió a enamorarse de Drew, pero ya no como niña prodigio: como una sobreviviente.
Y no se conformó.
Quería tener control, no ser controlada.
En 1995 cofundó Flower Films a los veinte años. Una de las productoras femeninas más jóvenes de la industria.
Luego produjo Charlie’s Angels, Never Been Kissed, 50 First Dates, y un catálogo enorme. Actuó, produjo, dirigió, escribió. Controló presupuestos, castings y decisiones creativas. Se volvió la jefa.
Construyó su propio imperio.
Drew Barrymore pasó de ser la advertencia que los padres daban a sus hijos… a ser la mujer que ayuda a los hijos de otros a hablar sobre sus heridas.
Hoy tiene un patrimonio de 85 millones de dólares, su propio programa—The Drew Barrymore Show, una línea de belleza, productos para el hogar y una productora que sigue activa.
Es madre de dos niñas y las protege con una fuerza que solo alguien que fue traicionada por sus propios padres puede entender.
Está sobria. Está estable. Está viva.
Y sobre todo: está en paz con la niña que fue.
Lo más importante que hizo Drew Barrymore no fue volver al cine.
Fue aprender a criarse a sí misma cuando nadie la cuidó.
Fue tomar la infancia rota que le dejaron… y construir con ella una vida digna.
Esa no es una simple historia de regreso.
Es una rebelión contra el destino que trataron de imponerle.
Drew Barrymore no solo sobrevivió a Hollywood.
Sobrevivió al abandono de quienes debieron amarla.
Y convirtió su dolor en poder.