22/07/2025
Les comparto:
CONSEJOS DE CABECERA
FERNANDO CABANILLAS
“Doctor, ¡recéteme ivermectina!”
20 de julio de 2025
Últimamente los oncólogos estamos viendo una cierta cantidad de pacientes que llegan, no en busca de un diagnóstico certero ni recomendaciones terapéuticas, sino exigiendo ivermectina como quimioterapia. Lo más desconcertante es que muchos de estos casos son altamente tratables con terapias convencionales, pero la ciencia queda desplazada por el entusiasmo viral. ¿Y esto a qué se debe?
Recientemente se publicó un artículo que parece sacado de una novela de ciencia ficción: “Ivermectin, a potential anticancer drug derived from an antiparasitic drug”. El título ya lo dice todo: una molécula diseñada para matar gusanos ahora pretende paralizar tumores. ¿Milagro terapéutico?
Los autores del artículo están afiliados al Bengbu Medical College en China, y son miembros de los departamentos de microbiología, parasitología e inmunología. Ningún oncólogo clínico ni farmacólogo especializado está entre los autores. Curiosamente, ninguno de ellos ha tratado un paciente con cáncer. Pero eso no les impide imaginar que la ivermectina sirva para tratar el cáncer.
La ivermectina fue descubierta a partir de las investigaciones de Satoshi Ōmura, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en 2015, cuando aisló del suelo japonés una bacteria capaz de producir avermectina, compuesto precursor de la ivermectina. Esta molécula ha salvado millones de vidas, ya que es muy efectiva en tratar enfermedades parasíticas como la oncocercosis y la elefantiasis, y su impacto en salud pública mundial ha sido monumental. Pero Ōmura nunca propuso que la ivermectina pudiera tratar el Covid … ni mucho menos el cáncer.
La ivermectina, anteriormente limitada al tratamiento de parásitos, surgió como fármaco estrella en la mentalidad popular durante la pandemia del Covid. Algunas figuras públicas la promovieron como tratamiento milagroso contra el virus, incluyendo a Joe Rogan, quien anunció públicamente que la usó como parte de su protocolo personal. Por si no saben quién es Rogan, este influencer apoyó fuertemente a Donald Trump durante las elecciones presidenciales de 2024, incluso lo entrevistó durante tres horas en su programa televisivo The Joe Rogan Experience, lo cual ayudó a Trump a ganar popularidad entre los votantes jóvenes. Rogan no es oncólogo, virólogo ni epidemiólogo, pero gracias a sus dotes como comunicador, es un destacado promotor de teorías no ortodoxas. En su programa, ha invitado a personajes que promueven la ivermectina como cura universal, sin ofrecer evidencia científica.
La realidad es que cuatro ensayos clínicos rigurosos han demostrado que la ivermectina no funciona para tratar el Covid. Entre ellos destacan el ensayo ACTIV-6, un estudio aleatorizado cuyo resultado reveló que no había reducción significativa en hospitalización ni duración de síntomas. Otro estudio publicado en The New England Journal of Medicine con 1,358 pacientes, demostró que ivermectina no mejoró los síntomas al compararla con un placebo. Y los estudios que aseguran milagros estadísticos, como una reducción de 92% en muertes, tienen un diseño incorrecto, un sesgo evidente y ninguna revisión por pares. Algunos fueron retirados por fraude metodológico.
Y como si faltaran protagonistas, el actor Mel Gibson apareció en el programa de Rogan afirmando que tres amigos suyos se “curaron de cáncer en etapa 4” gracias a una mezcla de ivermectina y fenbendazol. ¿Y la evidencia clínica? Pues eso es lo de menos; lo que realmente importa es aplaudir con entusiasmo opiniones que no tienen ni pizca de rigor científico. Todo esto provocó reacciones críticas por parte de entidades serias como la FDA, pero el daño ya estaba hecho: la ivermectina se había convertido en emblema de la desinformación y en la estrella del club de la pseudociencia y los antivacunas. Y claro está, el actual Secretario de Salud de Estados Unidos, Robert F. Kennedy Jr., ha sido un defensor abierto de la ivermectina y ha criticado duramente la postura de la FDA al respecto.
Lamentablemente, cuando figuras de gran alcance como Rogan presentan estos fármacos como si fueran pociones mágicas, están viralizando la desinformación. Y como era de esperarse, estas soluciones corrieron por las redes sociales a la velocidad de la luz, convirtiéndose en evangelio para una generación cuya principal fuente de información es TikTok, Instagram y los podcasts. La práctica médica, tradicionalmente guiada por datos y evidencia científica, ahora se ve desplazada por una medicina que se viraliza no por su eficacia, sino por su capacidad de emocionar. No importa si el estudio tiene un diseño cuestionable: si el relato emociona, se interpreta como válido.
Lo interesante es que muchos pacientes siguen prefiriendo a los médicos que concuerden con sus opiniones, no importa si están equivocadas. No preguntan si el medicamento funciona, preguntan si el médico está “dispuesto a recetarlo”. Lo que les interesa es que su doctor valide lo que ellos leen en las redes sociales.
¿Y de dónde surge esa idea de que la ivermectina podría tener un efecto contra el cáncer? Pues proviene de estudios hechos en laboratorio, donde se observó que este medicamento puede detener el crecimiento de células cancerosas que se están multiplicando en placas de cultivo, es decir, fuera del cuerpo. En esos experimentos, la ivermectina ayuda a eliminar las células tumorales al atacar dentro de ellas ciertas moléculas que favorecen el cáncer.
Todo esto suena muy esperanzador… pero falta un gran detalle: la mayoría de estos resultados provienen de pruebas hechas en células aisladas en laboratorio o en ratones, no en humanos. Además, para que la ivermectina ejerza los supuestos efectos anticancerígenos, se requerirían dosis mucho más elevadas que las que son seguras en humanos, lo cual implicaría un riesgo significativo de toxicidad, incluyendo daños neurológicos.
La ivermectina podrá tener efectos interesantes en modelos preclínicos, pero convertirla en anticancerígeno clínico requiere más que entusiasmo. Requiere ciencia rigurosa, reproducible y con pacientes reales. Mientras tanto, presentarla como solución, sin un estudio clínico, es irresponsable.
Tal vez hace falta una guía para que el público pueda distinguir entre la ciencia y el cuento. Para identificar si un estudio merece ser tomado en serio debemos preguntarnos, ¿dónde fue publicado? Si no fue en una revista médica reconocida, revisada por pares, no pasa el primer filtro. Segundo, ¿qué tipo de estudio es? Los más convincentes, aunque no necesariamente los únicos válidos, son los ensayos clínicos aleatorizados en seres humanos. Repito: en seres humanos. Si el estudio no se realizó en personas, podrá ser interesante desde el punto de vista experimental, pero no se justifica su uso médico.
Primero fue el COVID, luego el cáncer… lo único que falta es que digan que la ivermectina cura la calvicie, la depresión y el mal aliento. Si algo deja en claro todo esto es cómo la necesidad de creer en milagros termina por imponerse a la evidencia científica.