13/10/2025
Hace ocho meses le pedí a Francisco que averiguara cuánto costaba la membresía en el gimnasio Smartfit y a qué hora abrían sus puertas. Así comenzó todo: primero con la caminadora y las pesas. En la evaluación inicial los resultados fueron desalentadores: exceso de grasa corporal y una hidratación deficiente. Aun así, empecé con cautela; mi rodilla izquierda, con condromalacia, me recordaba que debía avanzar con prudencia.
Tras dos evaluaciones, la entrenadora me sugirió un nuevo paso: unirme a las clases de Strong. Confieso que al principio me resistí. Siempre me genera cierta barrera lo desconocido. Pero un día decidí llegar más temprano… y descubrí que aquellas clases eran un verdadero desafío. Sudaba a chorros. Eran intensas, agotadoras, pero al terminar me sentía pleno: con más energía, más serenidad mental y una concentración renovada.
Con el tiempo, la constancia se volvió hábito, y el hábito, bienestar. He notado que los primeros beneficios son mentales: me siento más calmado, más en paz conmigo mismo. Solo por esa sensación vale la pena levantarse tan temprano. El segundo cambio ha sido físico: la pérdida de peso ha sido modesta, pero sostenida. En cada evaluación disminuye la grasa y aumenta el músculo. Y, curiosamente, algo en el cerebro parece activarse, empujándome a elegir mejor mis alimentos, casi sin pensarlo.
El sábado pasado, por primera vez en mi vida, visité a una nutricionista. Revisó todos mis parámetros y, al escuchar su evaluación, sentí una satisfacción inesperada: no aprobé con excelencia, pero tampoco reprobé. Aún queda camino por recorrer, aún hay grasa que perder, pero lo importante es que la motivación se ha vuelto combustible. Hoy tengo claro que es ahora o nunca. He comprendido que cuidarme es también una forma de cuidar a los demás.