30/11/2025
YUVAL NOAH HARARI - Nexus (Una Breve Historia de las Redes de Información desde la Edad de Piedra hasta la IA)
"Nexus (Una Breve Historia de las Redes de Información desde la Edad de Piedra hasta la IA)", de Yuval Noah Harari, propone una reconstrucción amplia y sistemática de cómo las sociedades humanas han tejido, expandido y transformado las redes de información que sostienen la vida social. La obra no se limita a describir dispositivos tecnológicos o medios de comunicación, sino que aborda la información como uno de los pilares estructurales de la organización humana: aquello que define quiénes somos, cómo cooperamos y qué límites o posibilidades tiene nuestra imaginación colectiva. En este sentido, Harari desarrolla una narrativa que va desde los primeros signos protoescritos hasta los algoritmos contemporáneos, mostrando que cada salto en la capacidad de almacenar, transmitir y procesar información produce consecuencias profundas tanto en la estructura social como en la subjetividad individual.
Un aspecto central es la insistencia en que las redes de información preceden a toda forma de tecnología digital. Harari sostiene que la revolución cognitiva del Homo sapiens hace unos 70.000 años es, en sí misma, la inauguración de una red de información inédita en el reino animal. La capacidad para crear ficciones compartidas —mitos, relatos, explicaciones cosmogónicas— permitió la aparición de comunidades amplias cohesionadas no por lazos biológicos sino por narrativas simbólicas. Esta idea, recurrente en su obra, se articula aquí con mayor detalle: lo esencial no es la veracidad empírica de los relatos, sino su eficacia social para coordinar conductas. El surgimiento de estas ficciones posibilitó, por ejemplo, la división del trabajo en grupos más grandes, la planificación de actividades a largo plazo y la construcción de identidades colectivas estables. Harari lee estos fenómenos como los primeros nodos en una red que, aunque rudimentaria y oral, ya poseía un enorme potencial expansivo.
Con el advenimiento de la agricultura y la aparición de asentamientos permanentes, el volumen y complejidad de la información social aumentaron de manera drástica. Las primeras aldeas necesitaban registrar cosechas, administrar recursos, establecer jerarquías y mantener memoria de transacciones. El relato de Harari muestra cómo esta presión generó formas iniciales de contabilidad mediante fichas de arcilla, marcas y símbolos que, lentamente, desembocaron en los primeros sistemas de escritura en Mesopotamia y Egipto. Para Harari, la escritura no fue simplemente una herramienta de registro, sino la materialización de una nueva manera de concebir la información: ya no como un flujo oral dependiente de la memoria humana, sino como un archivo externo que podía ser almacenado, copiado, transportado y consultado sin necesidad del emisor original. Esta externalización del conocimiento alteró las relaciones de poder, fortaleció élites administrativas y dio origen a instituciones complejas como estados, imperios y burocracias.
Harari profundiza también en cómo estas redes escritas no solo facilitaron la administración, sino que permitieron la aparición de sistemas normativos que se presentaban como objetivos y universales. Los códigos legales, al ser fijados en tablillas o inscripciones, adquirieron un carácter de permanencia y autoridad que los desligaba de la discrecionalidad de los gobernantes. El autor vincula este proceso con la consolidación de religiones organizadas, cuyos textos sagrados se convirtieron en fuentes de verdad y legitimidad. Aquí resalta la tesis de que las redes de información no son neutrales: al estructurar qué se transmite, quién lo transmite y cómo se valida la información, moldean la forma misma en que las sociedades entienden lo verdadero, lo normativo y lo deseable.
Con el surgimiento del alfabeto y la democratización parcial de la escritura, la red informativa se expandió en nuevas direcciones. Harari destaca el papel decisivo del alfabeto fenicio y su posterior adopción por griegos y romanos, remarcando que la simplificación del sistema gráfico permitió una difusión más amplia del conocimiento. Aun así, aclara que la alfabetización masiva tardaría siglos, lo que evidencia la distancia entre un avance técnico y su impacto social profundo. En paralelo, analiza cómo las bibliotecas de la Antigüedad —como la de Alejandría— operaban como nodos centrales en la acumulación de información global, intentando reunir el saber del mundo conocido. La destrucción recurrente de archivos y bibliotecas es presentada como una forma radical de interrupción de la red, un recordatorio de la fragilidad del conocimiento humano.
La obra avanza hacia la Edad Media y la invención de la imprenta de Gutenberg, a la cual Harari concede un papel decisivo comparable al de la escritura. Subraya que la imprenta multiplicó la velocidad de reproducción de los textos, disminuyó los costos y redujo los errores de copia, transformando la circulación de ideas y favoreciendo fenómenos como la Reforma protestante, la revolución científica y la difusión de obras filosóficas. La imprenta, señala, convirtió la información en un recurso escalable, permitiendo la estandarización lingüística, la creación de públicos lectores y la consolidación de identidades nacionales. Harari presenta a esta tecnología no como una herramienta aislada, sino como un catalizador que reorganizó la ecología cultural y política de Europa.
En la modernidad temprana y la Ilustración, las redes informativas se volvieron cada vez más densas, institucionalizadas y reguladas. Harari analiza el surgimiento de periódicos, academias científicas y sistemas postales eficientes como infraestructuras críticas para una esfera pública emergente. Resalta que la ciencia moderna no depende únicamente del método experimental, sino de una red confiable de comunicación que permita reproducir, criticar y difundir hallazgos. La información, para ser conocimiento, requiere un entramado institucional que asegure su validación. Esta lectura vincula la historia de la ciencia con la historia de las redes, subrayando que los cambios epistemológicos son inseparables de los cambios en los mecanismos de transmisión.
El siglo XIX introduce, según Harari, una aceleración sin precedentes con la aparición del telégrafo, que comprime distancias y altera la temporalidad de la comunicación. Por primera vez, la información se mueve más rápido que las personas y las mercancías, lo que impacta en la diplomacia, los mercados financieros y la prensa. El autor muestra cómo la velocidad informativa se transforma en un recurso estratégico y cómo los estados empiezan a desarrollar capacidades de vigilancia y control más sofisticadas. El telégrafo, el teléfono y posteriormente la radio configuran una red global en la cual la inmediatez se convierte en el estándar de la comunicación moderna.
El siglo XX amplifica ese proceso a través de la informática y las telecomunicaciones digitales. Harari reconstruye la trayectoria desde las primeras computadoras de mediados del siglo hasta la expansión de Internet, destacando que lo revolucionario no es únicamente la capacidad de procesar datos, sino la interconexión masiva entre usuarios, servidores y plataformas. En esta parte del libro, el análisis se vuelve más crítico: Harari considera que las redes digitales no solo facilitan la circulación de información, sino que permiten niveles de vigilancia, manipulación y concentración de poder sin precedentes. La articulación entre empresas tecnológicas, algoritmos de recomendación y modelos de extracción de datos configura una red donde los usuarios no solo consumen información, sino que se convierten ellos mismos en fuentes y productos de ella.
Harari examina cómo las redes sociales alteran la noción de comunidad, identidad y acción política. Sostiene que, aunque estas plataformas prometen democratizar la información, en realidad generan sistemas altamente centralizados donde unos pocos actores controlan la arquitectura de la comunicación global. El autor enfatiza que la lógica algorítmica prioriza la viralidad por encima de la veracidad, lo cual distorsiona los criterios de relevancia y deteriora la capacidad colectiva para deliberar racionalmente. La posverdad, desde esta perspectiva, no es un fenómeno espontáneo, sino una consecuencia estructural del diseño de las redes contemporáneas.
La parte final del libro analiza el advenimiento de la inteligencia artificial como un punto de inflexión histórico comparable a la escritura y la imprenta. Harari plantea que la IA no es solo una mejora en la capacidad de procesar información, sino la aparición de una entidad no humana capaz de interpretar patrones, tomar decisiones y generar contenido. Esto, sostiene, podría desplazar al ser humano del centro de la red de información global. Si durante milenios los humanos fueron los nodos principales que producían, filtraban y otorgaban sentido a la información, la IA introduce nodos autónomos que operan a velocidades y escalas inaccesibles para la cognición humana. Esta mutación, según Harari, obliga a repensar conceptos como agencia, responsabilidad y control social.
El autor advierte sobre los riesgos de delegar funciones críticas a sistemas de IA en contextos como la seguridad, la economía o las relaciones interpersonales. No obstante, también reconoce el potencial de estas tecnologías para ampliar capacidades humanas, mejorar diagnósticos médicos, optimizar infraestructuras y acelerar avances científicos. La reflexión central es que la IA puede reforzar o destruir la cohesión social dependiendo de cómo se regule su integración en las redes existentes. Harari insiste en que no se trata de detener el progreso tecnológico, sino de comprender su lógica para evitar que derive en formas inéditas de desigualdad y dominación.
La obra propone una genealogía integral de los sistemas de información humanos, mostrando que cada salto tecnológico redefine las formas de cooperación, autoridad y subjetividad. "Nexus" invita a pensar la historia no como una sucesión de eventos aislados, sino como la evolución de una red cada vez más compleja que conecta mentes, instituciones y tecnologías. La lectura deja en claro que la pregunta decisiva no es qué tipo de información producimos, sino qué tipo de red estamos construyendo al hacerlo, y cómo esa red condicionará las posibilidades futuras de la humanidad.
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