Miguel Posani

Miguel Posani Hipnoterapeuta.

02/12/2025

📗 Alexandrian. Historia De La Filosofía Oculta [2003]

La obra Historia De La Filosofía Oculta (2003) de Sarane Alexandrian (cuyo título original es Histoire de la philosophie occulte, 1983) se establece como un tratado de historia intelectual, esoterismo y crítica cultural de carácter fundamental y de gran rigor divulgativo. Alexandrian, historiador del arte y especialista en el surrealismo y el ocultismo, aborda la tradición del pensamiento esotérico y mágico en Occidente—desde sus raíces gnósticas y herméticas hasta la era contemporánea—iluminando el conflicto constante entre la razón exotérica (la ciencia oficial) y la sabiduría oculta (la búsqueda de la verdad a través de vías no racionales). El volumen es una investigación esencial que ilumina el proceso de la transmisión, la represión y la persistencia de las corrientes heterodoxas que han desafiado el dogma y el pensamiento establecido.

I. Marco Conceptual: Lo Oculto como Contracultura Intelectual
El primer eje del análisis se dedica a establecer la definición de la "filosofía oculta" y su función social y crítica a lo largo de la historia.

La Filosofía Oculta (Ocultismo): Alexandrian postula que la filosofía oculta (el ocultismo) es el conjunto de sistemas de conocimiento, prácticas y creencias que buscan desvelar las leyes secretas y sutiles de la Naturaleza y el Cosmos (el conocimiento esotérico), a menudo utilizando la magia, la alquimia, la astrología y la Cábala. Es un pensamiento que se opone y se complementa con la filosofía racional (exotérica).

El Eje de la Represión: El pensamiento oculto fue a menudo perseguido y reprimido por la Iglesia y el Estado (la Inquisición, la censura) y ridiculizado por la ciencia oficial (el racionalismo), lo que lo obligó a operar en secreto (sociedades secretas, fraternidades) y en el margen de la cultura.

El Ser Humano como Microcosmos: El fundamento metafísico del ocultismo es el principio hermético de la correspondencia: el hombre es el microcosmos (un reflejo del universo) dotado de la capacidad de influir en el macrocosmos a través de la voluntad y el conocimiento.

II. Focos de Análisis: Alquimia, Magia y Corrientes Clave
El núcleo del estudio se centra en el análisis de las grandes corrientes y las figuras que definieron la tradición oculta en Occidente.

1. Orígenes (Hermetismo y Gnosticismo): Se examinan las raíces de la filosofía oculta en la Antigüedad Tardía: el Hermetismo (los textos atribuidos a Hermes Trismegisto) y el Gnosticismo (la salvación por el gnosis o conocimiento secreto).

2. El Renacimiento (La Fusión): El Renacimiento (siglos XV–XVI) fue el apogeo del ocultismo. El autor analiza la síntesis de la Cábala, la magia natural y el neoplatonismo en figuras como Pico della Mirandola y Cornelio Agrippa (Filosofía Oculta). La magia fue vista como una forma de ciencia experimental que buscaba el dominio de la Naturaleza.

3. Alquimia y Rosacrucismo: Se aborda la Alquimia (la transmutación de los metales y la búsqueda de la Piedra Filosofal) como la proto-ciencia que buscó la esencia de la materia. Se examina el misticismo rosacruz (siglo XVII) y su influencia en el surgimiento de las sociedades secretas.

4. El Siglo de Oro del Ocultismo: El siglo XIX se define por el resurgimiento masivo del ocultismo (teosofía, espiritismo, la Orden Hermética del Alba Dorada) y la síntesis de la magia ritual (Eliphas Lévi) y el esoterismo (Blavatsky).

III. El Legado para la Cultura y el Arte
La obra concluye con la evaluación del impacto de la filosofía oculta en la cultura moderna y contemporánea.

Influencia en el Arte: Alexandrian subraya la influencia decisiva del ocultismo en los movimientos artísticos (Simbolismo, Surrealismo), que utilizaron el símbolo, el sueño y el inconsciente como vías de conocimiento que desafiaron la razón oficial.

El Sentido de la Crítica: El pensamiento oculto es visto como una crítica persistente a la fragmentación de la ciencia, el materialismo y la racionalidad instrumental de la modernidad.

01/12/2025
30/11/2025

JOHN M. HOBSON - Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente

"Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente" de John M. Hobson es una obra que desafía de manera frontal la narrativa eurocéntrica que ha dominado la historiografía occidental desde hace siglos. En lugar de aceptar el relato tradicional según el cual Europa habría desarrollado, casi por generación espontánea, las instituciones, tecnologías, ideas y prácticas que hicieron posible su expansión global, Hobson examina la genealogía real de esos procesos y muestra que, lejos de constituir una excepción histórica autocontenida, Europa fue durante siglos una región periférica que dependió intensamente de innovaciones, conocimientos, rutas comerciales y sistemas productivos originados en diversas sociedades asiáticas. Esta tesis, que en principio puede parecer polémica para el canon dominante, se sostiene en un impresionante aparato comparativo que abarca desde la economía agraria china hasta las redes comerciales del Índico, desde los avances científicos del mundo islámico hasta las instituciones políticas desarrolladas en Japón, Corea o el Sudeste asiático. El argumento fundamental, que Hobson despliega con método sistemático, es que sin la transferencia continua de recursos materiales, tecnologías, procedimientos organizativos y saberes provenientes del Oriente, Europa no habría podido iniciar el proceso que hoy se denomina modernidad.
Uno de los ejes conceptuales más fuertes del libro es la crítica a la idea de una modernidad autónoma. Hobson muestra que la supuesta individualidad europea es, en realidad, un mito historiográfico construido retrospectivamente para justificar la hegemonía alcanzada por las potencias occidentales a partir del siglo XVIII. Este mito se basa en dos supuestos: primero, que Europa poseía rasgos únicos, intrínsecos y permanentes, tales como racionalidad, espíritu científico, capacidad de innovación y estructuras políticas progresivas; segundo, que el resto del mundo permanecía estático o atrasado, funcionando meramente como telón de fondo para la emergencia de la civilización occidental. La fuerza de la obra reside en desmontar ambos supuestos con una avalancha de comparaciones históricas, datos empíricos y análisis de larga duración. Durante vastos períodos, las sociedades asiáticas —especialmente China, la India y el mundo islámico— fueron más avanzadas que Europa en ámbitos decisivos como matemáticas, navegación, cartografía, metalurgia, burocracia, agricultura intensiva, medicina y organización urbana. La superioridad europea, lejos de ser un punto de partida, fue una meta alcanzada tardíamente gracias a procesos de aprendizaje, apropiación y, en última instancia, expansión colonial.
Hobson subraya además que la economía global premoderna tenía un centro inequívoco en Asia. Las rutas comerciales que articulaban el Índico y el Lejano Oriente formaban un sistema interconectado que abastecía al mundo con productos de alto valor —especias, seda, porcelana, metales trabajados— y que servía como matriz para la innovación tecnológica. Europa, por contraste, era un actor marginal que dependía de intermediarios para acceder a esos bienes. Esto llevó a que uno de los motores de la expansión europea fuese precisamente la necesidad de integrarse de manera más directa y ventajosa en ese sistema global dominado por Asia. En este punto, Hobson reinterpreta incluso los viajes de exploración: lejos de ser evidencia de superioridad técnica, expresan la dependencia europea de las tecnologías orientales, desde las cartas de navegación árabes hasta las innovaciones chinas como la brújula o la pólvora. El “descubrimiento” de rutas marítimas alternativas no fue producto de una genialidad exclusiva, sino de la combinación entre necesidades económicas, saberes importados y condiciones políticas particulares.
Otra dimensión clave de la obra es el examen del papel que jugó la transferencia tecnológica. Hobson demuestra que prácticamente todos los elementos que se consideran pilares de la modernidad europea tienen origen o prefiguración en Oriente. La revolución agrícola que permitió a Europa incrementar su productividad no puede entenderse sin las técnicas desarrolladas en China; la expansión de la metalurgia depende de procedimientos del Asia central y del mundo islámico; numerosas nociones matemáticas y científicas provienen de India, Persia o el califato abasí; los avances en navegación, cartografía y construcción naval que hicieron posible el expansionismo europeo fueron en gran medida adaptaciones y perfeccionamientos de tecnologías orientales. Este enfoque desestabiliza la noción de un milagro europeo, según la cual Occidente habría dado un salto cualitativo repentino sin precedentes comparables. Hobson muestra que el salto no fue repentino, y mucho menos autónomo: fue el resultado de un proceso de acumulación dependiente de redes globales preexistentes.
Asimismo, el libro desarrolla una crítica muy elaborada al eurocentrismo académico. Hobson sostiene que la historiografía occidental no solo ha invisibilizado la contribución de las sociedades orientales, sino que ha reinterpretado esa contribución de manera tal que aparece como un conjunto de influencias menores, accidentales o meramente preparatorias. Por ejemplo, la narrativa habitual presenta a las matemáticas griegas como origen de la ciencia moderna, minimizando el rol decisivo que cumplieron los matemáticos indios y los traductores árabes, sin quienes no habría existido ni álgebra moderna ni la transmisión de los textos clásicos a Europa. De igual modo, se suele afirmar que la imprenta fue un invento europeo, ignorando el desarrollo previo de sistemas de impresión en China y Corea. Hobson analiza cómo estas distorsiones se consolidaron a través de manuales, currículos educativos, literatura divulgativa y discursos políticos que, con el tiempo, fijaron una imagen autocongratulatoria de Europa como cuna natural del progreso.
La argumentación se extiende también al análisis del capitalismo. Hobson discute la tesis de que el capitalismo habría surgido exclusivamente en Europa debido a factores como la propiedad privada, el espíritu emprendedor o las instituciones liberales. En su lugar, sostiene que el capitalismo temprano europeo se benefició enormemente de la riqueza asiática. La plata americana, canalizada hacia China para pagar productos orientales, fue un ejemplo claro de cómo el sistema económico global estaba articulado en torno a la demanda asiática. Asimismo, Hobson destaca que las formas de producción, especialización y comercio que usualmente se atribuyen al capitalismo moderno ya existían en distintas regiones orientales, con complejidades que Europa solo adoptó más tarde. De esta manera, el ascenso europeo es reinterpretado no como creación ex nihilo, sino como resultado de una interacción sistemática con potencias más desarrolladas.
Uno de los puntos más provocadores del libro es la reinterpretación del colonialismo. Hobson afirma que la expansión colonial europea fue posible no por superioridad técnica inicial, sino por las divisiones internas de ciertas regiones asiáticas, combinadas con la capacidad europea para adaptar tecnologías orientales al uso militar y naval. Esto implica que Europa no conquistó el mundo porque fuera más avanzada, sino porque logró aprovechar circunstancias geopolíticas específicas. La posterior destrucción de industrias orientales —en particular la textil india— y la subordinación económica de vastas regiones del planeta fueron condiciones necesarias para que Europa finalmente se colocara como centro del sistema global. Por lo tanto, su hegemonía no es prueba de su excepcionalidad, sino producto de un proceso histórico violento, contingente y plagado de asimetrías.
La obra también se ocupa de desmantelar las versiones más sofisticadas del eurocentrismo, aquellas que admiten algunas influencias orientales pero las reducen a un papel secundario. Hobson muestra que incluso cuando se reconoce una transmisión de saberes, suele presentársela como una mera preparación para que Europa finalmente despliegue su capacidad intrínseca. Contra esto, Hobson argumenta que la modernidad europea es, en un sentido estructural, una modernidad globalizada desde sus orígenes: no solo recibe influencias externas, sino que depende de ellas para constituirse. Por ello, el autor insiste en la necesidad de reformular la historiografía en un marco multicéntrico, que reconozca la interdependencia entre sociedades y la continuidad histórica de flujos culturales, económicos y tecnológicos.
La claridad expositiva de Hobson permite comprender cómo los discursos históricamente dominantes configuraron una visión del mundo que todavía condiciona la forma en que se enseña historia, se conciben las identidades culturales y se legitiman las jerarquías globales. El libro invita a reconsiderar conceptos como modernidad, progreso, racionalidad y civilización bajo una perspectiva más amplia y menos sesgada. También obliga a repensar la narrativa del ascenso de Occidente no como una marcha inevitable hacia la supremacía, sino como el resultado de un entrelazamiento profundo con otras regiones, cuyo aporte debe ser reconocido para evitar perpetuar distorsiones ideológicas.
El aporte principal del texto radica en su capacidad para transformar la comprensión del desarrollo histórico mundial. Hobson no propone sustituir un eurocentrismo por un “orientalcentrismo”, sino demostrar que la historia global no puede entenderse como la historia de Europa irradiando progreso, sino como una red compleja de intercambios que hicieron posible la modernidad. Al obligar al lector a salir de los marcos interpretativos tradicionales, el libro abre un espacio para repensar el papel de las civilizaciones no occidentales en la configuración del mundo contemporáneo. Por ello, "Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente" se convierte en una obra imprescindible para quienes buscan comprender la historia en toda su amplitud y cuestionar narrativas heredadas que todavía influyen en el modo en que Occidente se representa a sí mismo.

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30/11/2025

YUVAL NOAH HARARI - Nexus (Una Breve Historia de las Redes de Información desde la Edad de Piedra hasta la IA)

"Nexus (Una Breve Historia de las Redes de Información desde la Edad de Piedra hasta la IA)", de Yuval Noah Harari, propone una reconstrucción amplia y sistemática de cómo las sociedades humanas han tejido, expandido y transformado las redes de información que sostienen la vida social. La obra no se limita a describir dispositivos tecnológicos o medios de comunicación, sino que aborda la información como uno de los pilares estructurales de la organización humana: aquello que define quiénes somos, cómo cooperamos y qué límites o posibilidades tiene nuestra imaginación colectiva. En este sentido, Harari desarrolla una narrativa que va desde los primeros signos protoescritos hasta los algoritmos contemporáneos, mostrando que cada salto en la capacidad de almacenar, transmitir y procesar información produce consecuencias profundas tanto en la estructura social como en la subjetividad individual.
Un aspecto central es la insistencia en que las redes de información preceden a toda forma de tecnología digital. Harari sostiene que la revolución cognitiva del Homo sapiens hace unos 70.000 años es, en sí misma, la inauguración de una red de información inédita en el reino animal. La capacidad para crear ficciones compartidas —mitos, relatos, explicaciones cosmogónicas— permitió la aparición de comunidades amplias cohesionadas no por lazos biológicos sino por narrativas simbólicas. Esta idea, recurrente en su obra, se articula aquí con mayor detalle: lo esencial no es la veracidad empírica de los relatos, sino su eficacia social para coordinar conductas. El surgimiento de estas ficciones posibilitó, por ejemplo, la división del trabajo en grupos más grandes, la planificación de actividades a largo plazo y la construcción de identidades colectivas estables. Harari lee estos fenómenos como los primeros nodos en una red que, aunque rudimentaria y oral, ya poseía un enorme potencial expansivo.
Con el advenimiento de la agricultura y la aparición de asentamientos permanentes, el volumen y complejidad de la información social aumentaron de manera drástica. Las primeras aldeas necesitaban registrar cosechas, administrar recursos, establecer jerarquías y mantener memoria de transacciones. El relato de Harari muestra cómo esta presión generó formas iniciales de contabilidad mediante fichas de arcilla, marcas y símbolos que, lentamente, desembocaron en los primeros sistemas de escritura en Mesopotamia y Egipto. Para Harari, la escritura no fue simplemente una herramienta de registro, sino la materialización de una nueva manera de concebir la información: ya no como un flujo oral dependiente de la memoria humana, sino como un archivo externo que podía ser almacenado, copiado, transportado y consultado sin necesidad del emisor original. Esta externalización del conocimiento alteró las relaciones de poder, fortaleció élites administrativas y dio origen a instituciones complejas como estados, imperios y burocracias.
Harari profundiza también en cómo estas redes escritas no solo facilitaron la administración, sino que permitieron la aparición de sistemas normativos que se presentaban como objetivos y universales. Los códigos legales, al ser fijados en tablillas o inscripciones, adquirieron un carácter de permanencia y autoridad que los desligaba de la discrecionalidad de los gobernantes. El autor vincula este proceso con la consolidación de religiones organizadas, cuyos textos sagrados se convirtieron en fuentes de verdad y legitimidad. Aquí resalta la tesis de que las redes de información no son neutrales: al estructurar qué se transmite, quién lo transmite y cómo se valida la información, moldean la forma misma en que las sociedades entienden lo verdadero, lo normativo y lo deseable.
Con el surgimiento del alfabeto y la democratización parcial de la escritura, la red informativa se expandió en nuevas direcciones. Harari destaca el papel decisivo del alfabeto fenicio y su posterior adopción por griegos y romanos, remarcando que la simplificación del sistema gráfico permitió una difusión más amplia del conocimiento. Aun así, aclara que la alfabetización masiva tardaría siglos, lo que evidencia la distancia entre un avance técnico y su impacto social profundo. En paralelo, analiza cómo las bibliotecas de la Antigüedad —como la de Alejandría— operaban como nodos centrales en la acumulación de información global, intentando reunir el saber del mundo conocido. La destrucción recurrente de archivos y bibliotecas es presentada como una forma radical de interrupción de la red, un recordatorio de la fragilidad del conocimiento humano.
La obra avanza hacia la Edad Media y la invención de la imprenta de Gutenberg, a la cual Harari concede un papel decisivo comparable al de la escritura. Subraya que la imprenta multiplicó la velocidad de reproducción de los textos, disminuyó los costos y redujo los errores de copia, transformando la circulación de ideas y favoreciendo fenómenos como la Reforma protestante, la revolución científica y la difusión de obras filosóficas. La imprenta, señala, convirtió la información en un recurso escalable, permitiendo la estandarización lingüística, la creación de públicos lectores y la consolidación de identidades nacionales. Harari presenta a esta tecnología no como una herramienta aislada, sino como un catalizador que reorganizó la ecología cultural y política de Europa.
En la modernidad temprana y la Ilustración, las redes informativas se volvieron cada vez más densas, institucionalizadas y reguladas. Harari analiza el surgimiento de periódicos, academias científicas y sistemas postales eficientes como infraestructuras críticas para una esfera pública emergente. Resalta que la ciencia moderna no depende únicamente del método experimental, sino de una red confiable de comunicación que permita reproducir, criticar y difundir hallazgos. La información, para ser conocimiento, requiere un entramado institucional que asegure su validación. Esta lectura vincula la historia de la ciencia con la historia de las redes, subrayando que los cambios epistemológicos son inseparables de los cambios en los mecanismos de transmisión.
El siglo XIX introduce, según Harari, una aceleración sin precedentes con la aparición del telégrafo, que comprime distancias y altera la temporalidad de la comunicación. Por primera vez, la información se mueve más rápido que las personas y las mercancías, lo que impacta en la diplomacia, los mercados financieros y la prensa. El autor muestra cómo la velocidad informativa se transforma en un recurso estratégico y cómo los estados empiezan a desarrollar capacidades de vigilancia y control más sofisticadas. El telégrafo, el teléfono y posteriormente la radio configuran una red global en la cual la inmediatez se convierte en el estándar de la comunicación moderna.
El siglo XX amplifica ese proceso a través de la informática y las telecomunicaciones digitales. Harari reconstruye la trayectoria desde las primeras computadoras de mediados del siglo hasta la expansión de Internet, destacando que lo revolucionario no es únicamente la capacidad de procesar datos, sino la interconexión masiva entre usuarios, servidores y plataformas. En esta parte del libro, el análisis se vuelve más crítico: Harari considera que las redes digitales no solo facilitan la circulación de información, sino que permiten niveles de vigilancia, manipulación y concentración de poder sin precedentes. La articulación entre empresas tecnológicas, algoritmos de recomendación y modelos de extracción de datos configura una red donde los usuarios no solo consumen información, sino que se convierten ellos mismos en fuentes y productos de ella.
Harari examina cómo las redes sociales alteran la noción de comunidad, identidad y acción política. Sostiene que, aunque estas plataformas prometen democratizar la información, en realidad generan sistemas altamente centralizados donde unos pocos actores controlan la arquitectura de la comunicación global. El autor enfatiza que la lógica algorítmica prioriza la viralidad por encima de la veracidad, lo cual distorsiona los criterios de relevancia y deteriora la capacidad colectiva para deliberar racionalmente. La posverdad, desde esta perspectiva, no es un fenómeno espontáneo, sino una consecuencia estructural del diseño de las redes contemporáneas.
La parte final del libro analiza el advenimiento de la inteligencia artificial como un punto de inflexión histórico comparable a la escritura y la imprenta. Harari plantea que la IA no es solo una mejora en la capacidad de procesar información, sino la aparición de una entidad no humana capaz de interpretar patrones, tomar decisiones y generar contenido. Esto, sostiene, podría desplazar al ser humano del centro de la red de información global. Si durante milenios los humanos fueron los nodos principales que producían, filtraban y otorgaban sentido a la información, la IA introduce nodos autónomos que operan a velocidades y escalas inaccesibles para la cognición humana. Esta mutación, según Harari, obliga a repensar conceptos como agencia, responsabilidad y control social.
El autor advierte sobre los riesgos de delegar funciones críticas a sistemas de IA en contextos como la seguridad, la economía o las relaciones interpersonales. No obstante, también reconoce el potencial de estas tecnologías para ampliar capacidades humanas, mejorar diagnósticos médicos, optimizar infraestructuras y acelerar avances científicos. La reflexión central es que la IA puede reforzar o destruir la cohesión social dependiendo de cómo se regule su integración en las redes existentes. Harari insiste en que no se trata de detener el progreso tecnológico, sino de comprender su lógica para evitar que derive en formas inéditas de desigualdad y dominación.
La obra propone una genealogía integral de los sistemas de información humanos, mostrando que cada salto tecnológico redefine las formas de cooperación, autoridad y subjetividad. "Nexus" invita a pensar la historia no como una sucesión de eventos aislados, sino como la evolución de una red cada vez más compleja que conecta mentes, instituciones y tecnologías. La lectura deja en claro que la pregunta decisiva no es qué tipo de información producimos, sino qué tipo de red estamos construyendo al hacerlo, y cómo esa red condicionará las posibilidades futuras de la humanidad.

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29/11/2025

📕 ¿Saben qué relación hay entre tecnología y fascismo?

🖋️ Esta colección de textos inéditos analizan las conexiones entre la guerra, la tecnología y el auge del fascismo. Una perspectiva crítica y profunda de uno de los pensadores más importantes del siglo XX.

Es un material para comprender las raíces históricas y filosóficas de estos fenómenos cruciales.

🔗 Léelo aquí:https://arxiujosepserradell.cat/wp-content/uploads/2022/02/Marcuse-Herbert-Guerra-tecnologi%CC%81a-y-fascismo-Textos-ine%CC%81ditos.pdf

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29/11/2025

JULIO CÉSAR HERRERO - Elementos del Pensamiento Crítico

"Elementos del Pensamiento Crítico" de Julio César Herrero es un manual que se propone ofrecer una cartografía clara, metódica y operativa de las habilidades intelectuales necesarias para evaluar información, argumentar con rigor y tomar decisiones fundamentadas en un entorno saturado de estímulos, discursos persuasivos y contenidos de dudosa calidad. Herrero estructura su obra con una prioridad constante: dotar al lector de herramientas conceptuales y prácticas que permitan identificar falacias, analizar razonamientos, distinguir hechos de opiniones, discriminar fuentes fiables y construir criterios propios. Su aproximación, aunque didáctica, está lejos de simplificaciones excesivas: el autor asume que el pensamiento crítico es un ejercicio profundo de disciplina cognitiva y ética intelectual, no un conjunto de trucos argumentativos. Este punto es fundamental para comprender el tono y la intención del libro, que se adecúa más a un enfoque de alfabetización racional que a un manual de retórica defensiva.
Uno de los primeros aportes que realiza Herrero es la clarificación del concepto de pensamiento crítico, una expresión utilizada con frecuencia pero rara vez definida con precisión. El autor señala que el pensamiento crítico no consiste en desconfiar sistemáticamente de todo ni en adoptar una actitud de negación permanente, sino en aplicar procedimientos de análisis que permitan evaluar la consistencia, la evidencia, la coherencia interna y la pertinencia contextual de las afirmaciones. En este sentido, plantea que el pensamiento crítico es, ante todo, una disposición a la reflexión antes que a la aceptación inmediata, un ejercicio de humildad intelectual que reconoce la posibilidad del error propio y la necesidad de someter las creencias a examen. Con ello, Herrero se distancia de visiones caricaturescas que confunden escepticismo con cinismo o espíritu crítico con beligerancia discursiva.
A lo largo del libro, el autor enfatiza que el pensamiento crítico requiere un dominio básico de conceptos lógicos. No se trata de elaborar demostraciones formales, sino de comprender cómo se estructuran los argumentos, cuáles son sus componentes, qué distingue una conclusión legítima de una inferencia arbitraria y qué señales permiten detectar errores o manipulaciones. Herrero explica de manera accesible elementos esenciales como premisas, conclusiones, inferencias válidas, inferencias inválidas, argumentos deductivos, argumentos inductivos y razonamientos abductivos. Su objetivo no es convertir al lector en un especialista, sino proporcionar un vocabulario mínimo para analizar discursos con mayor precisión. Esta parte del libro es especialmente valiosa, porque muchas discusiones públicas se ven trastocadas por la incapacidad de distinguir entre una premisa discutible y un error lógico, o entre un dato empírico y una opinión presentada como certeza.
Asimismo, Herrero desarrolla un catálogo amplio de falacias, tanto formales como informales, acompañado de ejemplos actuales que facilitan su identificación en la vida cotidiana, los medios de comunicación y el debate político. Entre ellas, aborda falacias de generalización apresurada, correlación indebida, apelaciones a la autoridad, ataques ad hominem, peticiones de principio, apelaciones a la emoción, falsas dicotomías y desplazamientos del tópico. Su tratamiento no se limita a señalarlas, sino que examina por qué resultan persuasivas, qué sesgos cognitivos las refuerzan y cómo pueden ser respondidas mediante preguntas clarificadoras o análisis de premisas. En este punto, la obra es especialmente didáctica: Herrero no pretende que el lector se limite a memorizar una lista de errores argumentativos, sino que comprenda sus mecanismos subyacentes.
Un capítulo de especial relevancia está dedicado al análisis de fuentes de información. Herrero enfatiza que el pensamiento crítico no puede ejercerse adecuadamente sin criterios para evaluar la fiabilidad de quienes emiten afirmaciones. Analiza elementos como la competencia del emisor, su independencia respecto de intereses externos, la transparencia metodológica, la solidez de la evidencia y la posibilidad de verificación. También aborda los sesgos editoriales, la lógica de los medios de comunicación, la proliferación de contenidos digitales y los mecanismos de viralización que favorecen la difusión de información falsa o simplificada. Herrero no cae en el discurso alarmista, sino que describe las condiciones actuales del ecosistema informativo y propone pautas concretas para manejarlo con mayor solvidez. Este punto es particularmente pertinente en un contexto donde la abundancia de información no garantiza el acceso a conocimiento de calidad.
El autor dedica un análisis detallado al papel de los sesgos cognitivos en la distorsión del razonamiento. En lugar de tratarlos como defectos aislados, los presenta como mecanismos evolutivos que cumplen funciones adaptativas, pero que pueden interferir con el pensamiento riguroso si no se reconocen y moderan. Entre los sesgos que examina se incluyen el sesgo de confirmación, el sesgo de disponibilidad, el efecto halo, la ilusión de causalidad, el sesgo retrospectivo y la tendencia al pensamiento grupal. Herrero explica cómo estos mecanismos influyen en la percepción y la interpretación de datos, y cómo pueden predisponer al individuo a aceptar afirmaciones sin análisis crítico. En esta sección, el autor ofrece estrategias prácticas para contrarrestarlos, como la búsqueda activa de información disonante, la formulación de hipótesis alternativas y la revisión sistemática de las propias inferencias.
Otro aspecto central del libro es su análisis de la argumentación pública y los mecanismos de persuasión. Herrero distingue entre persuasión legítima —aquella que se apoya en razones, evidencia y apelaciones mesuradas a valores compartidos— y manipulación discursiva, que se basa en emociones, falacias, exageraciones o construcciones ficticias de antagonismos. Examina con especial cuidado cómo ciertos discursos políticos, publicitarios y mediáticos explotan vulnerabilidades cognitivas para influir en la opinión pública. Su análisis no adopta una posición partidista, sino metodológica: lo que le interesa es desentrañar las técnicas y evaluar su impacto en la capacidad de razonamiento del ciudadano. Al mismo tiempo, el autor señala que el pensamiento crítico cumple una función cívica esencial: permite a las sociedades democráticas sostener un debate público más razonado y menos susceptible a la polarización emocional.
El libro dedica una sección significativa a la construcción de argumentos sólidos, donde Herrero proporciona una guía práctica para organizar ideas, establecer premisas claras, evitar ambigüedades conceptuales, justificar inferencias y anticipar objeciones. Su enfoque es deliberadamente aplicado: ofrece ejemplos de argumentaciones bien y mal construidas y propone ejercicios para practicar la formulación de tesis y la elaboración de líneas de razonamiento coherentes. Uno de los aspectos más valiosos de esta sección es que Herrero insiste en la necesidad de ajustar el nivel de precisión y complejidad del argumento al contexto comunicativo. Un razonamiento válido no solo debe ser correcto, sino también comprensible para su audiencia. Con esto, subraya la dimensión pragmática del pensamiento crítico.
El autor también aborda el papel de la emoción en el razonamiento, un tema que suele ser minimizado en manuales de pensamiento crítico. Herrero reconoce que la emoción no es el enemigo de la razón, pero sí advierte que puede distorsionar el proceso de evaluación si no se integra adecuadamente. Examina cómo el miedo, la indignación, la simpatía o la euforia pueden inclinar al individuo a aceptar afirmaciones sin cuestionarlas y analiza el modo en que los discursos manipulativos explotan estas disposiciones afectivas. La solución propuesta no es suprimir la emoción, sino reconocerla y evitar que opere como premisa oculta no examinada. Este tratamiento equilibrado agrega profundidad al enfoque del libro y lo aleja de las visiones reduccionistas que identifican pensamiento crítico con frialdad lógica absoluta.
Otro punto notable es la defensa del pensamiento crítico como una práctica que exige esfuerzo sostenido. Herrero rechaza la idea de que pensar críticamente sea un acto espontáneo o inmediato; al contrario, lo describe como un ejercicio que requiere disciplina, tiempo y disposición a revisar convicciones propias. En este sentido, el libro tiene una dimensión ética, pues promueve un compromiso con la honestidad intelectual, la apertura a la evidencia y la disposición a modificar creencias cuando los argumentos lo exigen. El autor sostiene que esta actitud es esencial no solo para la vida intelectual individual, sino para el funcionamiento saludable de sociedades abiertas.
Hacia el final del libro, Herrero reflexiona sobre la función social del pensamiento crítico. Argumenta que, en un contexto donde las redes sociales amplifican la polarización, la desinformación y la comunicación emocional, la ausencia de pensamiento crítico puede erosionar el debate democrático y facilitar la manipulación colectiva. Sin embargo, su posición no es pesimista: sostiene que la enseñanza del pensamiento crítico —en la educación formal, en espacios comunitarios y en entornos profesionales— puede fortalecer la autonomía intelectual y promover una cultura de deliberación más racional. En esta sección, el autor conecta su análisis con la vida pública, subrayando que el pensamiento crítico es una competencia ciudadana indispensable.
"Elementos del Pensamiento Crítico" se configura así como una obra que combina claridad expositiva, solidez conceptual y utilidad práctica. Herrero logra articular una visión integral que abarca desde los fundamentos lógicos hasta los aspectos psicológicos y socioculturales del razonamiento. Su enfoque evita tanto el tecnicismo excesivo como la superficialidad y ofrece una guía coherente para quienes buscan mejorar su capacidad de análisis y su autonomía intelectual. El resultado es un libro que no solo introduce conceptos, sino que propone un modo de relacionarse con la información, con los discursos y con las propias creencias. En un entorno donde la complejidad de los mensajes y la velocidad del flujo informativo pueden desorientar incluso a personas bien formadas, la obra de Herrero ofrece un marco sólido para pensar con mayor lucidez, prudencia y rigor.

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Dirección

Caracas
1010

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