12/10/2025
La nueva norma que permite eliminar arcenes promete más seguridad, pero podría reducir el espacio vital del ciclismo en carretera.
La bicicleta vuelve a situarse en el centro del debate sobre el espacio público. La línea fina entre protección y exclusión
Esta vez no por su papel en la transición ecológica, sino por una disposición técnica que podría transformar silenciosamente la relación entre ciclistas y carreteras en España.
La Disposición Adicional Tercera del nuevo Reglamento General de Carreteras autoriza la reducción o supresión de arcenes en vías de la red estatal con poco tráfico, siempre que se justifique la creación o continuidad de un itinerario ciclista.
El texto habla de seguridad, eficiencia y conectividad. Pero detrás de ese lenguaje administrativo se esconde un dilema: ¿es realmente un avance para la movilidad sostenible o una forma elegante de expulsar al ciclista de la carretera?
Un cambio discreto con grandes implicaciones
La norma parece técnica, pero su alcance es político y cultural.
Permitir suprimir arcenes —tradicionalmente el espacio de seguridad del ciclista— implica redibujar quién tiene derecho a ocupar la vía pública.
Y lo hace bajo una condición aparentemente tranquilizadora: un informe técnico deberá garantizar que no se compromete la seguridad ni el funcionamiento de la carretera.
El problema es que, una vez sustituido el arcén por un carril bici segregada señalizada con la R-407a, su uso se convierte en obligatorio.
Es decir, el ciclista ya no puede elegir.
Donde antes existía la posibilidad de circular por el arcén —como recoge el artículo 36 del Reglamento General de Circulación—, ahora habría una obligación de usar un espacio más estrecho, discontinuo y, en muchos casos, compartido con peatones o patinetes.
Los desplazamientos largos en Bicicleta, ese espacio en extinción
Para quienes viven el ciclismo más allá del desplazamiento urbano, esta disposición suena a confinamiento.
El arcén no es solo una franja de asfalto: es el espacio donde muchos entrenan, sueñan, se vacían y encuentran el silencio que las ciudades ya no ofrecen.
Eliminarlo o sustituirlo por un carril segregado significa, en la práctica, restringir la posibilidad de entrenar en carretera con seguridad y continuidad.
Los carriles bici no están pensados para rodar a 35 km/h, ni para mantener relevos, ni para pedalear en paralelo .
Convertirlos en el único espacio legal para la bicicleta es una forma sutil de marginar el ciclismo deportivo, disfrazada de protección.
“Nos dicen que es por nuestra seguridad, pero lo que hacen es empujarnos fuera”, “El día que nos prohíban pasar por la nacional porque hay un carril bici al lado, habremos perdido algo más que el derecho a circular: habremos perdido el sentido del ciclismo en carretera”.
Seguridad o control
En nombre de la seguridad se pueden justificar muchas cosas.
Pero cuando proteger significa restringir la libertad de movimiento de un colectivo, conviene mirar con lupa.
La bicicleta, al fin y al cabo, es uno de los pocos vehículos que reivindica el derecho a ocupar la carretera sin contaminarla, sin ruido, sin blindajes.
Y es justamente esa fragilidad lo que la hace poderosa —y también incómoda— para el modelo dominante de movilidad.
Eliminar arcenes y hacer obligatorio el uso de carriles segregados rompe la convivencia entre el ciclista y el resto del tráfico.
No soluciona la falta de respeto, ni la agresividad al volante, ni la ausencia de cultura vial.
Solo aparta el problema hacia un lado, creando vías ciclistas que no siempre son seguras, ni continuas, ni útiles
El futuro del espacio ciclista
El reto, como siempre, estará en la aplicación práctica.
Si esta disposición se interpreta con equilibrio, podría ayudar a conectar itinerarios reales, especialmente en entornos urbanos y metropolitanos.
Pero si se utiliza como excusa para vaciar las carreteras de ciclistas, España corre el riesgo de borrar parte de su cultura ciclista en nombre de la modernización.
Porque el ciclismo no es solo un medio de transporte.
Es una forma de mirar el territorio, de recorrerlo, de entender el esfuerzo y la distancia.
Y cualquier norma que lo limite debería preguntarse no solo qué gana el Estado, sino qué pierde el ciclista.
Quizás el verdadero avance no sea crear más carriles bici, sino garantizar que todos —también los ciclistas— sigamos teniendo derecho a la carretera.
El Gobierno ha dado luz verde al Real Decreto que desarrolla el contenido de la Ley de Carreteras