18/10/2025
El esquizofrénico no está “loco”.
Es el portador de las memorias más dolorosas del clan: tragedias, muertes violentas, secretos, silencios imposibles de sostener.
Él grita lo que su árbol calló.
Manifiesta en su mente fragmentada lo que la familia no pudo integrar en su corazón.
Como si la vida, en su sabiduría, dijera:
“Esto no puede repetirse.
Que se vea lo que fue negado.
Que se entienda al perpetrador y se h**e a la víctima.”
La esquizofrenia, vista así, es una llamada del alma familiar a la integración.
No se trata de juzgar ni de romantizar el dolor, sino de mirarlo con compasión y darle un lugar.
Porque solo lo que se mira con amor puede transformarse.
Desde la mirada sistémica, las enfermedades mentales —como la esquizofrenia— pueden entenderse como manifestaciones de desórdenes profundos dentro del sistema familiar.
El “portador” suele cargar inconscientemente con memorias no resueltas: hechos trágicos, muertes injustas, secretos o culpas que quedaron excluidos del campo familiar.
En este sentido, el esquizofrénico representa la fractura del sistema, la división entre lo que se muestra y lo que se oculta.
Su mente refleja lo que el clan no pudo integrar: la víctima y el perpetrador, el amor y el horror, la verdad y el silencio.
El alma familiar busca equilibrio, y cuando algo se excluye, alguien lo representará para que sea visto y reconocido.
Por eso, más que una enfermedad, la esquizofrenia puede verse como una expresión extrema del amor ciego del sistema: un intento desesperado de restaurar el orden y la verdad.
Abrazar las partes caídas del sistema familiar; integrar en amor sin juzgar; ni excluir es el camino que nos lleva a la no repetición.