19/11/2025
Mi niñez fue una etapa rara, porque por un lado vivía mucho en mis mundos mágicos, pero por otro lado quería crecer. Yo sentía que cuando fuera grande iba a poder hacer un montón de cosas que de chica no podía o no me dejaban. Me percibía muy madura, entonces no entendía por qué me ponían límites, por qué me decían que no podía hacer ciertas cosas.
Me acuerdo de que desde muy chica ya quería quedarme sola en casa, y obviamente no me dejaban. Yo no lo entendía. Y cuando surgía algún choque o discusión con mi mamá o mi papá, yo muchas veces sentía que tenía razón. Este tema de “nosotros somos los grandes y es así” no lo toleraba. ¿Cómo que pueden hacer lo que quieren solo por ser adultos? Yo veía eso como una incoherencia: “soy adulto, entonces puedo hacer lo que quiero, aunque esté haciendo cualquier cosa; vos sos niña, entonces no podés hacer lo que querés”. Yo me vivía a mí misma como una niña responsable —lunita en Capri—, súper responsable y correcta.
Entonces me pasaba esto: por un lado quería crecer para poder hacer lo que quería, pero paradójicamente cuando fui grande quise volver a ser niña. Al crecer decía: “che, la vida de niña no estaba tan mal, yo que me quejaba tanto”, porque claro, de niña no tenía las responsabilidades de trabajar, de cómo iba a comer, de la casa limpia o sucia… todos esos temas de la adultez.
De chica tenía muchas amigas. Era una mezcla, un poco como soy ahora: introvertida y extrovertida en simultáneo. Muy social, porque los niños y niñas se me acercaban mucho, pero al mismo tiempo muy vergonzosa. Había algo que me impulsaba a estar con otros y otras, aunque me diera mucha vergüenza. Era como si yo no entendiera del todo los códigos humanos, pero al mismo tiempo pudiera comprenderlos y jugarlos. Tenía esta cualidad —que sigue siendo parte de mí— de encajar en los grupos y ser sociable, pero también de ser muy solitaria y tímida. Esas dos fuerzas me acompañan desde niña.
En general, la infancia la recuerdo como una mirada ambigua. Por un lado, me encantaba la vida: ir a la playa, estar en mi mundo. Por otro lado, también me sentía rara. Me acuerdo de que veía todo enorme: plazas, campos, lugares. Y cuando volvía un año después