04/07/2016
De la Página del centro Psicoanalítico de Madrid:
"Tuve suerte. Cuando era chico y me enrabietaba y mi madre no podía contenerme y se ponía nerviosa me daba Atarax. Tuve suerte ya digo, de que no existieran las anfetaminas. Habría sido fácil diagnosticar mis enfados, mis rabietas, mi agitación y haberme recetado esas píldoras mágicas que me habrían centrado y permitido dejar de ser un niño díscolo, tuve suerte. Tuve suerte porque el Atarax sólo me atontaba un poco y me obligó a tener que asumir por mí mismo que el mundo no se acomodaba a mi antojo, que el yo placer purificado no era mi lugar natural de existencia, bien es verdad que me hubiera venido bien una actitud más cariñosa y acogedora de mi madre y menos nerviosa, pero tuve la madre que tuve y era el chico que era, y la expulsión del paraíso se produjo demasiado deprisa, demasiado temprano, pero con eso tuve que aprender a vivir. No fue fácil, no crean, aún me cuesta. Tuve que irme y buscar un diván, curiosamente en él nunca hablé de esta versión de los hechos, pero allí aprendí a forjarme un lugar en el mundo que no dependiera tanto de lo externo, aprendí a ensancharme por dentro y a sostenerme gracias a que otro afuera me escuchó a la distancia adecuada, ni tan cerca como para hacerme creer que era posible vivir en el yo placer purificado, ni tan lejos y nerviosa como había vivido yo a mi figura materna. Y heme aquí hoy con mis rabietas por dentro, mi ansiedad y mis herramientas propias para bregar con ellas, sin necesidad de píldoras mágicas y sin echarle la culpa a los que me rodean, que sé me dan lo que pueden, cada uno a su manera."
Pj