19/09/2018
Lutereau Lucioano - Cuando el analista se enoja
En este punto sí quisiera destacar lo que ocurre cuando un analista se enoja. Pienso, por ejemplo, en un caso de supervisión: una mujer le avisa a su analista que no podrá pagar la sesión completa, porque se quedó sin dinero, mientras que éste advierte que ella tiene una bolsa de una tienda de ropa; entonces, le dice: “Se ve que para otras cosas sí tiene plata”. Si bien se trata de un chiste, lo cierto es que la paciente se siente ofendida por esta intervención y, más allá de si tiene razón o no, lo significativo es que con ese chiste el analista no dejó de transmitir su molestia.
Ahora bien, a partir de conversar sobre el caso, notamos que esa incomodidad que lo molestaba se basaba en la sensación de que, en definitiva, si ella había comprado algo antes de la sesión y luego no tenía el dinero, era él quien había pagado por ella, como si él hubiera sido quien le compró la ropa. Pudimos pensar en este momento: ¿por qué ella quiso hacerlo pagar? O, dicho de otro modo, ¿es objetable que ella quisiera que él le diese algo? O, en último término, ¿es ilegítimo que un paciente, eventualmente, prefiera usar su dinero para otra cosa que para el análisis? Por esta vía fue que pudimos conversar acerca del modo en que se pautaban las sesiones en ese análisis, para descubrir que quizá la sesión semanal establecida de antemano era un requisito burocrático que no se correspondía con las particularidades del caso, un recurso administrativo que tranquilizaba más al analista que a la paciente, que respondió de la manera más saludable en que alguien puede hacerlo a veces: con un síntoma dirigido al analista. De este modo, esa actitud con que el analista se enojaba y que le sirvió para pensar que ese tratamiento no iba del todo bien, que se encontraba ante una paciente poco comprometida, demostraba todo lo contrario: era con ese guiño que empezaba el análisis propiamente dicho.