29/04/2025
Entre la energía expansiva del verano -la de los mil planes, los días largos, las salidas, las reuniones- y la contractiva del invierno -la de la quietud, la oscuridad, la introspección- hay un estado intermedio que nos propone acomodarnos a esos cambios de manera flexible y paulatina. El otoño🍂 es una estación de transición, y para nuestro sistema, las transiciones son muy sanas.
Podemos pasar de un estado a otro rápidamente y experimentar cambios abruptos. Como pasa tantas veces, al menos en Tandil, que de un calor extremo pasamos a un frío terrible en solo unas horas. O en los hábitos cotidianos: levantarnos de la cama y salir corriendo, cerrar la computadora y sentarnos a comer, apagar la tele e irnos a dormir. Pero esto implica un gasto metabólico muy alto, que siempre, de alguna manera, se paga.
Por el contrario, las transiciones nos hablan de “flexibilidad”. Permiten momentos para aceptar los cambios, adaptarnos a nuevos entornos, cambiar de estados y ubicarnos en diferentes roles. Aunque en términos de productividad, las transiciones podrían verse como una pérdida de tiempo, esas fases intermedias (bien gestionados) nos predisponen a lo que viene de manera saludable y eficiente.
Hay transiciones que dan trabajo, como cuando tu cuerpo llega a un espacio, pero no podés habitarlo, porque la mente te lleva a otro lado. Otras desafiantes, porque cuesta asumir el cambio (como cuando se pierde a un ser querido). Transiciones que se extienden en el tiempo, como las de la naturaleza. Y otras, que con solo unos minutos alcanza: descalzarnos para entrar a casa, escuchar una canción antes de empezar a trabajar, un té en medio de la tarde, un momento de silencio al entrar a la sala de yoga.
Si la única constante es el cambio, mantenernos flexibles y aprovechar esos momentos, será clave.
Estará en cada uno qué elegir.