24/09/2020
Acerca de un abordaje psicoanalítico de la obesidad y el sobrepeso:
Aún antes de nacer, aún antes de ser un organismo viviente, por el hecho de que puede ser proyectado, pensado, deseado o no deseado por sus progenitores, el cachorro humano ya se encuentra afectado, condicionado, sujetado por el lenguaje. Del mismo modo, cuando el organismo anatómico de un humano muere, esa persona persiste en palabras, en las conversaciones y en los recuerdos de algunos otros. El cuerpo humano, entonces, antes y después de ser carne, es lenguaje, es palabras. De tal forma que el cuerpo humano obtiene de las palabras, de los significantes, su rasgo principal: la perennidad. Para que un cuerpo forme parte de las cosas de este mundo, es indiferente que esté vivo o que esté mu**to. Si, tal como reza el sintagma, "el símbolo mata a la cosa", este es el primer efecto de mortificación que el lenguaje imprime sobre el cuerpo.
Pero el cuerpo humano no sólo tiene la capacidad de hacerse significante, el cuerpo físico también tiene la capacidad de incorporar dentro de sí al significante. Los significantes (porciones de ese "cuerpo sutil", que es como Lacan define al lenguaje) se hacen cuerpo, se incorporan al cuerpo físico. Precisamente, para dar cuenta de esta capacidad del cuerpo físico de incorporar dentro de si al significante Lacan recurre al concepto de "lo incorporal", un concepto que toma prestado de los estoicos. Por decirlo de una manera breve, "lo incorporal" es aquello que queda por fuera de la materialidad del lenguaje, no es aquello que una palabra, una frase, o un concepto "dicen", sino que es aquello que "quieren decir".
En el mismo movimiento en el que el humano incorpora dentro de sí al significante, algo de su organismo anatómico se pierde, se desnaturaliza. El cuerpo físico es marcado, rasgado, agujereado por el significante. Como puede verse, entonces, el cuerpo del ser que habla es mucho más que un organismo anatómico, el cuerpo humano está desnaturalizado ya desde antes de su origen.
En nuestro quehacer profesional somos consultados por personas que acuden a relatarnos, a contarnos sus malestares anímicos. Esos malestares siempre implican, siempre afectan y resuenan en sus cuerpos.
¿Por qué deberíamos reducir esos cuerpos a su materia orgánica? ¿Por que deberiamos tratarlos como si fueran máquinas neuronales, hormonales o genéticas? ¿Por qué abordar la complejidad de la psiquis humana sólo desde el nivel de los circuitos cerebrales y las conductas?
Un cuerpo "com-porta", porta con él, mucho más que su sustrato orgánico. Un cuerpo comporta sus marcas, marcas que hunden sus raíces en la trama ficcional con que las palabras lo han ido tejiendo.
El abordaje psicoanalítico de los malestares subjetivos es una invitación. Una invitación a desandar ese camino, esa trama significante, para que, entre otras cosas, cada quien pueda encontrar un nuevo enlace, una nueva relación con el propio cuerpo. Para que cada quien pueda "tener" un cuerpo que alcance la relevancia de su textura única, singular.
Y esto es posible cuando existe un dispositivo apropiado (adecuado y echo propio) donde pueden echarse a rodar las propias palabras, palabras cuyo "decir" encuentren su fecundidad a instancias de una escucha específica, una escucha liberada de todo juicio personal, como lo es la escucha analítica.