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17/11/2025
Gabinete psicológico wa.me/59167400223LOS HIJOS Y EL PRECIO EMOCIONAL DEL DIVORCIO DE SUS PADRES 🤐    El sufrimiento de ...
17/11/2025

Gabinete psicológico wa.me/59167400223

LOS HIJOS Y EL PRECIO EMOCIONAL DEL DIVORCIO DE SUS PADRES 🤐

El sufrimiento de los hijos después del divorcio no empieza cuando los papeles se firman. Empieza mucho antes, en los gestos crispados, en las palabras que perforan el aire como agujas, en el silencio que se vuelve un muro. Los chicos no entienden de trámites, entienden de atmósferas. Y cuando el clima emocional se vuelve tóxico, su cuerpo habla lo que su boca no se anima a decir.

Un hijo percibe todo. Percibe la distancia, la ironía, la tensión, la mueca forzada. Percibe, sobre todo, cuando deja de ser niño para transformarse en rehén emocional. Y ahí comienza la verdadera tragedia, LA SOMATIZACIÓN. El cuerpo de los chicos es más sincero que los adultos. Donde el adulto niega, el niño vomita. Donde el adulto justifica, el niño tiembla. Donde el adulto se acostumbra, el niño se enferma.
Los psicólogos familiares como Salvador Minuchin lo advirtieron hace décadas. Cuando la pareja se quiebra y no sabe manejar su ruptura, los hijos terminan cargando una tensión que no les corresponde. Esa lealtad infantil es hermosa… pero también devastadora. Ivan Boszormenyi-Nagy llamó a esa tragedia “lealtad dividida”, el alma del niño queda partida entre amar a papá y amar a mamá sin traicionar a ninguno.
Cuando los padres se pelean, creen que sus reproches solo hieren al otro adulto. Pero cada golpe también golpea el corazón del hijo, porque para él ambos adultos son su hogar y su raíz. Cuando uno destruye al otro con palabras ácidas, el niño lo siente como un ataque a su propia identidad. Y no es raro que sufra físicamente, DOLOR DE ESTÓMAGO, INSOMNIO, ANSIEDAD, PESADILLAS… SU CUERPO HABLA LO QUE SU ALMA NO PUEDE GRITAR.

A este respecto, el psiquiatra Enrique Rojas, en su libro Remedios para el desamor, advierte algo fundamental: “Una pareja rota … da lugar a los llamados niños ping-pong” Ese ping-pong emocional, esa ida y vuelta constante entre casas, expectativas y frustraciones, puede convertir al niño en mensajero, mediador, o incluso rehén emocional.
El divorcio en sí no es el enemigo principal. Lo que enferma es la incoherencia de los adultos, el resentimiento latente, la guerra pasiva que usan para herir. El hogar se fragmenta, el reino se divide. Y como dice la Escritura: “todo reino dividido contra sí mismo queda desolado.” Un niño no puede edificar su mundo interno si el mundo externo está en ruinas. Y además se añade otra herida silenciosa, la parentificación. Hijos que se vuelven consejeros de uno de los padres, guardianes del otro. Que sienten que su tarea es reconstruir lo que los adultos destruyeron. Esa carga, invisible pero pesada, se instala en el cuerpo como una espina, SE VUELVE ANSIEDAD, GASTRITIS, TICS, BAJO RENDIMIENTO ESCOLAR.

Es cierto que muchos padres no lo hacen con maldad, sino con ignorancia, con dolor mal canalizado, con una inmadurez emocional que no han sanado. Pero un verdadero padre o madre, no usa a sus hijos para castigar, no los convierte en mensajeros, no destruye la imagen del otro para ganar una batalla personal.
UN VERDADERO PADRE BENDICE. INCLUSO ROTO, INCLUSO SOLO, INCLUSO HUMILLADO, TIENE EL VALOR DE PROTEGER EL ALMA DE SU HIJO.

La bendición no es un gesto superficial, es una decisión psicológica y espiritual, decirle al hijo “vos no tenés por qué cargar con esta guerra”. Es hablar con respeto del otro progenitor, aunque el vínculo entre adultos esté dañado. Es no dejar que la ruptura se convierta en una grieta en el corazón del niño.

En las familias ensambladas, este dilema se hace aún más complejo. Muchos niños viven con el peso de nuevas parejas, hermanastros, casas distintas. Y el riesgo es que cada adulto intente ganar su lealtad con comparaciones, culpas o manipulaciones.
La alternativa verdadera es el respeto, reconocer la historia personal del niño, aportar luz a su vida sin eclipsar su pasado.

El sufrimiento de los hijos tras el divorcio no es un misterio, sino la consecuencia natural cuando los padres dejan de asumir su papel de adultos. Lo que los niños necesitan no es una paz frágil, sino una coherencia firme; no es una neutralidad tibia, sino un amor consciente. Necesitan sentir que su corazón no es campo de batalla, sino un hogar seguro, incluso si ese hogar ya no es compartido por sus padres.
Los hijos no eligen a sus padres, pero los padres eligen qué huella van a dejar. Frente al divorcio, pueden decidir herir o sanar. Puede ser la repetición del dolor o el inicio de una nueva historia.
El adulto que ama de verdad no pelea por tener razón, pelea por la paz de sus hijos. Y esa batalla, cuando se libra con humildad y coherencia, deja un fruto mucho más valioso que cualquier victoria personal, un niño que crece sin miedo, sin culpa, sin cicatrices invisibles.

Julio César Cháves
(Tomado de la Red)

No dejemos que nuestros hijos carguen lo que no les corresponde wa.me/59167400223 atención presencial y online LOS HIJOS...
17/11/2025

No dejemos que nuestros hijos carguen lo que no les corresponde wa.me/59167400223 atención presencial y online

LOS HIJOS Y EL PRECIO EMOCIONAL DEL DIVORCIO DE SUS PADRES 🤐

El sufrimiento de los hijos después del divorcio no empieza cuando los papeles se firman. Empieza mucho antes, en los gestos crispados, en las palabras que perforan el aire como agujas, en el silencio que se vuelve un muro. Los chicos no entienden de trámites, entienden de atmósferas. Y cuando el clima emocional se vuelve tóxico, su cuerpo habla lo que su boca no se anima a decir.

Un hijo percibe todo. Percibe la distancia, la ironía, la tensión, la mueca forzada. Percibe, sobre todo, cuando deja de ser niño para transformarse en rehén emocional. Y ahí comienza la verdadera tragedia, LA SOMATIZACIÓN. El cuerpo de los chicos es más sincero que los adultos. Donde el adulto niega, el niño vomita. Donde el adulto justifica, el niño tiembla. Donde el adulto se acostumbra, el niño se enferma.
Los psicólogos familiares como Salvador Minuchin lo advirtieron hace décadas. Cuando la pareja se quiebra y no sabe manejar su ruptura, los hijos terminan cargando una tensión que no les corresponde. Esa lealtad infantil es hermosa… pero también devastadora. Ivan Boszormenyi-Nagy llamó a esa tragedia “lealtad dividida”, el alma del niño queda partida entre amar a papá y amar a mamá sin traicionar a ninguno.
Cuando los padres se pelean, creen que sus reproches solo hieren al otro adulto. Pero cada golpe también golpea el corazón del hijo, porque para él ambos adultos son su hogar y su raíz. Cuando uno destruye al otro con palabras ácidas, el niño lo siente como un ataque a su propia identidad. Y no es raro que sufra físicamente, DOLOR DE ESTÓMAGO, INSOMNIO, ANSIEDAD, PESADILLAS… SU CUERPO HABLA LO QUE SU ALMA NO PUEDE GRITAR.

A este respecto, el psiquiatra Enrique Rojas, en su libro Remedios para el desamor, advierte algo fundamental: “Una pareja rota … da lugar a los llamados niños ping-pong” Ese ping-pong emocional, esa ida y vuelta constante entre casas, expectativas y frustraciones, puede convertir al niño en mensajero, mediador, o incluso rehén emocional.
El divorcio en sí no es el enemigo principal. Lo que enferma es la incoherencia de los adultos, el resentimiento latente, la guerra pasiva que usan para herir. El hogar se fragmenta, el reino se divide. Y como dice la Escritura: “todo reino dividido contra sí mismo queda desolado.” Un niño no puede edificar su mundo interno si el mundo externo está en ruinas. Y además se añade otra herida silenciosa, la parentificación. Hijos que se vuelven consejeros de uno de los padres, guardianes del otro. Que sienten que su tarea es reconstruir lo que los adultos destruyeron. Esa carga, invisible pero pesada, se instala en el cuerpo como una espina, SE VUELVE ANSIEDAD, GASTRITIS, TICS, BAJO RENDIMIENTO ESCOLAR.

Es cierto que muchos padres no lo hacen con maldad, sino con ignorancia, con dolor mal canalizado, con una inmadurez emocional que no han sanado. Pero un verdadero padre o madre, no usa a sus hijos para castigar, no los convierte en mensajeros, no destruye la imagen del otro para ganar una batalla personal.
UN VERDADERO PADRE BENDICE. INCLUSO ROTO, INCLUSO SOLO, INCLUSO HUMILLADO, TIENE EL VALOR DE PROTEGER EL ALMA DE SU HIJO.

La bendición no es un gesto superficial, es una decisión psicológica y espiritual, decirle al hijo “vos no tenés por qué cargar con esta guerra”. Es hablar con respeto del otro progenitor, aunque el vínculo entre adultos esté dañado. Es no dejar que la ruptura se convierta en una grieta en el corazón del niño.

En las familias ensambladas, este dilema se hace aún más complejo. Muchos niños viven con el peso de nuevas parejas, hermanastros, casas distintas. Y el riesgo es que cada adulto intente ganar su lealtad con comparaciones, culpas o manipulaciones.
La alternativa verdadera es el respeto, reconocer la historia personal del niño, aportar luz a su vida sin eclipsar su pasado.

El sufrimiento de los hijos tras el divorcio no es un misterio, sino la consecuencia natural cuando los padres dejan de asumir su papel de adultos. Lo que los niños necesitan no es una paz frágil, sino una coherencia firme; no es una neutralidad tibia, sino un amor consciente. Necesitan sentir que su corazón no es campo de batalla, sino un hogar seguro, incluso si ese hogar ya no es compartido por sus padres.
Los hijos no eligen a sus padres, pero los padres eligen qué huella van a dejar. Frente al divorcio, pueden decidir herir o sanar. Puede ser la repetición del dolor o el inicio de una nueva historia.
El adulto que ama de verdad no pelea por tener razón, pelea por la paz de sus hijos. Y esa batalla, cuando se libra con humildad y coherencia, deja un fruto mucho más valioso que cualquier victoria personal, un niño que crece sin miedo, sin culpa, sin cicatrices invisibles.

Julio César Cháves

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