31/03/2021
Jacques-Alain Miller entrevista a Éric Marty sobre “El s**o de los modernos” – 2021-03-21.
(Éric Marty, profesor de Literatura Contemporánea en la Universidad de París 7, es el responsable de la edición de las obras de Roland Barthes. Escritor y ensayista, ha escrito igualmente sobre René Char, Jean Genet y Louis Althusser.)
Éric Marty: Gracias, estoy muy conmovido por lo que sus palabras. Le dije antes de empezar a grabar que eras para mí uno de los lectores ideales de este libro, por su historia, por su rol, por su lugar también, que está, digamos, ligado con el de Lacan. Lacan que es para mí uno de los maestros del juego, del juego de ajedrez, del bridge o del póquer que mi libro pone sobre la mesa, y del que propone algunas partidas. Hay otros maestros del juego: Lévi-Strauss, por ejemplo, del que no tendremos tiempo para hablar. Pero Lacan es un muy gran maestro del juego en comparación con el Cuarteto: Deleuze, Barthes, Derrida, Foucault. Y esta dominación de Lacan es muy importante en poner al día, así como los herederos -deleuzianos, derridianos, foucaultianos- que hoy les cuesta pensar su propio objeto en la época que fue lacaniana, y percibir los emplazamientos de unos y otros en relación con Lacan. Maestro del juego también en relación con lo que sucede en el lado del género, y es muy apasionante reconstruir la relación y las estrategias de Butler en relación con el corpus lacaniano, de un rigor asombroso en su lógica de distorsión, de rivalidad también, muy asumida. También es en esta reconstitución que estoy trabajando. Y luego porque Lacan, como algunos de sus contemporáneos, s encontró el género antes de convertirse en un concepto dominante. Y observo desde el principio de mi libro que si Lacan encuentra el vocablo género en su versión original de gender con el psiquiatra estadounidense Stoller, y si la resalta como significante, no hace de ello nada. Se tiene la impresión de que hoy en día, muchos psicoanalistas están enfurecidos porque no han sido uno de los que han hecho del vocablo "gender" un significante central para su propia clínica o para su propia teoría.
J.-A.M.: ¿Ah sí? ¿Conoce usted a algún psicoanalista que se enfurece por ello?
É.M.: Esta es una impresión muy difusa que se traduce anecdóticamente en la concentración de una serie de analistas al vocabulario general de gender, pero sobre todo existe este sentimiento muy tenaz, hasta el punto de pasar como certitud, de que el significante "género", desde que apareció, ha tomado el lugar de un significante-amo, un significante indispensable para cualquier sujeto hablante, y que le reta preguntarse cómo se hacía antes para hablar sin él.
J.-A.M.: Usted tiene razón, Lacan no hizo del género una vocablo-amo de su enseñanza. Sin duda fue el primero en Francia en dar a conocer a Stoller...
É.M.: Absolutamente.
J.-A.M.: ... y en hacer leer S*x and gender, que es 1968. Habló de ello, como usted recuerda, en su Seminario De un discurso que no fuera del semblante, le dedicó varias lecciones. En el proceso, sus estudiantes escribieron artículos sobre el transexualismo, en la revista de la Escuela Freudiana, Scilicet, en Ornicar?, la revista que yo dirigía en el Departamento de Psicoanálisis de París VIII. Catherine Millot, que fue su analizante, su alumna, y, como lo relató en un pequeño libro encantador, su amante, dedicó ya en 1983 al transexualismo un libro que hay que leer, titulado Horsexe. Así que Lacan, los lacanianos, no pasaron por alto a Stoller. Pero no adoptaron, sin embargo, el concepto de género.
No siento en absoluto el sentimiento de que nos perdimos algo allí. Importado por Judith Butler, este concepto está hecho para una cosa: minimizar, pluralizar, descarrilar, borrar, hacer olvidar la función de la diferencia sexual, el hecho de que hay un s**o y hay otro, lo que hace dos, y no pequeños n s**os, como Deleuze y Guattari querían desde El Anti-Edipo, mucho antes de que apareciera el gender. También hacer olvidar que no hay en ningún lugar una relación preprogramada entre esos s**os que son dos.
Entre los gametos masculino y femenino, sí, hay una relación programada, es decir, una fórmula cromosómica que se puede poner en blanco y negro sobre papel, y que traduce la forma precisa en que los dos se fusionan durante la fertilización para crear el cigoto. Sí, hay una relación biológica entre el espermatozoide y el óvulo así como entre las gónadas de uno y otro s**o. Sólo que, en el piso superior, ahí donde somos personas sexuadas, "seres" y no órganos ni células ni cromosomas, no hay fórmula universal.
El hombre, la mujer son, en tanto tales, distintos de sus órganos como de su organismo. ¿Son almas? Son exactamente significantes, ya que al nivel en que se trata de seres, es necesario, para que se establezca un lazo, pasar por el Espíritu Santo, me refiero a la palabra, por un discurso, por el sentido. En definitiva, entre estos seres hablantes y hablados, estos "parlêtres", neologismo de Lacan, puede tejerse en algo parecido a una relación, pero nunca será sino una pieza generada, un vínculo contingente, singular, inestable, revocable, que siempre se establece de lado. Las mitologías, las religiones, las sabidurías, las tradiciones, pero también las novelas, las películas o las canciones, se ofrecen para proporcionarles cuentos, ceremonias, memorias, que suplen la relación que hace falta, que le "remuneraron", en palabras de Mallarmé.
Sin embargo, los gender studies, por lo que sé, ignorando la diferencia de s**os, no se resignan a la inexistencia estructural de la relación sexual que, sin embargo, es constitutiva de la condición humana. De este hecho, por regla general, elucubran cosas que siempre desembocan en alguna utopía de la relación sexual, una utopía que hoy en día es muy a menudo antipatriarcal. En mi opinión, el ejercicio compete de una cuestión de literatura fantástica. ¿Por qué no? Pero la mayoría de estas utopías están lejos de ser apetitosas, ¿no cree?
É.M.: La pregunta para mí no es determinar si Lacan se perdió o no el significante "género", no más que a propósito de Barthes, que también utiliza el vocablo "género" a partir del castrato balzaciano, o incluso acerca de Derrida con la "ley de género" que medita a partir de Blanchot. No les faltó nada. Me cito: "Si Lacan y Barthes -podría haber añadido a Derrida- han dado a la noción de género, obviamente no tomaron lugar en ella". Además, la idea de que Barthes, Lacan o Derrida se hubieran perdido el género como significante-amo de su discurso plantearía dolorosos problemas epistemológicos, porque, en el otro sentido, el significante género no les falta a ellos. Ellos, a diferencia de nosotros hoy, pueden hablar, hablar sin que su ausencia haga agujero. Continuamos leyéndolos y escuchándolos sin estar aquejados por la ausencia del vocablo "género" en sus discursos. Lo que me fascina en esta emergencia de un significante nuevo, es la ruptura de época que señala, y obviamente a la cual hay que dirigirse: este vocablo, lo necesitamos hoy.
Pero su observación plantea otro problema de tipo epistemológico. ¿Lo mejor de los años 1960-1980 no reside en otro lugar que no sean los significantes-amos que pueden haber surgido allí? ¿Los nuevos significantes que proliferaron durante esta secuencia -vocablos, neologismos, vocablos malversadas- no fueron otra cosa sino significantes-amos? También es un aspecto de mi libro, especialmente en la tercera parte, explorar la modernidad desde la perspectiva de la increíble inventiva linguajera del pensamiento del Neutro, de Barthes, con el monograma del castrato, S/Z, a Derrida con la invaginación o "perverformativo", pasando por Deleuze con el "CsO". No son de ninguna manera significantes-amos, y además estos significantes se han quedado sin herederos. El significante-amo supone un significante que establece la unidad del significante y el significado, y asegura al sujeto ser idéntico a su propio significante. Tal vez por eso el concepto de género -como significante-amo- plantea tantos problemas. Me parece que, si hay nuevos significantes emergiendo en este fascinante corpus de la secuencia moderna, estos obedecen a juegos de enunciación, a juegos de escritura que a fin de cuentas los constituyen como materiales o joyas de una obra, ya que cada uno de los protagonistas de mi libro ha producido -negativa o positivamente- una obra. Este no es de ninguna manera el caso de Butler, y esto no es de ninguna manera su ambición.
Así que no creo que a Lacanle haya faltado el vocablo género. Eso no es lo que estoy diciendo. Digo que hoy en día, en la opinión intelectual corriente, pero también en algunos psicoanalistas, uno tiene la impresión de que las cosas habrían sido más simples si el vocablo género, en lugar de venir de Butler, hubiera emanado del campo psicoanalítico. Este no fue el caso. Por lo tanto, haría esa distinción, también válida para Derrida o Barthes, de que a Lacan no le faltó el concepto de género, sino que no se situó en él.
J.-A. M.: Sí, está bien. Pero por mi parte, lo felicito.
É.M.: De acuerdo.
J.-A.M.: La misma cosa con respecto al self, que Winnicott había promovido en su tiempo. Lacan señaló el término cuando apareció, pero evitó cuidadosamente usar una noción que consideraba defectuosa.
É.M.: Dicho esto, no es casualidad que Lacan encuentre el mismo vocablo género a propósito de los transexuales. Es como el anuncio del clash epistemológico, pero también cultural, simbólico, político, que hoy opera entre la cuestión trans y el concepto de género. Vea las páginas 492-502.
J.-A.M.: Sí, usted lo muestra en detalle al final del libro, y es muy esclarecedor. Esto es comprensible: el verdadero transexual no se hace burdamente. El gender fluid, muy poco para él. Es en la diferencia de los s**os que él cree ciegamente, y en los estereotipos de género inmóviles que, a sus ojos, van con él. Reclama a voz en grito pasar al otro lado, modificar sus caracteres sexuales secundarios o incluso primarios, y no duda en movilizar para este propósito al Mister Bistouri y Milady Hormone. Cuando sucede que él o ella no está muy seguro/segura de su recorrido, todo depende entonces de los interlocutores que él o ella tendrá, los practicantes que se presentarán. Hoy en día no faltan psi a los que les encanta jugar a incitadores del crimen, incluso cuando se trata de niños muy pequeños.
Francia-América
É.M.: En todo caso, me regocijo con su lectura, porque el lugar que usted ocupa en el campo intelectual – para hablar como Bourdieu- me permite desarrollar un cierto tipo de desenvolvimiento, porque usted tiene una posición panorámica y al mismo tiempo un conocimiento del detalle de lo que digo, conocimiento que es excepcional. Y el detalle importa, en mi propia preocupación de ejercer lo que podría llamarse "una erudición en el presente" o una erudición del presente y del pasado muy reciente. Mi intención no era en absoluto hacer una historia de ideas, ya que este tipo de historia se inclina a las síntesis, siempre más o menos ficticias. Quise que mi "historia" pase principalmente por los textos, porque dicen mucho más que las ideas que transmiten. De ahí la dimensión filológica muy fuerte de mis palabras, que demuestra la gran proporción de notas al pie de página, la omnipresente yuxtaposición del francés y el inglés donde la cuestión esencial de la lengua se juega como un espacio de tensión entre la enunciación y la pesadez de la ideología, la datación sistemática de las palabras, el seguimiento de las huellas de los "robos de concepto", falsas citas. Me sentí a veces foucaultiano en mi recorrido epistemológico, es decir archivista, y por lo tanto también un poco borgesiano.
El libro pudo haber adquirido una dimensión épica, incluso novelesca. Y es muy importante poder integrar al trabajo de interpretación sobre los textos la objetividad de la mirada del novelista sobre sus personajes, a los que ama por igual. Por lo tanto, Butler, no me suscribo a su lucha, o al menos a su ethos intelectual, no soy susceptible a su escritura, no soy susceptible a su cultura, no soy susceptible a su silueta, a su marcha, a sus formas de hacer las cosas. No obstante, la tomo como un buen personaje en esta novela intelectual que traté de contar, y en ese sentido, le digo: "¡Me s**o el sombrero!", como usted lo ha hecho. Especialmente por su increíble energía. Además, aprecio mucho en ella que no sea filósofa sino, por su profesión, profesora de retórica. Ella introduce en la teoría no sólo figuras de la retórica, lo que ella llama "tropos" -catacresis, metalepsis, metonimias- lo que también llama el "poder de las palabras", pero vía la retórica, juega mucho con los textos, con las culturas, con los corpus, incluso si significa operar usos sofísticos de citas, de la argumentación, bien lejos de los usos filosóficos tradicionales. Podríamos hablar de su activismo retórico.
En esta dimensión épica que mis palabras pueden tomar, hay otro elemento, el de una rivalidad recíproca e intensa en el campo de la teoría entre el pensamiento estadounidense y lo que los anglosajones designan bajo el término a veces desdeñoso de pensamiento continental. Es decir, nosotros, los europeos. Y esta rivalidad toma con el campo del género un giro particularmente rico, cuyo emblema es esta figura bastante paradójica, incluso perversa, de la French Theory, de la que Butler, con una cruel honestidad y tal vez un poco pérfida, da el final de la palabra explicando que es una pura "construcción americana": hay muchos quiproquos, resentimientos, revanchas y timos, que me encargo de aclarar. Sin mencionar que hay del lado de los franceses, en algunos de entre ellos, no una americanofobia, grosera sino un juego de agresividad o desdén más o menos enmascarado.
J.-A.M.: El resentimiento contra Estados Unidos es una constante en Francia desde que llegó al poder después de la Primera Guerra Mundial. El antiamericanismo es el salón de los pasos perdidos de la ideología francesa. En el siglo XX, gaullistas y comunistas se cruzaron, extrema izquierda y extrema derecha, nacionalistas e intelectuales. ¿Quién enganchó el vagón de Francia al tren del Atlántico y a los Estados Unidos? Fue en 1949, con la creación de la OTAN, la llamada "Tercera Fuerza", que era de derecha e izquierda, presagiando, en definitiva, bajo la Cuarta República, el actual "bloque burgués" macroniano. La hostilidad declarada de Lacan hacia la American Way of Life, así como hacia la americanización del freudismo significó mucho para Althusser y para nosotros, sus alumnos, cuando llevó a Lacan a la Escuela Normal en 1964, y que éste dio su Seminario de Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. En su furia contra los promotores del psicoanálisis estadounidense, Lacan incluso había escrito un día que encontraba justificada la prevención que el psicoanálisis enfrentaba en el Este. ¡Enorme! Estábamos encantados.
É.M.: Butler es muy receptiva a esto, ella ve bien cómo Lacan considera que la transferencia de la cultura freudiana a los Estados Unidos compete de una especie de decadencia, de la cual la categoría del falo es la primera víctima, disminuida como tal por la promoción de objetos parciales. Ella no dudó en ver en la centralidad del falo en Lacan una especie de nostalgia francesa. En cualquier caso, para Lacan está claro que la puesta en paréntesis de los grandes conceptos freudianos relacionados con la castración y el falo es una ruptura con la cultura europea...
J.-A.M.: ... en beneficio de la cultura estadounidense, que es inherentemente ahistórica, y que cree a ciegas sólo en la adaptación.
É.M.: Exactamente.
J.-A.M.: La adaptación, el gran tema de Heinz Hartmann, pilar de la ego-psycholgy con Ernst Kris y con Rudolph Loewenstein, polaco que fue el analista de Lacan antes de mudarse a Nueva York. Pero si quisiéramos hacer la arqueología del antiamericanismo "teórico-cultural" de Lacan -él no tenía nada en contra de la persona de los americanos y americanas, no era de ninguna manera xenófobo-, uno se vería obligado a involucrar al propio Freud.
É.M.: Sobre esto, hay un libro que descubrí que me impresionó absolutamente, y que me confirmó en mi lectura: es el pequeño texto de Adorno que cito extensamente al final del libro. Se llama El Psicoanálisis Revisado, Die Revidierte Psychoanalyse, que data de 1946.
J.-A.M.: No lo he leído.
É.M.: Muestra cómo, en los Estados Unidos, los psicoanalistas adaptan el pensamiento freudiano al molinete de la ideología estadounidense, sustituyendo a los procesos psíquicos y simbólicos los factores socioculturales, para convertirlo en una psicosociología adaptativa. Encontramos esto en Butler. El uso que hace de los conceptos de empowerment o de agency, todo ese léxico que proviene de la gestión de empresas, del discurso gerencial. La ideología del self-making, por ejemplo, que está profundamente arraigada en ella, y que ella asume, confirma la lectura que ya en 1946, Adorno hizo de la ideología estadounidense presente en el espacio psicoanalítico.
Por otro lado, por diferencia entre los que se mantienen alejados del campo americano, Barthes, Lacan, e incluso Deleuze, están los "viajeros", los que hicieron el viaje, en particular Derrida y Foucault.
J.-A.M.: No sé si Lacan se mantuvo a distancia. Había ido al Congreso de Baltimore en la Universidad Johns Hopkins en 1966, cuando dos universitarios estadounidenses comenzaron a importar el "estructuralismo francés" a los States, lo que entonces estaba en las noticias. Van de viaje a París para hacer su trato. Lévi-Strauss no quiere comprometerse. Barthes, Deleuze, Foucault, dicen que están enfermos. Lacan y Derrida hacen el viaje. El público, compuesto por profesores de literatura, entre ellos Paul de Man, de Yale, se queda perplejo frente al psicoanalista, y le da un síncope delante del joven filósofo. Fue una verdadera epifanía colectiva, un éxtasis. Inmediatamente comenzaron a hablar derridiano, y continuaron con su ímpetu durante décadas, sin disponer en absoluto la considerable erudición filosófica del joven maestro. Veo a Derrida otra vez, a su regreso en la calle Ulm donde estaba preparando el diploma de agregación en filosofía con él para "caimán", que significa "tutor" en el argot del lugar, y me dice riendo que había sido tan elogiado que podría, si quisiera, continuar con ese ímpetu durante toda su vida, y rehacer indefinidamente para los estadounidenses, con algunas variaciones, la misma conferencia, la que luego fue recogida en su libro La escritura y la diferencia bajo el título: "La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas." Este texto fue la Marcha de las trompetas en Aida que connota la entrada en escena de lo que más tarde se llamaría "posestructuralismo". Además, Lévi-Strauss no pudo soportar a Derrida. Los americanos han hecho de Derrida su tesoro nacional, pero eso no significa que su pensamiento se haya americanizado. ¿No?
Famoso dibujo de Maurice Henry publicado en julio de 1967 en La Quincena Literaria. Reconocemos: Foucault, Lacan, Lévi-Strauss y Barthes.
É.M.: Sí, pero puede haber sido ambiguo en ese punto. En todo caso, y esto es lo esencial, él pone en evidencia que la teoría no quiere decir nada en los Estados Unidos, que estamos en el imperio neoliberal de la mercancía de saber.
J.-A.M.: Usted señala muy bien en el libro que Derrida ve en la theory "un artefacto puramente norteamericano" cuya multiplicación en forma de studies es el efecto de una "estrategia de free market y del pluralismo liberal". Siempre ha permanecido muy francés, Derrida, muy a la izquierda, ciertamente no "sesentayochista" sino simpatizante del comunismo. Cuando todavía era desconocido, en 1962, siendo un pequeño profesor asistente en la Sorbona, y cuyas clases tomé sus clases con dilección, venía todos los miércoles con Le Canard enchaîné en su mano antes de presentarnos a la metafísica más alta.
É.M.: Y luego está Foucault, que es lo que yo llamo "el posteuropeo", el que, en el Cuarteto, es el único que realmente tiene un recorrido de transferencia de cuestiones intelectuales.
J.-A.M.: Sí, en él hubo una auténtica americanización. Ciertamente usted ha leído el pequeño libro que acaba de salir en francés, Foucault en California, que es muy bonito.
É.M.: Sí, es un libro muy interesante desde ese punto de vista, y casi caricaturesco -pero de una manera simpática- de la cultura de los campus americanos, y de la manera extraordinariamente seductora en la que Foucault se adapta a esta cultura de la espontaneidad, de no-mediación, de una cierta relación al cuerpo, a la ropa, a los accesorios cotidianos.
J.-A.M.: Foucault es bien reconocido, su amabilidad, su disponibilidad, su curiosidad, su sencillez, su alegría, su brío, su ironía también, y al mismo tiempo su lado aventurero, su tono muy homo, experimentando con L*D en el Valle de la Muerte con desconocidos, saltando sobre todo lo que presenta, floreciendo en un mundo de chicos jóvenes bronceados. Hubo un momento en que dijo: "Está bien, París VIII, Vincennes, pero verdaderamente hay muchas chicas."
É.M.: "Había tantas chicas". Un poco como Barthes que había encontrado durante su estancia en China con el grupo Tel Quel en 1974 que había demasiadas mujeres. Podemos sonreír, como lo hacemos en este momento, también podemos estar ofendidos como me imagino que pudo haber sido el caso, pero también podemos tomar en serio lo que tal vez sea de Barthes o Foucault sólo un enunciado específico del código homosexual. Porque estas palabras pueden conducirnos hacia el concepto, y en particular hacia esta noción foucaultiana de hecho muy importante, que pasa desapercibida para Butler, la de "monosexual" que abordo en la cuarta parte de mi libro y en el epílogo. La comunidad monosexual aparece en Foucault como el espacio donde se puede suspender la diferencia sexual, y por lo tanto, el dispositivo sexual moderno. Pero volveremos a eso, ya que es muy importante.
J.-A.M.: ¡Oh, sí! No conocíamos los detalles en el Barrio Latino, pero el rumor era que Foucault nos amaba menos, y que se había vuelto loco por California, que era para él el ideal, el futuro, el paraíso. Se lo percibe a través de sus últimas palabras y escritos. Realmente mutó, era un mutante.
É.M.: Exactamente. Hablaremos de Foucault un poco más tarde. Digamos, para cerrar la pregunta Francia-Estados Unidos, que Foucault considera que Francia ya no es un espacio histórico plenamente vivo o plenamente contemporáneo, y que hay que liquidar todo lo que pesa ahí como peso mu**to, y la literatura en primer lugar. Ahí hay una operación donde hace excepción en comparación con todo el mundo en Francia. Y eso se traduce sobre todo en su acercamiento con la filosofía anglosajona, la filosofía analítica.
J.-A.M.: Lacan no se acercó mucho a la filosofía analítica, no, pero utilizó mucho la lógica matemática. Se convirtió en una referencia capital para él.
É.M.: Absolutamente. Pero es en la lógica que Lacan se interesó, mientras que Foucault se adhiere a la ideología misma de la filosofía analítica, y también al pensamiento neoliberal, un neoliberalismo muy estadounidense. ¿Por qué América? Porque allí, La ley es menor, la norma es casi todo. No comparto absolutamente su gusto por la filosofía analítica, pero estoy muy admirado de su energía, de su vitalidad. De su deseo de superarlo.
J.-A.M.: Era irresistible.
É.M.: Absolutamente. Para concluir sobre este punto, lo que todavía es impresionante cuando nos detenemos en el Cuarteto que mencionaste, lo fascinante es su amor por la inteligencia y el pensamiento. Pero también la manera en que se leen o no se leen, como por ejemplo Deleuze y Derrida, en particular, leen a Lacan cuerpo a cuerpo.
J.-A.M.: Sí, Barthes estaba más distanciado, no se sentía en rivalidad con Lacan, tenía una verdadera simpatía por él, incluso si lo asustaba un poco. Recibió ecos regulares de los Seminarios. ¿Usted sabía que quiso durante un tiempo, en la década de 1970, analizarse con Lacan? Nunca quiso eliminar el psicoanálisis del ámbito público como Deleuze o Foucault intentaron. Al mismo tiempo, tanto Foucault como Barthes, siempre protegieron el Departamento de Psicoanálisis en Vincennes, aislado en la Universidad Francesa, mientras que Deleuze y Lyotard se unieron abiertamente contra mí cuando yo era el instrumento de gestión del Departamento de Lacan en 1975. Hicieron un ridículo al acusarlo de no ser un universitario, obteniendo ser derrotados a campo abierto en una votación del Consejo de Vincennes.
El s**o y el género
J.A.M.: Vamos a empezar el programa. Me gustaría en un primer tiempo llevarlo a retomar su análisis de la obra de Judith Butler. Usted dice desde su prólogo que el género es "una nueva evidencia universal". Sin decir la palabra, es una deconstrucción en la que procede. ¿Está de acuerdo con eso?
É.M.: Absolutamente.
J.-A.M.: Usted quiere hacer ver cómo se montó lo que llama "un aparato de pensamiento que presenta una gran unidad", pero que al mismo tiempo está muy retocado. El término bricolaje no tiene nada de peyorativo desde que Lévi-Strauss le dio su dignidad. Y ciertamente conoce el pequeño texto cáustico donde Pontalis, que había amado mucho a Lacan antes de negarlo, presentó al propio Lacan como un gran habilidoso que pulía su enseñanza a partir de fragmentos de Freud, Heidegger, Jakobson, Lévi-Strauss, etc.
Del gender, nadie está de acuerdo en lo que es. El vocablo llega a Lacan viniendo de Stoller, a pesar de que ya se ha utilizado, usted lo observa, en una tesis de 1952 sobre los hermafroditas, de un llamado John Money, que contiene las nociones de gender role y sexual orientation, lo que hay que distinguir de la sexual preference. Lacan felicita a Stoller por su descripción clínica de casos con trastornos de identidad sexual, al mismo tiempo que lo critica por no colocarlos en el marco de la psicosis. Hoy en día, si uno pronuncia la palabra psicosis al respecto, es una indignación, no se lo discute, se lo demanda a uno delante de los tribunales, y Amazon se niega a difundirlo a uno, es lo que está escrito en blanco y negro en un comunicado de la firma que fue difundida la semana pasada.
Lo que caracteriza a los autores del gender -me gustaría saber si usted está de acuerdo con esta idea, lo que creo, ya que la encontré expresada en su libro- es el rechazo, la negativa, la anulación de la oposición masculino/femenino, de la diferencia sexual. Se ve por ahí por qué el transexual es un verdadero obstáculo epistemológico para ellos, ya que nadie cree más en la diferencia sexual que un verdadero transexual. Esto, por supuesto, contrasta con lo que usted llama "la proliferación sin límites de posibilidades de género", así como con la fluidez del género.
Usted también explica que el gender no es el sustituto de la noción de s**o, que lo social no viene en el lugar de lo biológico, porque, usted dice, si fuera el caso, que el gender no cambiaría el funcionamiento normativo de la sociedad y de las asignaciones identitarias. Me gustaría oírle comentar sobre esta idea de que el gender no es un sustituto de la noción de s**o.
É.M.: Lo que el género querría provocar es una especie de proliferación infinita de posibilidades de género, de combinatorias. Y lo que determina esas posibilidades es la práctica sexual. Las prácticas sexuales son el terreno, el suelo, donde esta proliferación puede advenir.
J.-A.M.: Los géneros son inicialmente las tres principales orientaciones sexuales: lesbiana, gay, bisexual, LGB. A partir de ahí, empiezan a proliferar los géneros, para subdividirse. Por otro lado, la T es una mancha, ya que, en los transexuales, no se trata de una práctica sexual, sino un cambio de identidad sexual. Mister Bistouri está en el horizonte, se trata de una posible transformación del propio organismo. Junto a eso, el género fluido es cualquier chorrada, si me permite decirlo. Es por eso que los defensores del gender prefieren ahogar a los peces hablando de "transgénero" o "trans" abreviado, siendo el verdadero transexual entonces marginado como una especie de caso límite de la categoría.
É.M.: Lo que me gustaría decir ahora mismo para responder a su pregunta es que en realidad, si el género no es s**o, es que el género, cuando se lo plantea, debe en sí ser des-hecho. Desde un punto de vista epistemológico, es necesario asegurarse de que la noción de género se sustituya a la del s**o y que tome todo el lugar, pero apenas se ocupa de este lugar, es necesario des-hacer el género, y esta es quizás una de las primeras dificultades que plantea el vocablo de género en sí, y especialmente que plantea su uso en el discurso.
J.-A.M.: Para tratar de averiguarlo, le diré cómo pudimos ver la cosa, usted me dirá lo que piensa. Lo que llaman un gender es a menudo lo que nosotros llamamos un "modo de g***r."
É.M.: Absolutamente, pero veremos que no es tan simple...
J.-A.M.: ¿Cómo se hace proliferar los géneros? Decir de alguien que es un fetichista, ¿no es ya es una nominación demasiado amplia? Entonces, ¿por qué no distinguir al fetichista de zapatos de mujer y al fetichista de las bragas pequeñas de un estudiante de secundaria como dos "géneros" diferentes? A cada uno su propio modo de g***r, Trahit sua quemque voluptas. Tantas maneras de g***r, tantos géneros. ¿Podemos decir eso del género?
É.M.: Sí. Pero todavía hay una especie de mezcolanza aquí muy difícil de identificar. De hecho, la teoría del género se siente un poco atrapada en el vocablo "género": le impone destruir la noción biológica del s**o, por lo que debe convertirla absolutamente en un vocablo ineludible, pero al mismo tiempo le gustaría soltarla casi inmediatamente, porque un mundo "de género" reproduce una binariedad que es insoportable.
J.-A.M.: ¿El género tiende a reproducir la binariedad sexual?
É.M.: Sí. Me llamó la atención una cosa recientemente. El municipio ecologista de Lyon, creyendo que estaba haciendo lo correcto, quería presentar un presupuesto "de género" a principios de marzo, y...
J.-A.M.: ¿Qué es un presupuesto de género?
É.M.: Consiste en repartir los gastos municipales de manera igualitaria entre los géneros. Por ejemplo, la construcción de una pista de patinaje parece un gasto que se inclina más del lado de los chicos, por lo que hay que hacer algo equivalente tiene para las chicas. Evidentemente, el contrasentido es total. A lo que la teoría de género aspira al sustituir el género por el s**o biológico es poner en evidencia que el género es una construcción social normada, y que por lo tanto está llamada a ser "problemática", como lo dice el título de Butler, Trouble in Gender, o mejor aún para ser deshecha. Deshacer el género, dice finalmente Butler.
Así que el vocablo "género" es un significante-amo como hemos visto, pero tan a menudo como los significantes-amos, es engañoso. Si puedo permitirme una comparación muy incierta con lo que una vez fue otro significante-amo, como el "proletariado" en el espacio teórico del marxismo, se encuentra el mismo tipo de obstáculo: la función final -teleológica, incluso escatológica- de tal concepto, es que no hay más proletariado... Pero ¿cómo puede un significante ser al mismo tiempo esclarecedor por la claridad que introduce allí donde no hay más que oscuridad, y condenado a anunciar la desaparición de lo que él nombra? Así, es su propia desaparición. El concepto de género aporta claridad donde sólo hay oscuridad, visión naturalista y biologizante de los cuerpos, pero esta claridad que difunde destacando el carácter socialmente construido de nuestras identidades de género, lo consagra precisamente a desaparecer.
J.-A.M.: Por último, escuche, simplifiquemos. La vocación del concepto de género, si no me equivoco, es borrar aquel del s**o.
É.M.: Sí.
J.-A.M.: La ambición de los gender es pasar del régimen del Uno Fálico y de la diada sexual al género múltiple. Del límite a lo ilimitado. De lo fijo a lo fluido. Así que hay una gran sustitución. Es un régimen en lugar de otro. Pero no es una calcomanía. Es cualquier cosa menos un calco.
É.M.: Exactamente.
J.-A.M.: ¿Por qué no decir que, entre s**o y género, hay una sustitución de tipo metafórica, en el sentido de Lacan?
É.M.: Se podría decir eso, pero estoy esperando a que lo aclare.
J.-A.M.: La metáfora en el sentido de Lacan connota un cambio de mundo. Cuando se trata, por ejemplo, de la robusta "metáfora paterna" que en sus principios formaliza el Edipo freudiano, pasamos, de una manera muy o incluso demasiado simple, del mundo infantil imaginario dominado por el deseo de la madre al orden simbólico que es androcéntrico, falocéntrico y patriarcal. De un régimen al otro, se cambia completamente de registro y de coordenadas. Bueno, llamemos "metáfora de género" al pasaje de un mundo centrado, jerarquizado, cerrado y fijo, el de la diferencia sexual, al mundo descentrado, extenso, ilimitado y fluido del género.
É.M.: Absolutamente, pero a condición de que lo que usted entiende por metáfora funcione, que haya "cambio de mundo", es decir, acceso a una simbolización otra.
J.-A.M.: Dicho esto, pienso en el libro más importante y crucial de Koyré, Del mundo cerrado al universo infinito. La idea del cosmos prevaleció hasta la aparición de la física galilea. Ésta deshizo el mundo de la tradición, ordenado y limitado, lo ha infinitizado y transformado en un universo. Es en vano que lloremos al mundo aristotélico, renovado por Santo Tomás de Aquino en la Edad Media, y promovido en el siglo pasado por Su Santidad León XIII, el papa secuestrado de las Cuevas del Vaticano. Por supuesto, hay muchas razones para lamentar haber perdido ese mundo y ensalzar las virtudes y la comodidad del límite, como lo hacen, por ejemplo, los jóvenes intelectuales católicos tan simpáticos reunidos en la revista Limite, pero, el vino está reseco, el discurso de la ciencia ha estado en marcha desde el siglo XVI, avanza inexorablemente, incluso si el progreso que engendra no nos dice nada que valga la pena. Y sangra el corazón de los mortales, si puedo decirlo. Yo también sé cómo ser romántico.
Es una forma de coprender la extraordinaria resonancia de esta aventura del género en el momento contemporáneo: el gender,a pesar o más bien en razón de todas sus dificultades conceptuales, de todos sus problemas, paralogismos, gazapos, de su carácter contradictorio y escurridizo, se presta maravillosamente a todos los usos, es un abrelatas universal, y no encaja mal con el universo infinito de Koyré como con una sociedad que constantemente conmina al Dasein de elegir entre múltiples "opciones".
É.M.: Absolutamente. Estamos llamados a este infinito, con una especie de entusiasmo ligado a los estilos de vida contemporáneos. No obstante, no es evidente que los gender puedan salir completamente de la oposición...
J.-A.M.: ... ¿de lo masculino y femenino?
É.M.: Eso es.
J.-A.M.: Estoy convencido de eso.
É.M.: Ya que para operar la metáfora de la que usted habla, sin duda es necesario operar a partir de un pensamiento de lo simbólico, donde el orden simbólico juega un rol mayor que capaz de llevar la posibilidad de una metáfora. Sin embargo, el género no es visto de ninguna manera como una construcción simbólica, es, como Butler no cesa de repetir, una construcción social. Volveremos a eso, porque es crucial. Pero lo que hay que tener en cuenta de inmediato es que la oposición de lo masculino y lo femenino precisamente hace retorno, vuelve de todas partes y en todos los sentidos, por ejemplo con la escritura inclusiva, que es un caso típico, porque, en cierto modo, nos obsesiona con el género.
J.-A.M.: La idea de la escritura inclusiva se basa en la diferencia sexual.
É.M.: Así es, absolutamente. Este es un ejemplo, entre otros, de las dificultades que presenta el concepto de género tal como Butler lo elabora. Típicamente también, lo que vimos con el acto fallido de los ecologistas de Lyon que, a partir del concepto de género, llegan exactamente lo contrario del infinito, es decir, un presupuesto de dos columnas.
J.-A.M.: Habría que seguir en detalle por cuáles vías se llegó a la idea de exorcizar a la lengua con toda fuerza y sacar al demonio del patriarcado. Ciertamente, la lengua siempre ha sido, especialmente en Francia, una cuestión política importante. Pero, según Racan, Malherbe hizo que Enrique IV se inclinara ante el uso “tirano de las lenguas”, dice el proverbio. Nuestros pedagogos despiertos, woke, sueñan con doblar el uso de la grafía a la ley de su deseo. Estamos pensando en el Humpty-Dumpty de Alicia en el país de las maravillas. En nombre de la igualdad de género, de buena gana se mostrarían tanto más feroces como el viejo amo, androcentrista, lo era en nombre del padre.
É.M.: Tal vez sea necesario, entre paréntesis, añadir que la historia misma de la "teoría" de género es bastante complicada. Su universalismo de hoy en día tiene en realidad como punto de partida círculos muy restringidos, y que son los círculos de lesbianas, californianas, SM a menudo... Ahí es donde todo comienza y todo se construye. También podemos tener en cuenta históricamente las increíbles mediaciones que se necesitaron para pasar de la minoría a la global.
J.-A.M.: Cristo, Mahoma, según la leyenda, no procedieron de otra manera.
É.M.: El cristianismo no era sino una pequeña secta de judíos disidentes que, pasando por Roma, lograron...
J.-A.M.: Esto está perfectamente ilustrado en una forma novelística por Emmanuel Carrère en su Reino. Todo siempre comienza con una enunciación singular. Los vocablos nuevos, o los vocablos datados de una significación inédita son, al principio, de la naturaleza del chiste o del lapsus que alguien hace. Cuando el vocablo da en el clavo, es adoptado y transmitido por las personas que lo rodean, y de poco a poco se gana la lengua, hasta lograr lexicalizarse en el diccionario. Se convierte en una norma.
É.M.: Esa enunciación es el significante "género". Pero precisamente, hay un momento en que para que el movimiento acceda a lo universal, la enunciación debe volverse más tímida, se asiente, se estabilice, que el significante-amo surja, que la doctrina se imponga, y precisamente que la escatología se asiente también, para que la Iglesia funcione.
J.-A.M.: Encuentro su ejemplo del municipio de Lyon muy explicativo, que se bambolea para ponerse a la última moda, y que un lector del gender al día como usted reenvía a su tierra como a un campechano.
É.M.: Sí, hacen un contrasentido. Creyendo que lo están haciendo bien hablando de un presupuesto de género, de hecho, simplemente están replicando normas heterosexuales hetero-centradas.
J.-A.M.: En resumen, en el campo del género, siempre uno se convierte en menos gender.
É.M.: Absolutamente.
J.-A.M.: Y eso culmina en esta guerra general de la que estaba hablando. El universo intelectual del género me parece hobbesiano, si puedo decirlo. Como si, una vez eliminado el Nombre-del-Padre, una vez desnudado y dispersado el Leviatán, el único lazo social que quedaría fuera la lucha a muerte universal.
J.-A. Miller. "Entretien sur "Le sexe des Modernes", in Lacan Quotidien, #927, 30 de marzo de 2021.