11/08/2018
Cerrando la semana mundial de la lactancia materna ❤️❤️
LACTANCIA EN DUELO: La historia de Juan y Sabri
La Teta es uno de los relatos publicados por Sabrina, pediatra y mamá de Juan, quien dejó este plano a los 7 meses. Es hora de hablar de temas difíciles, innombrables, para acompañarnos en todas las situaciones que puede traer la maternidad.
La teta
Yo no tenía dudas.
Entre los dos íbamos a parir y en cuanto salieras, te ibas a prender a la teta.
El dolor de la cesárea y el miedo de tu nacimiento difícil me dejó una sola premisa de esperanza en pie: la teta.
Nadie hubiera aventurado un pronóstico neurológico que incluyera succión en ese momento.
No importó.
La primera vez que me acerqué al sacaleches, Juan tenía 12 horas y se estaba muriendo. Por 5 segundos me pregunté si me iba a sacar leche para un bebé que no iba a vivir. Sacudí la cabeza y me propuse no pensarlo más, y confiar en que no nos iban a robar eso también.
Unos días después, cuando tu intestino sanó lo suficiente como para alimentarte, uno de los médicos me dijo que no te podían dar mi leche. Que por la patología con la que habías nacido, necesitabas una leche artificial con grasas modificadas. La estructura frágil con la que se soportaban los días casi se me rompe.
Después dijo las palabras mágicas: “Por el momento”.
Seguí pegada al sacaleches.
El lactario de la Neo merece un capítulo aparte en los libros de Medicina y en la historia de cada niño que haya pasado por ahi.
En la Neo se llora poco. Diría que casi no se llora. No hay tiempo ni energía para llorar.
Las que ya están hace tiempo te ven llegar en un camisón nuevo que compraste y lavaste para abrazar a tu bebé. Te ven llegar recién parida, cortada, caminando desde la caja de acrílico donde está tu hijo, al que no podés alzar porque está grave. Te ven y te ayudan, te explican donde está el fibrón para marcar los tarritos, te cuentan qué les sirvió a ellas: agua, levadura de cerveza, Reliverán. Con los días y las horas, las catarsis empiezan: las mamás de cardiopatas que sabían hace meses que sus bebés iban a entrar a la Neo apenas nacieran, las que aún sufren los efectos de la hipertensión, las que tienen mellizos que entre los dos no suman un kilogramo, las que, como yo, vivieron embarazos impecables y la vida las cacheteó de repente. Se arman alianzas, se festeja cada gota de ese oro blanco que debería, en un mundo justo, vertirse en la boquita de esos bebés.
Ahí somos todas iguales. Todas queremos agarrar a la cría, salir corriendo por la puerta y que nunca más requiera atención médica. Pero como no queda otra que esperar, nos exprimimos hasta la última gota, rogando que esos seres minúsculos estén listos, pronto, para succionar.
De día respetás las tres horas sagradas para no reventar. De noche, cuando tratás de dormir en tu casa mientras ese cuerpito te espera en el Hospital al cuidado de quien sabe quien, te despertás con las tetas explotadas, chorreando, la cama húmeda y acartonada. El cuerpo reclama a la cría, que debería estar toda la noche mamando. Falta el bebé al lado. Y el dolor se hace líquido tibio, y una se levanta a usar el bendito sacaleches que menos-mal-que-compré.
Acumulé litros y litros de leche en las heladeras de la Neo. Cuando me dieron los tarritos para llevarme a casa, llenamos tres conservadoras grandes. Nos reímos mucho con las otras madres, que proponían asaltarme cuando salieramos por la puerta del hospital.
Juan tenía 23 días cuando pudimos probar succión. Me pusieron un almohadón en la cintura, que se agarraba con velcro atrás. Tenía puesto un gorrito verde con púas de dinosaurio. Habíamos practicado ejercicios de estimulación todo el día anterior.
Y tomaste.
Contento, abriste la boca, buscaste la teta y fui tu alimento.
Fuimos uno otra vez, y lo seguimos siendo hasta tu último día.
Mantuvimos la teta contra viento y marea. Nos negamos a la fórmula siempre, hasta cuando salimos de la Neo y eras un bebito diminuto y esmirriado, y no engordabas los gramos/día suficientes para conformar a las tablas de la OMS. Le pedimos ayuda a Andrea y usamos el relactador hasta conformar al pediatra. Mantuvimos la teta hasta cuando volví a trabajar y me tenía que sacar leche parada en un baño sucio mientras me contaban los minutos que no estaba atendiendo; y cuando volví a hacer guardia y volvía con una conservadora con un litro de leche para dejarte para la próxima ausencia. Disfrutamos cada segundo de teta, de madrugada, de tarde, de noche. Las horas se diluían en tu respiración acompasada, en tu boquita anhelante, en tu cuerpo tibio pegado a mi. A la noche te despertabas y te traía a mi cama. Al romper el invierno, a veces se te enfríaban las manitos y los pies. Ponías estos últimos contra mi panza, tu carita famélica buscaba el p***n y seguíamos durmiendo.
No me había equivocado con eso. No iba a permitir que nada nos robara la lactancia.
Pasaron siete magníficos meses.
Cuando volvimos a internarnos, ni la sepsis, ni el dolor, ni la neurocirugía mermó tu interés por la teta. Tomaste feliz, agarrándote un pie. Tomaste hasta que vi que tus ojitos se perdían, y que algo andaba mal. Aún con lo que estaba pasando en tu cabecita, tomaste la teta.
Juan tomó teta hasta minutos antes que lo ventilaran para ya no volver. Me quedo con que su último acto consciente fue abrazarse a mi y a mi amor.
Hoy es el día de la primavera. Como es común en esta retorcida Buenos Aires, llueve.
La leche que me juraron que iban a guardar en la Terapia Intensiva, de cuando vos ya no podías tomar, y que yo iba a donar a la maternidad Sardá, la tiraron. Me avisaron cuando la fui a buscar, dos días después de tu partida. Burocracia, malentendidos. Un dolor más.
Tenía leche en el freezzer de casa. No la podía donar porque no estaba en recipientes super estériles. Cómo desprenderme de ella.
La descongelé toda. Metí los tarritos en un bolso. Caminé hasta el primer lugar donde te senté en el pasto, una tarde dorada de otoño. Ahí donde una vez jugaste con las hojitas secas. Ahí donde le dimos al viento tu cuerpito.
Y, en un salpicar de gotas blancas y dulces, un poquito más de vos, y de mí, hoy son parte del mundo.
Sabrina Critzmann
www.dinosauriosamarillos.wordpress.com
En la foto: Juan, borracho de amor