27/10/2025
Mi corazón vuelve a aquel rincón secreto del Ganges, a una hora de Rishikesh. Donde el agua, al bajar directamente de las estribaciones del Himalaya, es tan fría, cristalina y limpia.
Aquí realicé un baño de purificación, un ritual ancestral en el hinduismo. Para los devotos, la Madre Ganga no es solo un río; es una diosa que limpia el karma y nos ayuda a soltar las ataduras. Mi inmersión fue un acto de entrega, de soltar lo que ya no me sirve, con un profundo respeto por esta tradición milenaria. Fue un momento de una intimidad y paz enormes.
Esto no fue solo un baño; fue una lección viva sobre el ‘soltar’. En ese instante, todo era intención y fe. La mente gritaba, el cuerpo sentía el frío, pero el alma sabía que era lo correcto.
Lo que he comprendido en este año es que soltar no es un evento único, sino una práctica constante. Aquella inmersión fue la semilla. El regalo real ha sido aprender a aplicar esa misma entrega en mi vida diaria: soltar el control, los juicios, los viejos apegos.
El río siguió fluyendo, y yo también. La purificación de entonces no se quedó en el agua; se integró en mi ser. Me enseñó que para avanzar en el sendero espiritual, debemos estar dispuestos a sumergirnos en lo desconocido y confiar en que la corriente sagrada de la vida nos llevará a un puerto de mayor paz y conciencia.
Gracias, Madre Ganga, por una lección que sigue fluyendo en mí. Jai Ma Ganga.