22/09/2025
Qué difícil es ese campo de batalla silencioso que se instala dentro de uno: la mente, con su voz fría y precisa, enumera razones, riesgos y puertas que conviene cerrar; el corazón, con su latido desordenado, suplica una última apuesta, un instante más, una esperanza que no se apague. Y ahí quedas, en medio, sintiéndote dividido como un mapa rasgado, con cada lado tirando de ti hacia paisajes distintos.
La mente te dice “renuncia” porque quiere protegerte del dolor que ya conoces: del desgaste, de las promesas incumplidas, del ciclo que te devuelve siempre al mismo punto. Habla en cifras y en previsiones, y suena lógica, razonable —pero fría—. El corazón, en cambio, recuerda cómo brilló algo alguna vez: un gesto, una mirada, una promesa que aún palpita como si el tiempo se hubiera detenido. Pide a gritos un intento más, no por necedad sino por miedo a perder para siempre lo que todavía late en la memoria.
En esa tensión nace la melancolía: no es solo tristeza por lo que pudo ser y no fue, sino por la incertidumbre de elegir. Cada paso hacia la renuncia parece una rendición; cada paso hacia el intento parece una exposición al mismo dolor que te trajo hasta aquí. Y mientras dudas, el reloj no perdona: el silencio se vuelve más grande y las noches más largas, pobladas de preguntas que no encuentran respuesta.
Tal vez no exista una decisión que libre de culpa o de miedo. A veces la salida no está en elegir solo con la cabeza o solo con el corazón, sino en escucharlos ambos y permitir que la decisión lleve algo de cada uno: la prudencia de la mente y la valentía del corazón. Renunciar puede ser un acto de amor propio; insistir puede ser un acto de fe. Lo importante es que la elección te deje en paz contigo mismo, aunque duela.
Si decides intentar una vez más, que sea con límites claros: un intento honesto y consciente, no una réplica de esperanzas viejas. Si decides soltar, que sea porque reconoces que aferrarte te consume; no porque te venció la razón sin preguntarte primero al corazón. Y si todavía no decides, recuerda que sostenerte en la duda también es válido: a veces necesitamos tiempo para escuchar sin prisa.
En el fondo, cualquiera que sea tu camino, permítete sentir: las lágrimas no son debilidad, son señal de que lo vivido importó. Y cuando el duelo termine, florecerá la certeza de haber elegido desde la verdad de tu interior —sea para cerrar la puerta o para abrir otra vez la ventana.
©️ Historias de vida
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