Constelaciones Familiares-Ananke

Constelaciones Familiares-Ananke Ananke es un centro de formación, acompañamiento psicológico, espiritual y Constelaciones Familiares

Ananké Conciencia Sistémica Multigeneracional es un centro de Psicología que, desde la Psicologia del alma, el pensamiento Sistémico, la Teoría del vínculo y del trauma presta servicios de Consulta individual, grupal, empresarial a quienes desean superar las lesiones de su alma, los enredos simbióticos de sus relaciones y asumir su propio DESTINO, Identidad y vivir en sintonía con la Vida

03/09/2025

Conexión interior: fuente de sanación y anuncio
Colosenses 1, 1-8- Lucas 4, 38-44

3 de septiembre de 2025

El Evangelio de este día nos presenta a Jesús que sana a todos los que vienen a su encuentro (Lc 4,38-44). La multitud lo busca, lo rodea, lo toca con sus necesidades. Y sin embargo, la fuerza de su compasión y de su misión no nace de la muchedumbre, sino de su oración íntima al Padre: “Al amanecer salió a un lugar solitario para orar”. La misión de Jesús está enraizada en esa fuente invisible, silenciosa y fecunda que es la comunión con Dios.

San Pablo, en la primera lectura (Col 1,1-8), lo reconoce también: la fecundidad de la misión en Colosas se sostiene en la oración agradecida, que intercede, bendice y fortalece a la comunidad. La misión evangelizadora no depende de estrategias humanas, sino de la gratuidad del Espíritu que se derrama cuando la Iglesia ora con gratitud y confianza.

Santa Teresa decía con claridad: “La oración es trato de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, 8,5). Ese trato de amistad es la raíz de toda fecundidad espiritual. Sin oración, la acción se seca; con oración, incluso la fragilidad se vuelve fuerza.

El Papa Benedicto XVI recordaba: “La oración no nos aleja de la historia ni de los problemas de la vida, sino que nos permite escuchar en lo profundo la voz de Dios que nos llama a ser fermento de reconciliación en medio del mundo” (Audiencia general, 4 de mayo de 2011). Por su parte, el Papa Francisco nos invita a contemplar a Jesús en su ritmo de misión y oración: “Después de predicar y sanar, Jesús se retiraba para orar, para permanecer en esa intimidad con el Padre que le daba fuerza. Sin oración no hay misión” (Homilía, 7 de julio de 2013).

La tradición mística nos recuerda que la oración no es evasión, sino participación en la corriente de amor que sana y evangeliza. San Juan de la Cruz lo expresaba con hondura: “El alma que vive en Dios, aunque no haga nada, obra mucho” (Dichos de luz y amor, 64). Quien se sumerge en la oración se convierte en cauce de sanación y palabra viva, incluso más allá de sus gestos visibles. De ahí que podamos afirmar: el que sana y el que evangeliza reciben la misma fuerza, la de la íntima unión con Dios. La oración es el aliento secreto que sostiene las manos que curan y la voz que anuncia. Sin esa raíz, la acción corre el riesgo de ser ruido vacío; con ella, todo se convierte en signo del Reino.

Desde la hondura del alma, donde la herida se convierte en altar, la oración abre un espacio de conexión interior. Allí, la sanación no es solo alivio, sino reconciliación con el origen. Y desde ese lugar, el anuncio no es estrategia, sino irradiación de lo que ha sido tocado por Dios.

Las lecturas de hoy nos muestran que la oración es el corazón palpitante de toda misión cristiana. Jesús ora y de esa intimidad nace su poder sanador. Pablo ora agradecido y de ahí brota la fecundidad de la comunidad. Los místicos y los Papas nos lo recuerdan: sin oración, no hay misión verdadera.

Hoy estamos llamados a volver a esa fuente, a reconocer que la oración es vida que sana y evangeliza, no por nuestras fuerzas, sino porque nos abre al flujo inagotable del Espíritu. Francisco Carmona-Psicologo Constelaciones Familiares Vinculo-Trauma

31/08/2025

“Nuestro lugar ante Dios”
Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29- Heb 12, 18-19. 22-24ª-Lc 14,1.7-14

31 de agosto de 2025

Jesús, invitado a una cena, observa cómo los invitados buscan los primeros puestos. Su enseñanza es clara: el que se exalta será humillado y el que se humilla será enaltecido. No se trata de falsa modestia ni de desprecio de sí, sino de reconocer que el lugar verdadero es don de Dios, no conquista del ego.

Cuando pretendemos ocupar el puesto que no nos corresponde, terminamos viviendo con un sentimiento de humillación y vacío. En cambio, cuando habitamos el lugar que Dios nos da, aparece un sentimiento profundo de consonancia con la vida y con el Misterio.

Los grandes místicos han repetido que el alma brilla solo en el lugar que Dios le da.
Santa Teresa de Jesús decía que el alma se desordena cuando busca “afuera” lo que solo puede hallar “dentro”: la morada donde Dios nos destina. San Juan de la Cruz enseñaba que el camino de crecimiento no está en subir por la propia fuerza, sino en descender en humildad hasta el lugar donde Dios pueda levantarnos. Maestro Eckhart resumió: “El alma que nada quiere para sí, Dios la llena de sí mismo”.

La mística nos recuerda que tomar nuestro lugar es un acto de humildad honesta, no de resignación, sino de confianza en que Dios nos conoce mejor que nosotros mismos.

Bert Hellinger descubrió que el orden del amor comienza cuando cada miembro ocupa su lugar en el sistema familiar. Cuando alguien quiere tomar un sitio que no le corresponde —ser padre de sus padres, ocupar el lugar de un hermano, sustituir al cónyuge— se generan desórdenes y sufrimientos profundos.

Del mismo modo, en la vida espiritual buscar un lugar que no nos corresponde —el éxito inmediato, el reconocimiento, el poder— nos desconecta de la vida. En cambio, al tomar el lugar que nos toca, la vida fluye y experimentamos consonancia interior.

Las constelaciones nos muestran algo similar a lo que dice el evangelio: no brillamos donde creemos, sino donde nos corresponde en el amor. La humildad es aceptar el propio sitio con gratitud.

Benedicto XVI recordaba que la humildad es el camino de la verdad: “Quien se pone en la verdad de lo que es, ahí es grande ante Dios” (Homilía, 24 abril 2005). El Papa Francisco insiste en que la Iglesia y cada cristiano están llamados a vivir la pequeñez evangélica: “El lugar del discípulo no es el poder ni los primeros puestos, sino el servicio humilde que abre espacio a Dios” (EG 102). Ambos coinciden: nuestro lugar ante Dios no se compra, se recibe como gracia.

El evangelio nos confronta con una verdad liberadora: Cuando queremos brillar donde no nos corresponde, terminamos humillados. Cuando acogemos con humildad el lugar que Dios nos da, aparece la consonancia con la vida. Tomar el propio lugar no achica, sino que hace crecer, porque ese lugar está conectado con la misión y con la bendición que Dios quiere derramar a través nuestro. Francisco Carmona-Psicologo Constelaciones Familiares Vinculo-Trauma

29/08/2025

Dios quiere que seamos santos
1 Tesalonicenses 4, 1-8-Marcos 6, 17-29

29 de agosto de 2025

Hoy la Iglesia contempla a San Juan Bautista, hombre íntegro, que prefirió perder la vida antes que traicionar la verdad. Las palabras de Jeremías resuenan en él: “Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy contigo para librarte” (Jer 1,19). La santidad aparece aquí no como perfección moral abstracta, sino como fidelidad radical al llamado de Dios, aun en medio de la hostilidad.

El Evangelio de Marcos (6,17-29) narra la decapitación del Bautista por haber denunciado la injusticia de Herodes. El santo no buscó prestigio ni poder: fue “voz que clama en el desierto”, anunciando que la vida debe abrirse a Dios. Los papas nos recuerdan que este es el corazón de la santidad. Juan Pablo II habló de la santidad como “medida alta de la vida ordinaria”; Benedicto XVI, de dejar a Dios actuar en nosotros; y el Papa Francisco insiste en que la santidad se vive en lo cotidiano, pero también en la valentía de defender la verdad.

La psicología profunda nos ayuda a comprender las reacciones de Herodes: el miedo, la culpa y la sombra reprimida terminan proyectándose en violencia. Jung diría que lo no integrado se convierte en destino. La santidad de Juan Bautista revela, en contraste, la fuerza de un yo reconciliado con su misión, capaz de atravesar el miedo porque confía en un centro más grande que él mismo: el Sí-mismo, la huella de Dios en el alma.

Herodes representa al ego atrapado en la mirada ajena: no quería matar a Juan, pero “por no quedar mal” delante de los invitados ordenó su muerte. Aquí aparece el disfraz del ego: vivir según la aprobación externa. La psicología del alma nos enseña que, cuando la vida se gobierna desde el miedo a perder prestigio, se sacrifica la verdad y se traiciona la vocación.

En cambio, la santidad se parece a lo que Teresa de Jesús llamaba “andar en verdad”. No es perfección sin grietas, sino transparencia interior: dejar que Dios sea Dios en nosotros. Como recuerda el Papa Francisco: “La santidad está en la puerta de al lado”, en gestos sencillos y en la fidelidad a la propia misión. San Juan Bautista nos muestra que la santidad integra lo humano y lo divino: vulnerabilidad y confianza, miedo y fidelidad, sombra y luz.

Dios quiere que seamos santos: Santos en la humildad de Jeremías, que se sabe acompañado aun en la lucha. Santos en la entrega del Bautista, que no negocia la verdad por comodidad. Santos en la confianza del salmista: “Mi boca contará tu salvación, Señor”.

Desde la psicología profunda entendemos que la santidad no exige negar nuestra sombra, sino reconciliarla, de modo que toda nuestra vida —heridas y fortalezas— sea lugar donde brille la gracia. Al atardecer, como decía San Juan de la Cruz, seremos examinados en el amor: en haber dejado que Dios haga de nuestra fragilidad un testimonio de vida reconciliada.Francisco Carmona-Psicologo Constelaciones Familiares Vinculo-Trauma

27/08/2025

El Espíritu sopla donde quiere: Constelaciones familiares y la identidad cristiana
Un diálogo desde la experiencia pastoral, teológica y psicológica

Ps. Francisco Javier Carmona R
Constelador Familiar- Magister en teología

Con frecuencia, en ámbitos cristianos circulan opiniones sobre las Constelaciones Familiares que generan más confusión que discernimiento. Unos las rechazan sin mayor análisis, otros las acogen sin suficiente criterio, y pocos se detienen a preguntar cómo pueden dialogar con la identidad cristiana.

Este texto nace del deseo de ofrecer una reflexión honesta, académica y creyente que permita acercarse a este tema con serenidad, sin prejuicios ni ingenuidades. No es una defensa ni una condena, sino un intento de pensar con la Iglesia y desde la fe cómo acompañar hoy las heridas del alma, integrando el aporte de las ciencias humanas con la centralidad de Jesucristo (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 3–5).

Invito a escuchar con apertura y a discernir con libertad responsable. Si esta reflexión te resulta valiosa, compártela: puede servir a quienes buscan reconciliación, sanación y una vida más plena en Cristo.

Presentación

Bert Hellinger, al revisar el camino de las constelaciones familiares, afirmaba que detrás de este movimiento actúa “Algo más grande”, una fuerza vital que se abre paso en medio de resistencias y diferencias. Su aporte original se centra en tres ejes: la mirada fenomenológica —observar lo que se manifiesta sin imponer teorías previas—, la comprensión sistémica —dinámicas de pertenencia, jerarquía y equilibrio— y la apertura a lo que llamó la Gran Alma; a ello añadió los órdenes del amor y los órdenes del espíritu, que orientan la práctica (Hellinger, 1998; 2001).

La presente reflexión se circunscribe a ese legado y a su prolongación en las constelaciones de vínculo y trauma. Otros enfoques que usan el mismo nombre pero se apartan de estos fundamentos no son objeto de este escrito.

Desde hace dos décadas acompaño procesos desde la psicología del alma, las constelaciones familiares y el trabajo con vínculo y trauma. Como creyente, sacerdote dispensado y magíster en teología, reconozco que la Iglesia, para ser fiel a su misión, ha de dialogar con el mundo y escuchar las preguntas profundas del ser humano (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 4; Concilio Vaticano II, 1965a, DV 2, 10). El Magisterio reciente valora el aporte de las ciencias humanas: Juan Pablo II subrayó su ayuda para comprender a la persona (Juan Pablo II, 1998, FR 61–62); Benedicto XVI recordó el diálogo entre fe y razón (Benedicto XVI, 2006); y Francisco invitó a integrar psicología y pedagogía en la pastoral (Francisco, 2016, AL 204).

Introducción: “El Espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8)

En las últimas décadas, muchos creyentes han buscado acompañamiento psicológico y espiritual en diversos caminos. Entre ellos, las constelaciones familiares han suscitado interés y preguntas. El debate suele polarizarse, cuando lo que se necesita es un discernimiento serio y sereno. La cuestión central es: ¿cómo acompaña la Iglesia las heridas del ser humano sin perder de vista a Cristo y sin despreciar lo que la razón y la experiencia clínica aportan al crecimiento humano? Como recuerda el Concilio: “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22). Cristo es el criterio: todo lo que favorezca la reconciliación de la persona con Dios, consigo misma y con los demás merece ser evaluado con rigor y esperanza (cf. 2 Co 5,18).

1. La identidad cristiana como misterio de filiación y comunión

1.1 Fundamentos bíblicos

“El todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5,18). La identidad cristiana se comprende desde ese don recibido —y no desde la auto-fabricación—: somos reconciliados para vivir en comunión.

1.2 Concilio Vaticano II

“El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22). Cristo, “imagen del Dios invisible”, revela qué significa ser humano (Col 1,15): filiación y comunión que piden reconciliación.

1.3 Joseph Ratzinger / Benedicto XVI

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona” (Benedicto XVI, 2005, n. 1). La identidad cristiana no es moralismo ni mera terapia; es relación viva con Cristo.

1.4 Filiación, comunión y reconciliación

Tres ejes inseparables: filiación (hijos en el Hijo), comunión (nadie se salva solo) y reconciliación (proceso continuo en Cristo). Desde aquí se disciernen las búsquedas contemporáneas de sanación.

2. La herida del ser humano en la cultura actual

2.1 Diagnóstico cultural

Habitamos un régimen de aceleración y rendimiento que erosiona la interioridad y vuelve frágiles los vínculos (Han, 2015; Bauman, 2000; Lipovetsky, 1986). Proliferan la comparación constante, el miedo a la irrelevancia y la soledad acompañada.

2.2 Psicología profunda: complejos, sombra y escisión

Jung describió la emergencia de complejos que pueden “poseer” la conciencia, en especial cuando hay heridas de apego; la persona se hipertrofia en culturas de desempeño, mientras la sombra se proyecta sobre otros (Jung, 1969). La oscilación entre inflación y deflación alimenta agotamiento y reactividad (Edinger, 1992; Hollis, 1998, 2005).

2.3 Trauma y vínculo

Ante un dolor abrumador en la infancia, la psique erige defensas que protegen pero también encarcelan la vitalidad (Kalsched, 1996). Los traumas de vínculo fragmentan la identidad en partes con funciones distintas (Ruppert, 2008; Broughton, 2014).

2.4 Dimensión espiritual

La tradición mística habla de “noche” que purifica imágenes de Dios y desmonta apoyos narcisistas (cf. Merton, 2007). La gracia no anula la estructura psíquica: la salvación no es magia sobre el trauma, sino proceso que integra lo humano.

2.5 Resonancias pastorales

Muchas personas buscan un lugar seguro para nombrar la herida, recuperar pertenencia, ordenar el dar y recibir y reconciliarse. La pastoral requiere un discernimiento integrador: teológico, antropológico y ético (Francisco, 2016, AL 204).

2.6 Hacia un diálogo fecundo

Las constelaciones, entendidas como método fenomenológico y no como cosmovisión, pueden ayudar a visibilizar exclusiones y ensayar movimientos de reconciliación —con condiciones claras: primado de Cristo, rigor y encuadre, distinción de planos y Eclesialidad (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 3–5; Juan Pablo II, 1998, FR 61–62).

3. Constelaciones familiares: origen, método y alcances

3.1 Breve genealogía

El método se asocia a Bert Hellinger (1925–2019), quien integró aportes de la terapia sistémica, el psicodrama (Moreno, 1953), la escultura familiar (Satir, 1983), la Gestalt y su observación clínica, pasando de un encuadre explicativo a uno fenomenológico (Hellinger, 1998, 2001).

3.2 Conceptos nucleares (operativos)
Pertenencia: todos tienen derecho a un lugar; las exclusiones buscan representación en descendientes.
Precedencia/orden: el lugar según llegada (padres antes que hijos, etc.).
Equilibrio dar/recibir: la reciprocidad sostiene el vínculo adulto.
“Alma familiar”: metáfora de tendencias reguladoras del sistema; no describe entidades espirituales.
Movimientos del alma: impulsos relacionales que emergen en la representación.
(Hellinger, 1998, 2001)

3.3 Método y encuadre

Formatos grupales o individuales; el facilitador cuida el marco, evita interpretaciones intrusivas y favorece frases ordenantes. Se parte de un tema, se observan configuraciones y se ensayan movimientos de inclusión y orden. Se cierra con integración prudente y posibles derivaciones (Hellinger, 1998, 2001).

3.4 Lo que puede / no puede

Puede facilitar insight sobre pertenencia, lugar y reciprocidad; generar gestos simbólicos de reconciliación. No puede prometer curaciones, sustituir sacramentos ni reemplazar procesos clínicos cuando son necesarios (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22; Francisco, 2016, AL 204).

3.5 Buenas prácticas

Formación sólida, consentimiento informado, lenguaje sobrio, confidencialidad, supervisión y derivación responsable. Evitar espectacularización, sugestión, idealización del método y confusiones teológicas (Juan Pablo II, 1998, FR 61–62).

Síntesis. Las constelaciones, con rigor fenomenológico y ético, pueden ofrecer un espacio de visibilización y orden en la trama de vínculos. En clave cristiana, sólo tienen sentido como recurso instrumental, subordinado al horizonte de la reconciliación en Cristo.

4. Puntos de diálogo con la fe cristiana (resonancias y distinciones)
Reconciliación: núcleo del Evangelio (2 Co 5,18–20). Las constelaciones pueden disponer el corazón, sin sustituir la gracia (Benedicto XVI, 2005).
Pertenencia y Cuerpo de Cristo: nadie se salva aislado (1 Co 12,26); resonancia con el principio sistémico de pertenencia, distinguiendo niveles (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22).
Órdenes del amor y justicia: resonancias con la justicia como orden reconciliado; sin confundir “orden” con conservadurismo de roles (Hellinger, 2001).
Equilibrio dar/recibir y gracia: la reciprocidad vale para la ética cotidiana; la gracia es don gratuito (Benedicto XVI, 2005).
Memoria sanada: la Eucaristía como memoria viva (anamnesis) reordena la historia en clave pascual; trabajar narrativa y duelo puede abrir al perdón (Francisco, 2013).
Verdad y caridad: “veritas in caritate” (Ef 4,15); nombrar sin humillar (Francisco, 2016, AL 204).
Discernimiento: probar los espíritus (1 Jn 4,1) y prudencia clínica (Benedicto XVI, 2006; Juan Pablo II, 1998, FR 61).
Antropología relacional: imagen de Dios llamada a la comunión; libertad y responsabilidad personal por encima de toda “lógica del sistema” (Concilio Vaticano II, 1965a, DV 10).

5. Límites y discernimiento

5.1 Principios teológicos irrenunciables

Primado de Cristo y de la gracia; distinción de planos; eclesialidad; rechazo de sincretismos y autosalvación (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22; Benedicto XVI, 2006).

5.2 Ética profesional mínima

Formación verificada, consentimiento y confidencialidad, encuadre claro, supervisión y derivaciones. Lenguaje sobrio, sin absolutizar “el campo” (Francisco, 2016, AL 204).

5.3 Riesgos frecuentes y mitigación

Evitar espectáculo del dolor, inducción de recuerdos, dependencia del método, confusiones teológicas y daño relacional; cuidar cierres y contención (Broughton, 2014; Ruppert, 2008).

5.4 Contraindicaciones

Psicosis activa, TEPT severo no estabilizado, duelo agudo, crisis suicida, adicciones activas sin contención; en estos casos, priorizar estabilización clínica (Kalsched, 1996).

5.5 Integración pastoral

Ubicar toda intervención en itinerarios más amplios: Palabra, oración, acompañamiento espiritual y sacramentos (Francisco, 2013; 2016, AL 204).

6. El aporte propio de la identidad cristiana

6.1 Primado de Cristo

El centro no es el método, sino Cristo que reconcilia por el Espíritu (2 Co 5,18; Benedicto XVI, 2005).

6.2 El Espíritu Santo como “campo” vivo

El verdadero ámbito de transformación es el Espíritu (Jn 14–16). El discernimiento cristiano reconoce sus mociones (Benedicto XVI, 2006).

6.3 La Iglesia como comunidad sanadora

La sanación madura en pertenencia: Palabra, liturgia y sacramentos —Bautismo, Eucaristía como memoria viva, Reconciliación, Unción— (Francisco, 2013).

6.4 Antropología cristiana

Dignidad, libertad y responsabilidad personal; ningún “sistema” anula la conciencia moral (Concilio Vaticano II, 1965a, DV 10).

6.5 Ética teologal de la relación

Misericordia y justicia; el perdón impulsa reparación y orden del vínculo (Ef 4,15).

6.6 Pedagogía de la libertad

Procesos, tiempos y virtudes; frutos del Espíritu como criterio (Ga 5,22–23).

6.7 Discernimiento comunitario e interdisciplinar

Puentes con psicoterapia y medicina; criterios diocesanos; proteger a los pequeños (Juan Pablo II, 1998, FR 61; Francisco, 2016, AL 204).

6.8 Cruz y esperanza

El límite puede ser umbral pascual; la esperanza no se confunde con éxito terapéutico (Merton, 2007).

Síntesis. La identidad cristiana orienta toda búsqueda hacia filiación, comunión y reconciliación. Lo terapéutico —cuando es serio y humilde— ocupa un lugar instrumental al servicio del Misterio que salva (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22).

Conclusión

El debate sobre las constelaciones suele polarizarse. La identidad cristiana ofrece otro horizonte: discernimiento. Entendidas como método fenomenológico, pueden aportar visibilidad a dinámicas de pertenencia, lugar y reciprocidad; su uso es legítimo sólo con rigor ético, límites clínicos y sobriedad de lenguaje, evitando promesas de salvación o sustitución de los sacramentos (Francisco, 2016, AL 204; Benedicto XVI, 2006).

La Iglesia está llamada a ofrecer acompañamiento integrador: acoger la verdad de las heridas humanas y conducir hacia el Misterio de la filiación en Cristo (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 3–5, 22). “Hemos recibido el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5,18).

Epílogo: una Iglesia que discierne y acompaña

El Evangelio ofrece un horizonte de sentido en el que la verdad de la persona resplandece en Cristo y su Pascua. La Iglesia “escruta los signos de los tiempos” y dialoga con las ciencias cuando ese diálogo sirve al bien de la persona y a la maduración de la fe (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 4–5, 62; Juan Pablo II, 1998, FR 1, 61–62; Benedicto XVI, 2006; Francisco, 2016, AL 204; 2013). Con prudencia y claridad de planos, las constelaciones pueden considerarse una mediación limitada al servicio del crecimiento humano. El criterio último es cristológico y eclesial: todo lo que conduce a la filiación, comunión y caridad es un bien a acoger; lo que deriva en determinismos, esoterismos o autosalvación ha de ser purificado o dejado de lado (Concilio Vaticano II, 1965b, GS 22; Concilio Vaticano II, 1965a, DV 10).

La cultura de hoy clama por vínculos confiables, sentido y esperanza. La comunidad cristiana está llamada a ser casa para quienes buscan, taller de discernimiento para quienes dudan y hospital de campaña para los heridos (Francisco, 2013). Cuando acompaña, aprende; cuando aprende, sirve; y cuando sirve, evangeliza.

Referencias

Bauman, Z. (2000). Liquid modernity. Polity Press.
Benedicto XVI. (2005). Deus caritas est (Encíclica). Libreria Editrice Vaticana.
Benedicto XVI. (2006, 12 de septiembre). Fe, razón y la universidad: Recuerdos y reflexiones (Discurso en Ratisbona). Libreria Editrice Vaticana.
Broughton, V. (2014). Becoming your true self: A handbook for the journey from trauma to healthy autonomy. Green Balloon Publishing.
Concilio Vaticano II. (1965a). Constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación. Libreria Editrice Vaticana.
Concilio Vaticano II. (1965b). Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Libreria Editrice Vaticana.
Edinger, E. F. (1992). Ego and archetype: Individuation and the religious function of the psyche (Rev. ed.). Shambhala. (Trabajo original publicado en 1972)
Francisco. (2013). Evangelii gaudium (Exhortación apostólica). Libreria Editrice Vaticana.
Francisco. (2016). Amoris laetitia (Exhortación apostólica). Libreria Editrice Vaticana.
Han, B.-C. (2015). The burnout society. Stanford University Press. (Trabajo original publicado en alemán en 2010)
Hellinger, B. (1998). Love’s hidden symmetry: What makes love work in relationships. Zeig, Tucker & Theisen.
Hellinger, B. (2001). Orders of love: A handbook for family constellations. Zeig, Tucker & Theisen.
Hollis, J. (1998). The Eden project: In search of the magical other. Inner City Books.
Hollis, J. (2005). Finding meaning in the second half of life. Gotham Books.
Juan Pablo II. (1998). Fides et ratio (Encíclica). Libreria Editrice Vaticana.
Jung, C. G. (1969). The archetypes and the collective unconscious (R. F. C. Hull, Trans.; Collected Works, Vol. 9, Part 1). Princeton University Press.
Kalsched, D. (1996). The inner world of trauma: Archetypal defenses of the personal spirit. Routledge.
Lipovetsky, G. (1986). La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama.
Merton, T. (2007). New seeds of contemplation. New Directions. (Trabajo original publicado en 1962)
Moreno, J. L. (1953). Who shall survive? Foundations of sociometry, group psychotherapy and sociodrama (Rev. ed.). Beacon House.
Ruppert, F. (2008). Trauma, bonding & family constellations: Understanding and healing injuries of the past. Green Balloon Publishing.
Satir, V. (1983). Conjoint family therapy (3rd ed.). Science and Behavior Books.

26/08/2025

La fidelidad por encima de cualquier circunstancia
1 Tesalonicenses 2, 1-8 Mateo 23, 23-26

26 de agosto de 2025

Las lecturas de hoy nos colocan ante un contraste fundamental: la diferencia entre quienes convierten la misión en un medio para servirse a sí mismos y quienes permanecen fieles al Dios que examina los corazones.

San Agustín denuncia a los pastores que, en lugar de cuidar el rebaño, buscan engordarse ellos mismos, olvidando que su misión es velar por las ovejas. Pero también reconoce con gratitud a aquellos que, a pesar de las dificultades e incluso arriesgando la vida, se mantienen firmes en el encargo recibido, cuidando con fidelidad y entrega al pueblo de Dios.

San Pablo encarna esta actitud. Él mismo afirma con claridad: “Nuestra predicación no nace del error ni de intereses mezquinos ni del deseo de engañarlos, sino que predicamos el Evangelio de acuerdo con el encargo que Dios, considerándonos aptos, nos ha hecho, y no para agradar a los hombres, sino a Dios, que conoce nuestros corazones” (1 Tes 2,3-4). La predicación auténtica, recuerda el apóstol, no brota del ego ni de la necesidad de aprobación, sino de la fidelidad al Dios que ve lo profundo. Por eso Pablo se presenta no como un maestro distante, sino como una madre que estrecha a sus hijos en el regazo: la ternura se convierte en una forma de verdad. Esta coherencia interior —entre lo que se vive y lo que se anuncia— da autenticidad a la misión.

En contraste, el Evangelio muestra a Jesús confrontando con firmeza a los fariseos, escribas y saduceos. Su religiosidad obsesionada por lo externo los convierte en “guías ciegos, que cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mt 23,24). La imagen, poética y punzante, revela cómo la fe puede volverse máscara si no nace de un corazón limpio. Jesús recuerda que el vaso debe limpiarse primero por dentro: lo exterior solo tiene valor si refleja una verdad interior.

La voz de San Agustín, el testimonio de Pablo y la denuncia de Jesús confluyen en una misma invitación: la fidelidad por encima de cualquier circunstancia. Fidelidad que no busca agradar a los hombres, sino a Dios. Fidelidad que se manifiesta en la ternura y en la entrega, incluso en medio de las pruebas. Fidelidad que no se conforma con lo aparente, sino que limpia el corazón para transparentar la verdad.

En un mundo tentado por la vanidad, el brillo externo y la necesidad de aprobación, la Palabra de hoy nos recuerda que la autenticidad de la vida no se mide en aplausos ni en máscaras, sino en la perseverancia de un corazón fiel al encargo recibido. Francisco Carmona-Psicologo Constelaciones Familiares Vinculo-Trauma

24/08/2025

“La puerta estrecha y el despojo que salva”
Isaías 66, 18-21Hebreos 12, 5-7. 11-13Lucas 13, 22-30

24 de agosto de 2025

Hoy la Palabra nos confronta con una pregunta que atraviesa los siglos: “¿Son muchos los que se salvarán?” (Lc 13,23). No es una curiosidad teológica, sino una inquietud existencial. Jesús no responde con cifras, sino con una invitación: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24). No se trata de cantidad, sino de autenticidad. No de apariencias, sino de verdad.

El profeta Isaías nos anuncia que Dios vendrá a reunir “a las naciones de toda lengua” (Is 66,18). La salvación no es privilegio de unos pocos, sino don ofrecido a todos. Pero no es una inclusión superficial. Es una peregrinación hacia el monte santo, una ofrenda que requiere vasijas limpias, es decir, corazones purificados. Dios escoge sacerdotes y levitas de entre los pueblos: la vocación brota donde hay disponibilidad interior.

San Pablo, en la carta a los Hebreos, nos recuerda que “el Señor corrige a los que ama” (Hb 12,6). La corrección no es castigo, sino pedagogía del amor. Nos pide fortalecer las rodillas vacilantes, enderezar los caminos torcidos. Porque la salvación no es solo destino, es camino. Y ese camino pasa por la humildad de reconocer nuestras sombras, nuestras incoherencias, nuestras heridas. El maestro Eckhart nos cuestiona: “¿De qué me sirve que Cristo haya nacido una vez de María si no nace también en mí?” Cada día trae consigo la exigencia de convertir nuestra alma en un belén.

Jesús nos advierte que muchos querrán entrar y no podrán. No porque Dios excluya, sino porque nos aferramos a lo que no puede entrar por esa puerta: el ego, la vanidad, la falsa religiosidad. “Hemos comido contigo”, dirán algunos. Pero Él responderá: “No sé quiénes son ustedes” (Lc 13,27). Porque no basta con estar cerca de lo sagrado; hay que dejarse transformar por ello.

Aquí resuena la voz de Lalo_Yaha, quien denuncia la “pornografía del alma”: ese afán de mostrar que estamos sanando, cuando en realidad estamos maquillando nuestras heridas. La verdadera sanación no se exhibe, se vive. No se grita, se encarna. Como decía Thomas Merton: “La vida espiritual no es una evasión, sino una inmersión en la realidad.”

La puerta estrecha es la que nos obliga a soltar. A dejar atrás la máscara del “yo espiritual” y abrazar nuestra verdad más honda. El Maestro Eckhart lo expresó con radicalidad: “Para que Dios entre, tú debes salir.” Y también: “El ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve.” Es decir, la salvación no es un lugar, es una mirada. Es el momento en que dejamos de huir de nuestra sombra y permitimos que la Luz la atraviese.

El Papa Benedicto XVI nos recordó que “la fe no es una teoría, sino un encuentro con una Persona que da a la vida un nuevo horizonte.” Y el Papa Francisco insiste: “La verdadera religión consiste en adorar a Dios y amar al prójimo.” No en exhibir espiritualidad, sino en encarnar misericordia.

Por eso, lo fácil termina siendo difícil. Porque lo fácil es seguir la corriente, aparentar, repetir fórmulas. Lo difícil es entrar por la puerta estrecha: la del silencio, la del perdón, la del despojo. Pero es ahí donde comienza la vida. La vida que nos revela quién es Dios: un Padre que corrige con ternura. Y quiénes somos nosotros: hijos que caminan con rodillas temblorosas, pero con el corazón abierto. Francisco Carmona-Psicologo Constelaciones Familiares Vinculo-Trauma

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