06/12/2025
🪶 En junio, el desierto me habló en un idioma sin palabras.
No pedía respuestas: pedía presencia.
Allí entendí que el alma solo revela su verdad cuando dejamos de perseguirla.
Entre dunas que nacen y mueren con el viento,
comprendí que soltar no es un acto humano,
sino un movimiento del espíritu.
Nada se aferra en el desierto:
todo se transforma.
La luz descendía como una bendición lenta,
y en ese resplandor supe que hay amores que llegan para abrir caminos,
y otros para enseñarnos a caminar solas.
Ambos son sagrados.
El horizonte, infinito y silencioso,
me mostró que la claridad no irrumpe:
se posa.
Y que la verdadera libertad no es ausencia de lazo,
sino la certeza de que lo que permanece
lo hace por elección del alma, no por miedo a perder.
Hoy, desde la memoria de ese atardecer,
honro lo que se alejó sin herirme,
bendigo lo que no pudo florecer,
y abro espacio para lo que llegue sin exigir mi pequeñez.
El desierto me enseñó que lo místico no está afuera:
es la forma en que el corazón vuelve a sí mismo
cuando deja de mendigar amor
y empieza a escuchar su propia luz.
🌞