27/10/2025
MADRE, DÉJATE CAER😞
Y que el agua decida...
La vi tropezarse con algo, y sin mirarlo siguió caminando, como siempre, con esa velocidad desbordada y ese deseo de nunca parar.
No se dio cuenta de que ese tropiezo era el anuncio del universo para que se detuviera antes del acantilado.
Aun así, rápido, con prisa, siguió.
Ella siempre vio su andar como triunfante, porque la sonrisa y su actuar loco la abanderaban, consiguiendo lo que quería muchas veces.
Pero al fin resbaló… sin más anuncios, sin más tropiezos.
Sus pies se quedaron sin piso fijo, y los terrones de tierra que se venían abajo por entre los riscos le hicieron sentir el vacío.
El vacío que la obligó a sentir la caída lentamente, como si necesitara hacerse consciente de que su cuerpo ya no tenía dónde pararse.
Alzó sus brazos buscando algo de qué sostenerse.
Aun las rocas con puntas y filos le permitían sentir que no todo estaba perdido.
Sus manos, fuertes por la vida vivida y el trabajo duro de surgir, la ayudaron a sostenerse con las puntas de los dedos, aferrada al brillo de las piedras y al polvo que caía de las plantas manoteadas.
Se sostenía con tanta fuerza que sus yemas sangraban por la raspadura, y su cuerpo se colgaba frágilmente de los músculos tensos de sus manos.
Fue tal la fuerza con la que se sostuvo, con la esperanza de recuperar un lugar donde poner sus pies antes de morir, que se negó a escuchar el ruido del agua en el fondo de la caída.
El sonido, con sus pequeños choques como olas, le daba la esperanza de quedar viva, aunque no tan sana.
La esperanza era solo sobrevivir entre el fluir del agua de ese río que ni conocía.
Nunca fue su objetivo que su vida siguiera intacta…
Quizá fue justo eso lo que la hizo negarse a soltarse del todo.
Y fue así como perdió sus uñas mientras rascaba con fuerza y se resbalaba poco a poco.
Fue perdiendo el color claro de su piel mientras el sol la quemaba, desgarrador, para que sintiera la sed que nunca había sentido y se entregara, por fin.
Fue perdiendo sus lágrimas entre cada llanto que soltaba al pensar cómo lograr sostenerse, cómo no perderse entre tanto esfuerzo que ya pensaba haber hecho…
Pero la inclemencia no compartía su cansancio: aún le guardaba un poco más, para repetir la lección.
Cerraba los ojos de cuando en vez, recordando los dulces momentos caminando sobre la hierba, con ese mismo sol pero con su rozar amoroso.
También le llegaban cortos recuerdos de pequeños tropiezos donde prestó toda la atención y siempre contó con una mano que la ayudara, que la advirtiera, o que amorosamente la cobijara para que su caminar no fuera tan solitario.
Hoy miraba a todos allá arriba, sin que nadie pudiera hacer nada para salvarla.
Sabía que ya había pedido toda la ayuda posible.
Pidió un lazo, pero lo tenían en uso en un camión de Teo.
A otro amigo le pidió una rama, y él, con todo el cariño que le tenía, se la prestó, pero se quebró.
Pidió una larga varilla a un hermano, pero a él se le cayó al vacío, y explicó con delicadeza para que ella comprendiera… y no se usó.
Su hija simplemente la veía y la acompañaba, porque ni Gina contaba con más que sus garras fuertes para sostenerse.
Pero aquella hija notó que, aunque la amaba profundamente, y aunque todos los días pedía a su Dios para que le cambiara su lugar por el de su madre, eso no pasaba.
Ambas continuaban enfrentándose a aquel trágico momento: solas, o juntas, pero nunca iguales.
Cada una sufría su propio dolor, por sí misma o por la otra.
De todo esto, su hija le decía, para acompañarla en las noches mientras llovía y la inclemencia del clima hacía parecer que todo estaba peor:
—Madre, yo daría todo por ser yo quien allí estuviera, pero no puedo más que verte, honrarte, acompañarte y valorar la vida que tengo, porque no puedo cambiarlo.
Eran palabras muy tristes para ella decirlas, pero muy esperanzadoras para su madre, que sabía que tenía frente a sí a una mujer inigualable.
Quizá su legado.
Y entonces supo que ya podía soltarse.
Entre las palabras de aliento que más dolor parecían causar, pero que se sabían las más sabias para dar final a esta historia, estaban aquellas que su hija le dijo:
—Madre, has de vivir tu historia, porque es tan propia que no puedo sino acompañarte.
Es una lección de vida y es tu propio camino.
No te lamentes más… déjate caer.
El agua te estará esperando, y así todos descansaremos al saber que fluyes con ella, hasta que desaparecer sea tu final.
Natalia Moreno Sierra
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Que veo?
Hablas de una mujer que siempre corrió por la vida sin detenerse, convencida de su fortaleza, hasta que el universo la obliga a parar al borde de un abismo. Allí, la caída se vuelve lección, purificación y renuncia. Su hija —testigo impotente— representa la aceptación y la continuidad del legado. El texto cierra con una sabiduría espiritual profunda: la vida no se salva resistiendo, sino fluyendo con el agua del destino.
Natalia Moreno
Reflexión
A veces el futuro que tanto planeamos se transforma —no para castigarnos— sino para recordarnos que no somos los únicos conduciendo el barco.
Que hay corrientes invisibles, vientos de cambio y mareas que saben más que nosotros.
Quizá no se trata de tener el control total, sino de aprender a navegar con humildad.
De construir, sí… pero también de dejar espacio a la sorpresa.
Porque lo inesperado, cuando no lo resistimos, puede ser justo lo que nos salva.
Análisis hecho por:
Gracia "Terapia Holistica"
(+57) 302 3425533
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