30/11/2025
Entrar al inconsciente es como bajar una escalera antigua que no sabías que existía… hasta que un día, en silencio, se ilumina un peldaño.
Los hongos hacen eso: abren puertas que siempre estuvieron allí, pero que la mente diaria mantiene cerradas para poder funcionar.
Cuando entras, no solo encuentras luz.
A veces aparecen sombras: miedos, recuerdos, partes de ti que quedaron congeladas en algún momento de tu historia. No son enemigos, aunque lo parezcan. Son piezas de ti que han esperado años —a veces décadas— para ser escuchadas.
Los temores que surgen no son nuevos.
Ya vivían dentro, solo que el ruido de la vida los mantenía en un rincón.
La psilocibina no los inventa; los revela con más claridad, como si alguien limpiara un espejo empañado. Y en ese reflejo puedes ver cosas que duelen, sí, pero también cosas que necesitas comprender para avanzar.
A veces es miedo a sentir.
A veces es miedo a reconocer una verdad íntima.
A veces es simplemente miedo a mirar el vasto territorio interior que evitaste por mucho tiempo.
Pero cuando sostienes ese miedo con presencia —respirando, permitiendo, sin huir— surge algo inesperado: una sensación de alivio. Porque detrás del temor suele haber una parte de ti que quiere volver a casa. Una emoción retenida que por fin se mueve. Un recuerdo que se ordena. Una palabra que nunca se dijo y ahora encuentra salida.
Entrar al inconsciente con hongos no es un acto de valentía heroica.
Es un acto de honestidad contigo mismo.
Es atreverte a ver lo que ya estaba ahí, pero ahora con la posibilidad de transformarlo.
Y aunque el proceso pueda asustar, recuerda:
El inconsciente no está en tu contra.
Es el guardián de tu historia, no el verdugo.
Cuando lo miras de frente, incluso lo que parecía más oscuro empieza a perder fuerza.
Y poco a poco, lo que antes era temor se convierte en comprensión.
Y la comprensión, en libertad.
🍄🍄 👁