25/10/2025
En los primeros segundos, tu lengua detecta el sabor dulce y el cerebro activa el sistema de recompensa. Se libera dopamina, una molécula asociada al placer inmediato. Esa chispa química es la que hace que sientas “felicidad” de forma casi instantánea.
Al cabo de un minuto, el azúcar llega a la sangre y el páncreas libera insulina para estabilizar la glucosa. El cerebro recibe una descarga de energía: claridad, ánimo, motivación. Pero es un estado efímero.
A los 20 minutos, la glucosa cae y el cerebro lo interpreta como una pérdida. Para compensar, vuelve a pedir más dulce. En realidad, no necesita energía: necesita repetir la sensación de placer que acaba de experimentar. Es el mismo circuito que se activa en las adicciones conductuales y químicas.
Pasada una hora, la dopamina desciende. Aparece el bajón emocional: cansancio, irritabilidad o dificultad para concentrarte. El cuerpo busca otro estímulo, y así se instala un ciclo de dependencia entre placer y carencia.
🧠 Comprender este proceso te permite tomar decisiones más conscientes: no se trata de evitar lo dulce, sino de entrenar el cerebro para no vivir esclavo del estímulo.
El verdadero bienestar no está en lo que comes, sino en cómo regulas tus emociones frente a ello.