David González. Psiquiatra

David González. Psiquiatra tratamientos psiquiátricos, psicoterapia y psicoanálisis

27/11/2025
27/11/2025

evolución psicológica desde el Nacimiento hasta la muerte

NACEMOS SOLOS – SOMOS MUCHOS – MORIMOS SOLOS-el viaje humano que se repite en el universo-Para mis apreciados lectores. ...
22/11/2025

NACEMOS SOLOS – SOMOS MUCHOS – MORIMOS SOLOS
-el viaje humano que se repite en el universo-

Para mis apreciados lectores. Reflexión No. 96

Hay un patrón que atraviesa al universo, a la psique humana y a las viejas intuiciones filosóficas. Tal vez no sea coincidencia.

Uno nace solo. Trae un proto-yo: una semilla interior formada por rasgos genéticos y epigenéticos. Desde el primer día ya hay una singularidad en cada bebé. Hay una esencia temprana. San Agustín llamaba a esa esencia el Uno, el punto indiviso del cual nacen las formas. La cosmología moderna describe algo parecido en el Big Bang: un estado original extremadamente simple.

El recién nacido llega al mundo como una conciencia sin divisiones, sin voces prestadas. Esa soledad inicial, al igual que la masa inicial que explotó en el universo, no es carencia, sino potencia.

Con el tiempo empezamos a absorber. Primero, absorbemos a nuestros padres: su voz, su estilo, sus deseos. Pero lo hacemos para, inevitablemente, renunciar a ellos. La identidad no florece sin separación. Dice el relato que Dios prefirió a Abel por su obediencia. Pero tal vez Abel no había labrado aún su propia identidad, quizá aún no se había desprendido de la sombra que le dio origen.

Khalil Gibran lo expresó de manera inolvidable en El Profeta:
“Tus hijos no son tus hijos. Son flechas vivientes lanzadas desde tu arco.”
No puedes decidir el horizonte al que apuntan.

Luego en la adolescencia vendrán una mezcla de nuevas identificaciones: los influencers, los animes, los amigos. De esta confusión emergen rutas inesperadas y una primera arquitectura del yo.
El universo mismo funciona así: desde el caos que crea floreciendo la complejidad.

Lo viví en carne propia con un hermano que me ayudó profundamente. Sus manos me levantaron cuando yo estaba débil. Sin embargo, llegué a rechazar su ayuda, no por ingratitud, sino por necesidad. No quería depender de él, ni psicológica ni materialmente. Quería escribir mi propia historia. Mi madre soñaba con que construyéramos juntos una clínica; yo necesité decir no, para poder decir sí a mí.

La lucha por la identidad -por no ser como el hermano, ni el reflejo de nadie- es tan intensa que a veces nos lleva a renunciar incluso a quienes más queremos. Algunos lo hacen temprano, otros más tarde. Todos llevamos algo de Caín.

La multiplicidad también existe en las ideas. La escuelas psicoanalíticas se dividieron, por cismas; las religiones se multiplican; las secuelas psicológicas son desbordadas por tendencias nuevas: terapia emdr de Shapiro, constelaciones familiares, descodificación biológica. La unipolaridad va dando paso a la multipolaridad de los pueblos. El mundo intelectual y as profesiones se multiplican igual que el yo.

Sin embargo en el crepúsculo de nuestras vidas, cada año que pasa nos vamos haciendo más distintos a los demás, más únicos. Nuestras creencias se afinan, nuestro cuento interior se vuelve irrepetible. Y el precio de esta vivencia nos lleva a sentir que cada vez tenemos menos seguidores, porque es más difícil que reconozcan la profundidad de nuestra nueva singularidad.

En esta última unidad aparece silenciosa pero inevitable, una soledad distinta a la del nacimiento. Es la soledad de quien ya tiene una historia propia, demasiado propia, demasiado elaborada para que otros la compartan plenamente.
Es el cumplimiento de una ley antigua: “nacemos solos y morimos solos”. Aunque en el medio seamos multitud.

La entropía -esa fuerza silenciosa que desgasta los sistemas complejos- empieza a actuar también en el yo. Los roles se aflojan, las máscaras caen, las exigencias se vuelven ruido lejano. Pero no es destrucción: es depuración.
Es el momento en que emerge una segunda simplicidad, no la inocente de la infancia, sino la conquistada. Una unidad interior que nace de comprender, no de ignorar.

Y mientras el universo se dirige hacia una uniformidad final; el ser humano, en la vejez, regresa a una sencillez íntima: una unidad conquistada, no heredada.

Y quizás allí radica el sentido de esta danza universal: salimos del Uno para multiplicarnos y volvemos al Uno para comprendernos.

Dr. Lucio David González
Psiquiatra. Psicoterapeuta
Tels. 3155706594 - 3183244386

¿ *QUIÉN SOY YO? ¿A QUIÉN PERTENEZCO* ?  -la identidad, el amor y el cambio en tiempos líquidos- Para mis apreciados lec...
16/11/2025

¿ *QUIÉN SOY YO? ¿A QUIÉN PERTENEZCO* ?

-la identidad, el amor y el cambio en tiempos líquidos-

Para mis apreciados lectores. Reflexión No. 95

Platón soñó con un rey filósofo y creyó posible guiar a los tiranos Dionisio I y II hacia la justicia. Pero sus ideales, como Ícaro, se estrellaron contra el sol del poder.
¿Podrán acaso los tiranos de hoy dejarse guiar por la razón?

La ciencia demuestra que levitar es imposible, lo dicta la ley de la gravedad; sin embargo, hay quienes aún niegan lo evidente, como aquel presidente que niega el cambio climático.
En el amor sucede algo similar: la razón dice “no”, pero el corazón insiste en decir “sí”.

La psicoanalista Paulina Kernberg observó a niños de dos años y medio frente al espejo: los infantes amados reían con su reflejo; los descuidados lo evitaban. Cuando se les preguntaba quién veían, respondían: “a mi mamá”. Tal parece que la imagen de la madre funda y confunde la identidad del hijo.

Nuestra identidad es una aleación de recuerdos y del metal único de uno mismo.
De niños navegamos entre celos, risas y lágrimas domésticas, compitiendo por el amor de nuestros héroes: “¡Seré bombero como mi papá!”, “¡seré enfermera como mi mamá!”.
Pero esa certeza se resquebraja en la adolescencia: llega la duda, el temblor, la rebelión. “Padre, aunque tú seas ateo, yo creeré como los filósofos que leo”. Esa insurrección del ser coincide con un cerebro plástico, maleable, dispuesto a rehacerse.

Entonces renunciamos a su religión, a su profesión, a sus consejos. Construimos amigos nuevos, seguimos a ídolos y cantantes, futbolistas o gurús digitales. Los padres sembraron naranjas… y les salieron limones.

Desde entonces, como reza el dicho, “genio y figura hasta la sepultura”.
Quien cree en la magia difícilmente será convencido por la ciencia; y quien pertenece a una logia, secta o partido, cambiará solo con ardua alquimia del alma.

La cultura también impone sus marcas: ayer se colgaba al científico, hoy se le venera. Antes el tatuaje espiritual era la fe; hoy lo es el método científico. Aun así, seguimos negando lo evidente, como cuando se rechazó a Galileo o cuando se niega el calentamiento global.

Reinscribirse a uno mismo es pretender arrancar los ladrillos de hierro que nos sostienen. Podemos recibir consejos, consuelos, esperanzas… pero siempre regresamos a nuestro molde original.

Sin embargo, ese hierro puede fundirse en dos hornos:
Primero, el del amor y las masas: Cuando el alma fue privada de afecto, se deja arrastrar por el amante o por el líder de la masa, bueno o perverso, hacia el abismo del rebaño. Tras la caída del líder o el amante, vuelve el yo perdido y desde luego la culpa.

Y segundo, el fuego de las terapias psicológicas: las cognitivas, las humanistas, las psicoanalíticas o existenciales, que funden el hierro con paciencia y ternura, proveyendo el amor que una vez faltó.

También existen los terapeutas naturales: el cónyuge amoroso que calma el cortisol y despierta la oxitocina; el amigo fiel que no abandona en las tormentas y quien nos permite el silencio meditativo que, como mostró la ciencia, engrosa la corteza cerebral.
Incluso vivir en otra cultura lima las aristas del yo; y las crisis, las pérdidas o los triunfos templarán nuestro acero interior.

Pero no todos tienen esa suerte.
Quien llegó al mundo sin ser esperado y creció sin amor, buscará identidad en mil disfraces: hoy de derecha, mañana de izquierda; hoy místico, mañana gótico; hoy bailarín, mañana hippy. Cambiará de amigos, de carreras, de creencias, y quizá de género, como si la vida fuera un menú de temporada.

A esto se suma que vivimos en una cultura en crisis identitaria.
Zygmunt Bauman la llamó líquida: los pilares firmes del pasado se deshacen bajo el ácido del consumismo. Cambiamos de casa, de pareja, de ropa, de religión, de celular… Somos camaleones en una feria de ofertas.

Lacan diría que nadie pone ya un palo en la boca del cocodrilo capitalista: todo lo devora, y nosotros con él. El instinto oral freudiano alcanzó su apoteosis: tragamos, tragamos, tragamos, como si buscáramos el seno materno nunca hallado. Seguimos a líderes mesiánicos que manipulan la información digital y nuestras propias ansias.

Pero aún hay esperanza.
Existen los rebeldes, los revolucionarios del espíritu: quienes defienden las raíces identitarias, los que aman la tierra, los que denuncian a los tiranos, los que luchan por la verdad y la belleza.
Son los que se levantan contra el algoritmo, contra la inercia, contra la banalidad.

Porque el cambio -el verdadero cambio- solo puede brotar del amor, no de la guerra; de la belleza, no de la brutalidad; del debate elevado, no del insulto; del deseo de verdad, no del mercado.

Dr. Lucio David González
Psiquiatra. Psicoterapeuta
Tels: 3155706594 - 3183244386

11/11/2025

Que es la intuición Va la razón.

*LA PIEL DEL PENSAMIENTO* “Lo que el cuerpo sabe y la máquina ignora” Para mis apreciados lectores. Reflexión No. 94.   ...
08/11/2025

*LA PIEL DEL PENSAMIENTO*
“Lo que el cuerpo sabe y la máquina ignora”

Para mis apreciados lectores. Reflexión No. 94.

Julio Verne escribió “De la Tierra a la Luna” mucho antes de que la ciencia tuviera siquiera los medios para imaginar un viaje así. Y, sin embargo, lo anticipó con una precisión que todavía asombra. No fue adivinación: fue intuición. Esa forma de conocimiento que no proviene del razonamiento, sino de una sensibilidad más honda, donde el cuerpo y la mente parecen hablar un mismo idioma.

El neurólogo Antonio Damásio demostró que la piel participa en nuestras decisiones. Una imperceptible gota de sudor, un cambio en el pulso, será traducida por el cerebro en advertencia o aprobación. Antes del pensamiento, el cuerpo ya ha decidido. A eso lo llamamos intuición: un saber que no se explica, pero que orienta.

Los grandes escritores también fueron exploradores de ese territorio invisible. Dostoievski se asomó a los abismos del inconsciente antes de que Freud les pusiera nombre. Sófocles y Shakespeare vislumbraron los dramas familiares que siglos después serían objeto de la psicología moderna. El economista Colombiano Héctor Cabrera, en su libro “El Pensamiento del Iris” anticipa con multitud de argumentos un porvenir basado en nuestros ancestros latinoamericanos, donde ya no predomine el Dios oro y si la hermandad.

El método de los soñadores y los poetas, no es la razón sino la intuición.

Borges, en "Funes el memorioso", intuyó el futuro de las ciencias de la memoria. Funes recordaba cada hoja, cada nube, cada instante. Su memoria era perfecta, pero inútil. No podía olvidar, y por eso no podía pensar. Carecía de la capacidad de resumir, de abstraer, de generalizar. Vivía prisionero en un mundo de detalles.

Décadas después, el neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga descubriría algo asombroso: en el hipocampo existen neuronas que no guardan imágenes ni sonidos, sino conceptos. Son las llamadas “neuronas concepto” —una de ellas se activa cada vez que alguien piensa en Jennifer Aniston, de allí su nombre coloquial—. Borges, sin saberlo, había descrito su presencia.

Las neuronas conceptuales de Quian Quiroga pueden verse como un sustrato biológico de ese lenguaje interno del que hablaban San Agustín, Chomsky y Aristoteles, y de ese lenguaje externo Platónico donde las cosas reales eran un reflejo de la idea pura. Todos tenían, de alguna manera, razón.

El cerebro no archiva cada segundo de la vida. Guarda resúmenes. Pensar es, en el fondo, olvidar lo accesorio para que lo esencial permanezca.

Hay cerebros que recuerdan demasiado. Personas capaces de recitar libros o fórmulas interminables, pero incapaces de comprender y de hacer resúmenes conceptuales. Son máquinas humanas que acumulan sin crear.

Mientras tanto, la ciencia actual coloca electrodos en esas neuronas del concepto. Intenta decodificar lo que pensamos, traducirlo en imágenes. Tal vez algún día podamos ver nuestros pensamientos proyectados en una pantalla. Pero incluso entonces, seguirá faltando algo: el temblor interior del que nace la intuición.

La inteligencia artificial puede agrupar conceptos, generar teorías, responder con lógica impecable. Pero no siente. No duda. No tiene cuerpo. Y sin cuerpo no hay intuición.

El ajedresista Garry Kaspárov, lo comprobó cuando enfrentó a Deep Blue, la máquina de IBM que lo venció en 1997. Sin embargo, en las partidas rápidas, cuando el tiempo no alcanza para calcular, Kasparov vencía a la maquina. En esos segundos de vértigo, él no pensaba: sentía la jugada.

La intuición, es el eco del cuerpo en el pensamiento. Las personas que tienen lesionado la conexión piel cerebro realizan innumerables calculos, pero no logran decidir.

La capacidad de *resumir* y la de *intuir* son los dones que nos separan de la inteligencia artificial. Ese leve resplandor entre la razón y el instinto, nace en el misterio del cuerpo.

El cerebro humano no calcula: piensa lo que el cuerpo susurra.

Y tal vez en esa vibración —entre el pensamiento y la emoción— resida lo que todavía nos hace humanos.

Dr. Lucio David González.
Psiquiatra. Psicoterapeuta.
Tels. +57 3155706594 - 3183244386

CAFÉ CUÁNTICO Y PAN DE INFANCIAPara mis apreciados lectores, Reflexión No. 93“Hay mundos que no caben en la lógica, pero...
01/11/2025

CAFÉ CUÁNTICO Y PAN DE INFANCIA
Para mis apreciados lectores, Reflexión No. 93

“Hay mundos que no caben en la lógica, pero caben en el olfato, en la risa, en los ecos que nadie más oye.”
-Anónimo-

“Por más que intentaba hablar como jurídico obedeciendo a mi padre, todo me salía en verso”
-Ovidio, poeta romano del siglo 1, autor de “Las Metamorfosis”-

Hoy quiero compartirles las siguientes pinturas de mi alma. Iban naciendo en un momento de calma sin itinerario ni plan...

Hay un susurro que no pertenece al mundo de las leyes ni de las formas. Un murmullo que nace en las honduras del alma y que no se deja encerrar en tratados aristotélicos ni en geometrías platónicas. Si soy poesía, ¿por qué debo hablar en axiomas? Si soy arte, ¿por qué habría de vestirme con la pulcritud distante de lo perfecto? Mi voz no tiene reglas. Es canto, es viento, es temblor de hojas en un árbol que nunca fue nombrado.

He viajado bajo el agua. No con aletas ni tanques de oxígeno, sino con la piel erizada de emoción, junto a submarinos que ignoran mi presencia y ballenas que entonan himnos para nadie. Los delfines me han guiado en danzas sin partitura. Y un tiburón, que quiso morder mi sombra, detuvo su impulso al ver el iris en mis ojos; compartimos el misterio de la supervivencia y nos rendimos ante la tregua del arco iris. En las profundidades, todo es antiguo y todo es nuevo. Allí lo humano ya no importa.

Y sin embargo, regreso a la superficie. Me espera el café de la tarde y el pan tibio que huele a infancia. Las manos de mi madre aún moldean la harina como si fueran las de una diosa doméstica. Ese olor a humo que invade la casa no ahoga, abraza. Se posa en los muros como un conjuro contra la aspereza del mundo. La cocina se convierte en templo, y el pan en liturgia.

Afuera, juego ping-pong con las leyes del universo. La pelota china, suspendida entre dos mundos, describe trayectorias que ningún teorema predijo. Geometría emocional, cálculo intuitivo, física de la risa. Cada vez que mi mente se dispersa, me encuentro en una dimensión que no sé nombrar. Las dimensiones cuánticas no se anuncian: se infiltran. No las vemos. Ellas nos ven.

Mi perro, criatura de la tierra y el instante, ladra con una voz que hace eco en el subsuelo. Rastrea los huesos del pasado, esos que una vez olvidó. Camina por las calles como si fueran praderas, batiendo su cola como una bandera blanca. Olor a gasolina, hierro y flor; todo se mezcla en su olfato. Y en su rostro -¿puede un perro sonreír?- vibra la aceptación total de su estar en el mundo. Él no duda. Él simplemente lo es.

Y yo, poeta accidental, viajero anfibio, hijo del humo y del pan, juego con lo real mientras lo real me juega a mí. No he nacido para quedarme entre los límites de lo humano. Vivo más allá. Allí donde los tiburones pactan treguas, los objetos piensan, y los perros ríen.

Dr. Lucio David Gopnzález.
Psiquiatra. Psicoterapeuta
Tels. 3155706594 - 3183244386

28/10/2025

Trastornos mentales y Esperanza

*del NEUMA al HOLOGRAMA**¿Todo es memoria?*Para mis apreciados lectores. Reflexión Psiquiátrica No. 92Inspirado en el li...
25/10/2025

*del NEUMA al HOLOGRAMA*
*¿Todo es memoria?*

Para mis apreciados lectores. Reflexión Psiquiátrica No. 92
Inspirado en el libro Borges y la memoria, de Rodrigo Quian Quiroga (2021).

Aristóteles imaginó que estábamos rodeados por una sustancia divina, el *pneuma,* un soplo cósmico que entraba por los pulmones, viajaba al corazón donde se transformaba en *pneuma vital.* Desde allí recorría el cuerpo como una corriente de vida, hasta que la muerte lo devolvía al alma universal.
El cerebro, para él, era un órgano frío, una especie de radiador destinado a enfriar la sangre del corazón.

Siglos después, Galeno corrigió la idea: ese pneuma vital llegaba al cerebro, donde se convertía en *pneuma psíquico* , el aliento que daba origen al pensamiento y al movimiento.

Pasaron los siglos, y Descartes, en pleno siglo XVII, levantó un muro entre el alma y el cuerpo. Desde entonces, la ciencia y la religión caminaron por sendas separadas, tratando de descifrar un mismo misterio: ¿de dónde nace la mente?

Ya en el siglo XIX, el médico Franz Gall dibujó el cerebro como un mapa (frenología); mapa negado por decenios y resucitado en la actualidad. Su intuición sembró una semilla: el cerebro, quizás, no era una unidad silenciosa, sino una orquesta de regiones distintas, cada una tocando su propio instrumento.

Hasta que en 1985 Jean Baptisten Bouilland y luego el cirujano Broca demostraron que lesiones de los lóbulos temporales hacían perder el habla. Luego se halló el área de wernicke, dedicada a comprender las palabras escuchadas. Por primera vez, las funciones humanas comenzaban a tener dirección, domicilio y nombre.

Y entonces llegó el siglo XX, y a la par la *Memoria* :
El neurocientífico Karl Lashley creía que los recuerdos (la memoria) se distribuían por todo el cerebro, como un perfume que no puede señalarse en un punto exacto. Pero esa idea se tambaleó con un paciente que marcaría la historia: Henry Molaison, conocido como H.M.

A H.M. le extirparon ambos hipocampos para tratar su epilepsia. Sobrevivió, pero algo se quebró para siempre: perdió la capacidad de formar nuevos recuerdos. Podía conversar, reír, incluso aprender un gesto, pero minutos después lo olvidaba todo. Vivía prisionero de un presente que no avanzaba, un reloj sin calendario. (similar a la película Memento (2000) thriller psicológico dirigido por Christopher Nolan.)

Gracias a H.M. comprendimos que la memoria no es una sola.
Está la memoria sensorial, breve y fugaz, que retiene apenas un número telefónico.
La *memoria de corto plazo* , en la corteza prefrontal, que permite sostener una idea o una frase mientras hablamos.
La *memoria a largo plazo* , en el hipocampo, donde habitan nuestras vivencias y aprendizajes. (semántica y episódica). La que perdió H.M.
Y la *memoria emocional* , tejida en la amígdala, donde laten los recuerdos de emociones más intensas y casi imposibles de erradicar como: los traumas de guerras que jamás serán borrados, generando el famoso trastorno de estrés postraumático

También está la *memoria procedimental* , ubicada en los núcleos basales y el cerebelo, silenciosa y fiel, que nos permite montar en bicicleta o tocar un instrumento sin pensarlo. Cuando las palabras se borran como en la demencia senil, esa memoria persiste: “el cuerpo recuerda lo que la mente olvida”.

El premio Nobel Eric Kandel demostró que cada recuerdo implica una danza de proteínas dentro de las neuronas, una escritura microscópica hecha de moléculas. En cierto modo, somos la suma de nuestras proteínas que recuerdan.
Porque si perdiéramos la memoria, perderíamos el hilo que nos une con nosotros mismos.
No sabríamos quiénes somos, ni qué amamos, ni de dónde venimos, ni que religión tenemos. Podemos concluir que nuestra identidad son nuestros recuerdos

El cerebro, más que un órgano, es un universo donde habitan nuestros recuerdos (creencias, emociones, pasiones y sueños.) Hoy hemos vuelto a una versión moderna de la frenología.

La filósofa y neurocientífica Patricia Churchland da su opinión con una claridad luminosa: “ _la electricidad no es causada por el movimiento de electrones, sino que es en si misma el movimiento de electrones, y así como la temperatura no está causada por la energía cinética de las moléculas, sino que es la energía cinética de las moléculas, la conciencia_ (memoria) _no está causada por la actividad de las neuronas, sino que es la actividad de las neuronas._"

Y allí, en esa frontera entre ciencia y poesía, aparece la figura inolvidable de *Funes el memorioso,* de Borges: Funes era el hombre que recordaba cada hoja, cada piedra, cada instante. Su mente era un universo sin olvido, una prisión de detalles. Funes podía recordar todo, pero nada comprender. No podía olvidar diferencias, es decir abstraer. No podía dejar ir. La intuición de Borges se plasmó en un personaje real del científico Ruso Alexander Luria, llamado Solomon Shereshevskii, y en otros personajes como Kim Peek, el autista que inspiro la película ganadora del Oscar: Rain Man

Tal vez el secreto de la memoria no esté en recordar más, sino en saber olvidar,
para poder soñar, crear y seguir viviendo dentro del misterio.

Y sin embargo persiste la pregunta: ¿somos conciencia (Pneuma) que viene de afuera como dijo Aristóteles, o es producción de proteínas en las neuronas como dice Kandel.

Quizás —como intuía Jorge Luis Borges— somos pensamientos dentro de un pensamiento, hologramas tejidos por una mente universal.

Dr. Lucio David González.
Psiquiatra. Psicoterapeuta
tels. +57 3155706594 - 3183244386

21/10/2025

Dones cerebrales y trastornos.

*EL CEREBRO – SÍNTOMAS – ESPERANZA*Para mis apreciados lectores. Reflexione Psiquiátrica No. 91        Un profesor solía...
18/10/2025

*EL CEREBRO – SÍNTOMAS – ESPERANZA*
Para mis apreciados lectores. Reflexione Psiquiátrica No. 91

Un profesor solía repetir, con cierta ironía provocadora: La única especialidad médica es la psiquiatría.

No era desprecio hacia las demás especialidades -que merece el más alto reconocimiento-, sino una forma de recordar que todas las especialidades, del corazón, del hígado, de las articulaciones, del estómago, etc., guardan un lazo secreto con el cerebro. Ahí están las dermatitis que brotan del alma, la variabilidad del corazón afectando las emociones, la microbiota intestinal que dialoga con nuestro ánimo y los dolores reumáticos agravados por la tensión emocional.

Pero quien se ocupa de la salud mental entra en el territorio más sutil y enigmático del funcionamiento cerebral. Allí habitan la poesía, el pensamiento, la ternura, la inteligencia, el misterio de la memoria, y también, en su contracara sombría, las formas más oscuras del odio, la envidia, el egoísmo, el pánico, y la hostilidad que arrasa pueblos enteros.

Cuando la mente se extravía, se abren paso síntomas inquietantes. A veces sanamos del todo; otras, debemos aprender a convivir con lo inevitable: dolores crónicos, fibromialgia, lumbalgias, gastritis y reflujos sin causa aparente, obsesiones que regresan con los años, fobias que resucitan tras un nuevo sobresalto, duelos que se niegan a terminar. Y, más allá, las sombras más densas: la mentira persistente, la doble cara, la criminalidad que niega la humanidad misma.

Quizás lo que más nos aterra es perder el sentido de lo real y adentrarnos en el misterio de la locura: un territorio que los medicamentos a veces aplacan, pero que nunca deja de acechar, robándole brillo a la alegría.

En el fondo, todos llevamos un pequeño “raye en la cabeza”: una manía escondida, un hábito vergonzante, un narcisismo secreto, una envidia que carcome. Reconocerlo nos humaniza tolerando las inevitables espinas en busca de las flores. Empezamos a criticar menos y entender más.
Mirar nuestra viga, nos lleva a pedir perdón, pero sobre todo comprender al otro que también sufre.

En esa misma línea resonó la humildad de Jorge Bergoglio al aceptar el papado: “ _Acepto_ ,-dijo- _aunque soy un pecador”_ . Y al concluir cada discurso, añadía: “ _Recen por mí, que soy un pecador_ ”. Una lección simple y luminosa, válida tanto para creyentes como para incrédulos.

Parafraseando a Pepe Mujica: “ _somos la única especie con conciencia, y esa conciencia nos permite forjar un propósito que dé sentido a la existencia: ser un buen político, un buen científico, un buen músico, alguien que entrega algo a los demás. Porque al ayudar al otro, ayudamos a_ -nuestro cerebro y desde luego a- _nosotros mismos”._

Y yo le añadiría, ese raye en la cabeza empezara a perder su fuerza frente motivos superiores y nobles.

Cuando dejamos de rendirle culto a la compañera oscura -esa sintomatología que insiste en acompañarnos- y, en cambio, volcamos nuestra pasión hacia el mundo, ella se encoge, pierde brillo y, muchas veces, llega incluso a desvanecerse. No se trata de negarla, sino de restarle protagonismo: reconocer su presencia, pero elegir no vivir bajo su sombra.

Los Estoicos dirían: Sin importar el problema mental que atravieses, mantén siempre la mirada hacia adelante.

Dre. Lucio David González
Psiquiatra. Psicoterapeuta

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