11/05/2025
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Ser o no ser... madre.
He ahí el dilema.
En un tiempo donde los hijos a menudo son reemplazados por mascotas, donde la libertad personal y la realización individual se valoran más que nunca, pareciera que esta generación está desistiendo, poco a poco, de la idea de tener hijos.
“Los tiempos están difíciles”, dicen algunos.
“No quiero renunciar a mí misma”, dicen otros.
Y tienen razón.
Porque ser madre es, probablemente, la labor más difícil que puede experimentarse. No existe otra que desgaste tanto el cuerpo, la mente, el alma. Desde el embarazo hasta el parto, todo es un preludio de lo que vendrá: un camino sin regreso, un pacto vitalicio. Una vez que eres madre, lo serás hasta el último aliento. Ya no eres solo tú. Un pedazo de tu corazón se ha partido y se ha ido con cada hijo que has traído al mundo.
Pueden crecer, volar, construir sus propias vidas, pero nunca —nunca— dejarán de ser tus hijos.
Y tú, curiosamente, nunca serás la misma madre para todos.
La maternidad se transforma con cada hijo. Te vuelves una versión diferente de ti misma, moldeada por sus necesidades, sus temperamentos, sus historias.
Nadie nos enseña a ser madre. Vamos a ciegas. A tropiezos. Usando las herramientas que tenemos a la mano: lo aprendido (y lo no aprendido) en nuestra propia familia, lo que juramos repetir y lo que prometimos nunca volver a hacer. Cargamos con heridas abiertas, recuerdos dulces, duelos no resueltos, sueños idealizados… y con todo eso nos lanzamos, sin manual, sin garantías, al vértigo de criar.
Nuestros hijos se convierten en espejo.
Y lo que reflejan… depende de lo que había. Bueno o malo. Sin filtros. Sin adornos.
Ser madre es la experiencia donde el dolor más profundo y el amor más sublime conviven en la misma piel. Es una paradoja viva. Para que ese pequeño ser sobreviva, una madre tiene que hacer su primera gran renuncia: la narcisista. Dejar de ser el centro, para que el otro exista, y desde ahí, lentamente, volver a encontrarse. Porque sí: para ser madre también debo ser mujer... y para ser mujer, no solo debo ser madre.
Ahí es donde muchas quedamos atrapadas.
Queremos ser madres al 100%, esposas amorosas, profesionales competentes, pero la vida no reparte porcentajes exactos. La exigencia interna y social nos revuelca. Queremos hacerlo todo y queremos hacerlo bien. Y cuando comprendemos que eso es imposible, nos agotamos, colapsamos. Y muchas veces terminamos soltando, resignadas, uno de los tantos frentes que intentábamos sostener a la vez. No somos mamás perfectas, hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Para ganar algo, renunciamos a algo, así funciona la vida, y la maternidad no se escapa de eso.
Sí, ser madre empieza con la duda de si seré capaz, si estaré a la altura, pero con el tiempo, llega una certeza profunda: la maternidad así como como está llena de duelos, también está llena de gratificaciones.
Estoy segura que el amor que siento por mis hijos hace que cada renuncia, cada crisis, cada desvelo haya valido la pena.
Y si tuviera que repetir cada instante, cada caída, cada reconstrucción... lo haría mil veces, si eso significara tenerlos a ellos aquí, conmigo, otra vez.
Dedicado con todo mi amor a Ariel, Josué y Naty.
Ustedes son mi razón, mi espejo, mi corazón caminando por el mundo.
Gracias por enseñarme, con cada día, lo que significa verdaderamente ser madre. Son mis mayores maestros. Los amo.
Atte: mamá.
Feliz día de la madre en muchas partes del mundo!