Lic. Rafael Román Quirós Descargar
I Parte, La Enfermedad“Edipo Rey propone un interesante esquema para las categorías que determinan el conocimiento: El ciego es quien conoce la región más genuina, transparente e íntima de la realidad. Adentrarse o acercarse a la verdad comporta un ejercicio: cegarse, aprehender el mundo en ausencia de luz, captar lo real que yace más allá del campo visual.” (Soto, 2011).
A veces lo evidente, cuando se piensa por escrito, resulta en algo similar a un proceso deconstructivo (en el sentido empleado por Derrida) capaz de sorprender a quien con genuina ingenuidad se entrega a un método.
Cualquier ensayo sobre un tema debería comenzar por la definición de aquello que aborda. En este caso contamos con un binomio, y pretendo ser consecuente.
Lo que entendamos por enfermedad tiene varias acepciones en un sentido semántico. Sin embargo existen también definiciones vulgares (que adquieren su condición por criterios cuantitativos), y por último definiciones “técnicas”, provenientes de entes especializados con cierto grado de legitimidad.
Puesto que el presente ensayo es en idioma español (preferible al vocablo “castellano” que es más circunscrito) hemos de remitirnos a la Real Academia Española, autoridad máxima del idioma, para establecer la definición semántica de mayor rigor.
Es así que encontramos dos acepciones útiles para la palabra enfermedad, a saber: a) Alteración más o menos grave de la salud. Y más interesante, b) Pasión dañosa o alteración en lo moral o espiritual; la cual nos habla de las enfermedades del alma o del espíritu. En todo caso, y está claro, se trata de alteraciones sean estas de la salud o el espíritu.
Debemos entonces preguntarnos qué es “salud” en un sentido semántico.
Sin embargo antes de entrar a analizar qué es “salud”, y respecto al término “alteración”; siendo nuestra disciplina la psicología, desgraciadamente estamos familiarizados con definiciones como esta, o de otras palabras igualmente ambiguas como “grave” para establecer criterios o categorías clínicas, es decir, conceptos no operacionalizados.
Es interesante preguntarse entonces hasta qué punto la mayoría de ramas de nuestra disciplina han creado castillos en el aire en este sentido, lo cual tampoco las desacredita necesariamente a priori.
*El verbo alterar y su sustantivación tienen acepciones sobretodo negativas, es decir, que si bien son sinónimo de cambio, lo son en un sentido calificativamente negativo.
En tanto a “salud” las definiciones encontradas hacen referencia a un estado de “gracia espiritual”, y “aptitud del organismo de ejercer todas sus funciones”, con lo cual se aprecia que tanto “salud” como “enfermedad” coinciden en un esquema cartesiano lo cual simplifica la tarea en el sentido de que son antónimos, pero la dificulta en el tanto surge la necesidad de adentrarnos en terreno metafísico.
Es así que tenemos de momento que enfermedad es la modificación en un “mal sentido” (así calificado por individuos) ya sea de la capacidad orgánica del cuerpo para ejercer sus funciones, o de la gracia del espíritu. Este último constructo, dejándonos de eufemismos, y a pesar del descontento de muchos psicólogos, parece coincidir llanamente con “felicidad”. Salud mental y gracia del espíritu parecen ser sofisticadas formas de entenderla a esta (la felicidad), lo cual tampoco debe ser algo sencillo de definir (o quizás se trate de un término no definible sino sólo una condición declarativa del ser).
Es decir, cuando seres capaces de clasificar (en el más amplio de los sentidos) consideren que un organismo no realiza las funciones corporales como debería, o cuando el mismo individuo sobre el que se pretende declarar la condición no se autodefina en algo similar a “feliz”, este está enfermo.
Ahora, la nosología médica es bastante científica, y supondría uno que se encuentra bastante operacionalizada, por lo que quizás la definición anterior no sea precisa en el tanto no se trata de una mera opinión, sino que hay parámetros basados en estadísticos y signos objetivos (contrario a síntomas remitidos por un paciente).
Un cuerpo que no produce insulina claramente no realiza lo que sería la “norma” humana. Esto es perogrullantemente negativo. Es en la definición espiritual en donde encontramos lo complejo. Si la enfermedad en su sentido espiritual es alteración (negativa) de la felicidad, entonces enfermedad-mental en un sentido semántico es un eufemismo de infelicidad.
Esta es la conclusión a la que podríamos llegar si consideramos que estas definiciones contemplan un plano mental. Sin embargo, sabemos a qué nos referimos con esto? Es allí donde radica la dificultad? Si la nosología médica es clara, se debe quizás al hecho de que parte de lo material. Sin embargo qué sucede con la mente? Si es material, en dónde se encuentra específicamente, y si no es material, pueden entonces existir cosas inmateriales?
Pero ante todo, qué es? Antes de examinar esto más adelante, hemos de concluir lo comenzado previamente.
Pasando al plano real, o práctico, quisiera dejar de lado la enfermedad llanamente, y pasar directamente a preguntar por el binomio que nos ocupa. Esto, porque la exploración semántica ha mostrado qué es la condición de enfermedad, por lo que esta puede esclarecerse; y lo está al menos en este sentido. La naturaleza del ensayo, mi formación, intereses y preocupación me demandan centrarme para el resto del mismo en el binomio.
Sin embargo, es posible determinar qué es “algo” en la sociedad? Y si es posible, puedo yo determinarlo de una manera racionalista, sin evidencia empírica, científica?
Si de algo sirve mi pobre experiencia personal al respecto, la noción cuantitiva es la de algo semejante a lo que constituía la segunda y tercera estructura psicoanalítica. Curiosamente las personalidades psicopáticas no son considerados enfermos mentales, y las perversiones para serlo, han de examinarse en cuanto a las consecuencias prácticas, de forma (muy poco seria de mi parte) que el constructo social y técnico (clínico) podrían diferir bastante.
Es así, que más que un dato curioso, es un aporte sin validez para el análisis, y por lo demás creo que aún por medios estadísticos o empíricos, se torna en una tarea pírrica que se asemeja en alguna medida a aquella famosa frase de Gorgias:“Nada existe. Si algo existiese no podría conocerse, y si algo fuera conocido sería incomunicable.”
De forma que resta examinar finalmente las definiciones técnicas de enfermedad y Enfermedad Mental. Si para la terminología semántica me remití a la Real Academia Española, para las definiciones técnicas hemos de remitirnos a la Organización Mundial de la Salud, concepción misma bajo la que trabajamos en el curso. Sin embargo se trabaja desde la perspectiva del antónimo, el cual se definió en 1974 de la siguiente manera: “Salud es el completo bienestar físico, mental y social y no simplemente la ausencia de dolencias o enfermedades”.
Es decir, que enfermedad es malestar físico, mental y social? Tenemos entonces “lo social” como nuevo elemento que evidentemente escapa a lo biológico. Nótese en el primer caso, que para saber cuánto es “completo”, necesitamos saber cuánto es el total de algo tan abstracto y volvemos de nuevo a tener una definición no operacionalizada. Y por otro lado, qué sería un malestar social? Cuándo dice alguien que tiene un malestar social?
Quizás nos sea de utilidad entonces dilucidar la siguiente frase de Gonzalo Piédrola Gil, de quien se dice fue un gran maestro de la salud pública española: "La salud es algo que todo el mundo sabe lo que es hasta el momento en que la pierde, o cuando intenta definirla"
Intentaré que la segunda parte de la frase no sea augurio al final del ensayo. Por lo demás, continuamos perogrullantes. Ignoramos sin embargo la fecha de dicha frase, y si Piédrola se encontraba contemplando por aquella época la definición en un sentido inclusivo para con “lo mental”, pero al menos infravalora lo que venía siendo la metodología del presente ensayo, la definición.
Resumiendo:
Hay tres definiciones posibles para saber qué es el binomio, una semántica, una popular, y una técnica.
La semántica contempla un dualismo cartesiano que es aplicable dialécticamente.
Su acepción orgánica tiene un plano objetivo (signos, como en la varicela por ejemplo) y otro subjetivo (síntomas, como en un dolor de cabeza que no es perceptible por otros más que el individuo mismo).
Su acepción mental es muy parecida, (sino igual) a infelicidad, y “lo es” a través de una interpretación calificativamente negativa de una conducta (“pasión dañosa”), o condición.
Es imposible y quizás inútil dilucidar qué entiende “la masa” por enfermedad mental.
Las definiciones técnicas encontradas no aportan elementos diferencialmente útiles para el análisis, y ante la dificultad, llaman a lo evidente e indefinible.
Por lo tanto, cuando se está enfermo de lo orgánico existen dos posibilidades, o que la enfermedad sea comprobable (signos), o que sea evidente (síntomas), pero en este segundo caso no parece ser definible: Qué es por ejemplo el dolor? Cómo definirlo? Su existencia no es acaso evidente e indefinible?
Será acaso que todo lo no observable es indefinible de forma objetiva? No es ningún secreto para la psicología que sólo las conductas son objeto de operacionalización. Pero acá nos referimos a algo más amplio que la conducta, se trata de lo no observable.
Lo no observable puede ser material. Pero puede ser inmaterial? De nuevo: Existe la inmaterialidad? Lo material-observable depende del ser vivo del que se trate gracias al espectro de luz que cada ser sea capaz de observar. Y aunque como humanos tengamos la ciencia (que pone de manifiesto nuestra ínfima capacidad al respecto) y ésta (la ciencia) se torne en nuestros “ojos prometeicos”, pueden existir aún limitaciones para el ojo científico?
Es una ausencia de luz, una ausencia de materia, o un “nada” que sin embargo es “algo” lo que arroja el problema de lo mental? Y para complicarlo aún más, en el caso de lo no observable (que pueda o no ser material), existe “algo” sin una conciencia ajena que sea capaz de declararlo así (existente)? Las consciencias se declaran a sí mismas, y declaran lo demás. Qué existe sin una consciencia que lo reconozca cuando esto no consiste en una consciencia ella misma?
Deberíamos los psicólogos actuar nosológicamente? Qué implicaciones tiene el referido “problema de lo mental” en la disciplina, y qué nivel (práctico, fundacional, etc)? Deberíamos emplear el término “enfermedad”? Cuál es la relación entre la mente y el cerebro? Es diferente hablar de enfermedades de la mente y enfermedades del cerebro?
Las preguntas son muchas y son harto complejas e intentaré abordarlas en la segunda parte que tiene que ver más directamente con la mayoría de las mismas. Respecto al primer apartado quedaré satisfecho si soy capaz de dilucidar algo en cuanto a tres preguntas secundarias, y una pregunta principal: S. Si se está enfermo de lo mental, es comprobable?
S. Qué papel juega lo evidente? S. Es definible? Las tres preguntas requieren, para ser respondidas, haber finalizado la segunda parte del ensayo.
Y por otro lado, a mi manera de ver, la principal conclusión hasta el momento en este ensayo es la de que las definiciones (de momento) no bastan nosológicamente hablando para lo no operacionalizable o no cuantificable (lo no observable para el ojo humano puede quizás ser operacionalizado; es lo no observable para el “ojo prometeico” lo que no puede ser objeto de ello). Y a partir de ella surge la principal pregunta: P. Cómo podemos entonces cegarnos para ver? Y para qué hacerlo?
Esta es quizás la única pregunta que puede ser respondida de momento; Cómo logramos saber “qué es algo” sin definiciones, y para qué hacerlo?
Recordamos lo referido por Einstein en el libro “El Error de Descartes” de Antonio Damasio:“Las palabras del lenguaje, tal como se escriben o hablan, no parecen desempeñar papel alguno en mi mecanismo de pensamiento. Los elementos que me sirven, son signos e imágenes más o menos claras que pueden reproducirse y combinarse voluntariamente.
También es evidente que el deseo de llegar finalmente a conceptos conectados de forma lógica es la base emocional de este juego. Las palabras u otros signos sólo las busco en una fase secundaria, cuando el juego asociativo se haya suficientemente establecido.”
Si bien es cierto lo anterior no es cierto porque Albert Einstein lo diga (sería autoritariamente falaz), lo anterior se refiere a que las cosas existen más allá del lenguaje. Es decir, que el pensamiento se da originalmente sin lenguaje; que este sobreviene luego. Para utilizar una palabra, me referiré a “nociones” como aquellas “imágenes” (en el sentido en que Damasio las utiliza en su libro) o “ideas” originarias, que surgen (como el verbo más adecuado para lo que no sabemos si generamos activamente o simplemente se “dan” pasivamente en nosotros) en el cerebro.
Sin embargo, aunque existiesen cosas sin definición, resultaría un tanto peligroso, y resulta al menos incómodo para los valores del Zeitgeist globalizatorio occidental. Si la ciencia es acumulación, taxatividad, y división, cómo seguir “avanzando” como sociedad desde la subjetividad, si esta no acumula? Cómo comunicarnos si cada uno tiene “su propio lenguaje”? El ser humano ha marcado su desarrollo evolutivo a través de la objetividad; esta es la marca de los dioses, del dominio sobre la naturaleza, incluso la propia.
Si el Homo Neardenthalensis fue contemporáneo al Hombre de Cro-Magnon teniendo una fuerza física y capacidad craneal (que no necesariamente implica inteligencia) superior, esto no implicó su continuidad como especie. Una de tantas diferencias interesantes existentes entre ambos, es no sólo el hecho de que los Cromañones hayan cruzado extensiones de agua y recorrido distancias mayores a los Neardentales, sino sobre todo el carácter colectivo de los homínidos más modernos.
Quizás ya desde esa fase temprana evolutiva, trastocamos el curso mismo del proceso, de la adaptabilidad y mejoramiento individual al colectivo y las bondades que esto conlleva.
Y ciertamente el método humano y su instrumentalización nos han llevado a nuestra condición de dioses con prótesis como fue recalcado por Freud en el Malestar y la Cultura, dominando todo lo material que nos rodea, proceso ilustrado magnánimamente en la escena temporalmente más condensada de la historia del cine, en Odisea del Espacio 2001 de Stanley Kubrick, en la que cierto homínido hace volar un hueso por los aires girando hasta convertirse en una nave espacial, proceso que representa el dominio sobre lo material, el proceso de instrumentalización humana de millones de años en tan sólo unos segundos.
Sin embargo lo que no se puede tomar, no se puede apuñar. Y al menos de momento el espíritu humano (en un sentido residual) no logra ser capturado por la ciencia, sino mediante lo “evidente”. Lo evidente es por lo tanto muy controversial. El mecanismo por el que lo evidente se hace objetivo es el lenguaje. El lenguaje objetiva lo subjetivo, y es allí donde ocurre un milagro físico: lo inmaterial se vuelve energía a través de ondas de sonido. La materia es energía en reposo: La materialización de lo inmaterial, la gramática y la morfología como física cuántica de lo inmaterial.
Y aunque parezca curioso que lo “evidente” sea subjetivo, quizás esto responda a la misma enseñanza de Sófocles, descrita por Diego Soto en el fragmento siguiente:
“La cristiandad ha hecho de la oscuridad algo no deseable para la colectividad; cuando la ausencia de luz desde la visión de Sófocles es una postura deseable, pues es un mejor ver. Sin embargo las religiones insisten en ser vistas a toda luz. De ahí el viejo binomio luz-oscuridad.” (Soto, 2011).
De este se desprende que la verdad no existe en singular. Los filósofos parecen entonces trabajar su “evidente” particular, en un mundo en el que el cristianismo se ha encargado de vender la universalidad del mundo. El filósofo en esencia (entendido como aquel que duda la vida) es el único cuerdo en un mundo que ha perdido el raciocinio, un cuerdo en un mundo de locos, en el que estos tienen una desgraciada posición, pues políticamente hablando, allá donde pueden pensar no tienen qué comer, y allá donde pueden comer no se les permite pensar (abiertamente).
Es así que las definiciones de lo no operacionalizable tienen una utilidad metodológica y teleológica. El conocimiento puede obtenerse unificando o dividiendo. El pensamiento oriental en filósofos como Lao Tsé es un buen ejemplo de conocimiento a través de la unificación, contrariando al arquitecto del espíritu occidental: Aristóteles.
Si para Aristóteles algo “es” o “no es”, para Lao Tsé algo puede “ser y no ser” al mismo tiempo. Sin embargo el pensamiento oriental no se caracteriza por su tendencia a la división, de lo que la definición es una manifestación.
Sin embargo, la definición, al igual que el vocabulario, sirve para hacer el pensamiento más concreto, y se vuelve una herramienta útil para “los cuerdos” aunque quizás no necesaria. Lo evidente puede establecerse oriental ú occidentalmente, y en el segundo caso, la definición se vuelve fundamental, así que se constituye en la principal herramienta metodológica. Y en cuanto a la finalidad de la definición, esta responde a una necesidad de cordura; a una teleología de la oscuridad.
II Parte, La Mente
“Puedo imaginarme clara y distintamente que el espíritu exista sin la materia. Lo que uno puede imaginar clara y distintamente es al menos, por principio, posible. Así, pues, es al menos posible que el espíritu exista sin la materia. Si es posible que el espíritu exista sin la materia, espíritu y materia han de ser entidades diferentes. Puesto que espíritu y materia han de ser entidades diferentes, en consecuencia el dualismo es cierto.” René Descartes.
La premisa “lo imaginable es por principio posible” consiste en el punto neurálgico sobre el que se basa el razonamiento anterior. Sin embargo, el verdadero error (de Descartes) radica en “equiparar” dos verbos distintos; el “ser” con el “poder ser”: “si es posible que el espíritu exista sin la materia, espíritu y materia HAN DE SER entidades diferentes.
Paralogismo que desenlaza en una inferencia inválida; con un dualismo sin embargo, que sigue en el imaginario colectivo de hoy en día. No estamos seguros de si hay algo llamado espíritu, y si lo hay, no sabemos si equivale a materia o en qué medida.
Somos materia, átomos que se mantienen unidos por una situación desconocida aún por la ciencia. Ya lo decía Bill Bryson; “Lo único especial de los átomos que te componen es eso, que te componen. Y esa es por supuesto, la incógnita de la vida.” (Fragmento correspondiente a la introducción del libro Una breve historia de casi todo (Editorial Océano) del inglés Bill Bryson, por el que ganó el famoso premio Aventis para libros de ciencia en el 2004.) (Bryson, 2004)
Sin embargo, estamos compuestos por mucho más de lo vemos. No podríamos ser nosotros sin las bacterias que llevamos por ejemplo. Así que, hasta qué punto estas son parte de nosotros? Qué es “nosotros”?
Si somos llanamente materia, debemos entonces tomar una postura fenomenológica y decir; yo soy nada (?). La materia no responde preguntas, es una “consciencia” quien lo hace, por ello Hegel pensaba que el ser humano es la forma que tiene el universo de comprenderse a sí mismo.
Sin embargo con “mente”, debemos necesariamente referirnos a algo más que los átomos que nos conforman, pues como antes dije, los átomos no pueden responder preguntas. Quiero decir, que la pregunta “Quién soy yo?”, sólo puede ser respondida por ideas, por nociones y conceptos, todo lo cual no es material.
La materia no puede comprenderse a sí misma, para ello es necesario algo que no es exactamente ella misma, lo cual está necesariamente presente en la mente, cual es el resultado de la actividad que hace un órgano del cuerpo.
Por ello, aquellos “organicistas” que no “creen” en la mente, deberán acogerse al existencialismo fenomenológico y responder la pregunta de este ensayo con “una nada”. Yo por el contrario, reconozco la existencia de la mente en cierto sentido; he de explicarme a continuación.
Decir que uno es “nada” es debatible, pues, pareciera ser que toda “nada” es algo (al menos conceptualmente). Es así que si las ideas existen, entonces la nada no existe, y, si éstas no existen, entonces la nada existe. Sin embargo, decir que la nada “existe”, es una contradicción, un imposible. Por lo tanto es lógicamente imposible que la nada exista, así como el vacío tampoco, siendo la física cuántica la que se ha encargado de demostrar esto último con el continuo descubrimiento de partículas subatómicas cada vez más pequeñas conforme al pasar de los años.
La “nada” y el “vacío” podrían incluso ser nociones distintas (no quisiera ser negligente), sin embargo, el hecho de que el vacío no exista en el universo, me parece un excelente indicio de que la “nada” tampoco. Pienso que todo existe, al menos en cuanto a una “noción”. E incluso el cogito ergo sum podría argumentarse de manera análoga; “pienso luego (por lo tanto) las ideas existen.” Aunque hemos de tener cuidado de no incurrir en un “Post hoc, ergo propter hoc”, el hecho de que pensar sea una prueba de mi existencia, no significa que puesto que pienso el espíritu antecede a la carne.
Es decir, el cuerpo antecede al espíritu (mente), pero es hasta el momento en que la mente aparece, que el “ser” se constituye. Si ya era materialmente, no soy más que materia hasta la aparición de la mente que vendrá a conformar la unidad del yo en un solo acto.
Por ello es, que inevitablemente, se debe llegar a la conclusión de que “yo” soy ambas, aunque resulte trillado. Soy por lo tanto, una idea(s) contenida(s) en materia, o materia albergante de ideas.
Sin embargo, ahí no acaba todo. Como hemos visto, la definición propia ha de surgir de lo mental. Y es entonces cuando nos encontramos con la subjetividad de frente. Qué pensamiento, noción, ó idea tengo yo acerca de las ideas, pensamientos ó nociones que me constituyen?
El pensamiento surge en estrecha relación con la materia gris, a partir de lo que los neurólogos llaman circuitos locales en donde se puede atribuir las funciones cerebrales. Estos en conjunto con otros circuitos, forman “sistemas”. Tomado del Error de Descartes, (Damasio, 1995).
En mi caso, pienso que la mente humana está constituida por tres dimensiones producto de la función del cerebro; cuales son “lo causal-funcional” (constituído por tendencias humanas; como la tendencia hacia el poder, la tendencia hacia el placer, hacia la autoconservación, hacia el sentido en las cosas, entre otras, además de estar acá también el “ello” psicoanalítico); “lo ideal” (ahora en un sentido de “deber ser”, y que abarca el contenido axiológico, el cual podría ser equivalente al “súper yo” freudiano) y “lo racional” (que albergaría el “yo” psicoanalítico). Diría que en términos psicoanalíticos esta estructuración es abarcada (y quizás equivalga) a las instancias y al aparato psíquico.
Es decir, gracias a que las neuronas son una excepción del universo, podemos considerar que somos lo que vemos en el espejo. Un interesante ejemplo en la filmografía de este aspecto último, es el que encontramos en lo que sería la obra maestra análoga rusa de Odisea en el Espacio 2001 en plena guerra fría; “Solaris” de Andrei Tarkovsky, película en la que encontramos una situación particularmente escalofriante: Una neblina en un planeta lejano (bueno, cuál planeta no lo es?) cuyas partículas tienen la sacra y excepcional cualidad de transformar lo inmaterial en material. Ambas películas tratan sobre la “objetivación”, en una de lo material y en otra de lo existencial, de manera curiosamente estereotipada para ambas culturas (americana-materialista y rusa-existencial respectivamente).
Recapitulando:
No hay mente sin cuerpo, sin embargo el “ser” comienza con la simultaneidad de ambas, de ahí la unidad del yo.
Las neuronas son una especie de partículas divinas, una excepción universal.
La nada es imposible tanto científica, como (fenomeno)-lógicamente, por lo que (de momento) parece imposible negar el plano mental.
Lo inmaterial existe, aunque sea en cuanto a noción.
La mente surge producto de la actividad cerebral, es decir, la mente es lo que el cerebro hace, lo que corresponde a una definición funcional, más no constitutiva. Esta última es subjetiva, fue externada en mi caso, y como conclusión no viene al caso.
No se puede ubicar lo que no existe materialmente, por lo tanto la mente no está situada.
Si la mente es materia, esto se debe a que está fuera de la capacidad receptiva del “ojo prometeico”.
Entonces, debería existir una diferencia entre enfermedades del cerebro y enfermedades de la mente? Debería existir el concepto enfermedad mental? Debería la esquizofrenia por ejemplo, denominarse una enfermedad del cerebro? Puede el contenido (mente) estar enfermo (alterado para mal)? Si la mente es la función que el cerebro hace, y si la función está dañada, entonces lo enfermo debe ser el cerebro, y no el producto final (mente)? Estas preguntas serán respondidas en la tercera y última parte. Antes, en la primera parte, han quedado tres preguntas condicionadas de respuesta por la consecución del segundo apartado que ha llegado a su final:
S. Si se está enfermo de lo mental, es comprobable?
Estar enfermo del contenido es algo controversial de igual forma. Puesto que el contenido es valorativo, valoraciones calificando negativamente otras valoraciones da como resultado una imposición, una relación de poder, quién dice qué es sano y qué insano?
Es decir, o la cuestión de la enfermedad mental se vuelve una discusión moral (qué contenido debe considerarse enfermo?) o se vuelve una cuestión política, en donde el término “adaptado” suena tan espeluznante como “terrorismo”, constituyendo un sesgo residual por medio del cual el poder actúa (qué desean las esferas de poder que se considere “enfermo”?), o ambas cosas, porque tal cosa no existe objetivamente (la enfermedad mental). Es decir, ante todo la persona tiene su voluntad personal, por lo que la difícil pregunta es hasta dónde podemos conocerla para saber hasta qué grado es incapacidad?
Sin embargo sucede lo mismo en la sintomatología mental que en la médica: Hay casos que muestran ser descorazonadamente evidentes y crueles, pero es cuando se tratan de definir cuando se empieza a dejar de saber qué es, paradójicamente. De nuevo: LO EVIDENTE PARA LO INVISIBLE.
La incapacidad en el plano mental es igual al dolor en lo orgánico, debemos confiar en el paciente (hasta cierto punto) mientras que el dolor en lo “espiritual” es demoledoramente evidente.
S. Qué papel juega lo evidente entonces?
Entiéndase que la respuesta a la pregunta anterior es “no”. Lo evidente no es asequible a la razón humana, sino al espíritu humano. Es emoción, es humanidad (diferente a humanismo que no tiene nada que ver con este ensayo). Es límbico, y la emoción es tan fuerte que le creemos antes que a la razón.
Esto quizás significa algo muy grave desde el punto de vista de la ciencia y las disciplinas científicas: Que los psicólogos somos parte gurúes, y parte científicos por igual, un fiel reflejo de lo que estudiamos (alma y razón). La psicología no es disciplina solamente, es liturgia también, por más aversivo que nos suene a algunos. El papel de lo evidente es entonces, poner la ciencia al servicio del alma humana; poner la disciplina al servicio de la plenitud.
S. Es definible?
En cuanto a la acción misma, evidentemente lo es, aunque siempre encontrará su vaguedad. Sin embargo teleológicamente responde a una necesidad (de cordura).
De acá, nos vamos a la tercera y última parte del ensayo.
III Parte, La Enfermedad Mental
“El análisis es bueno como instrumento de progreso y de civilización, bueno en la medida en que destruye convicciones estúpidas, disipa prejuicios y busca autoridad; en la medida en que libera, afina, humaniza. Es malo en la medida en que impide la acción, o perjudica las raíces de la vida.” La Montaña Mágica, Thomas Mann (“Settembrini”).
Hemos llegado a la conclusión de que la enfermedad mental es una sintomatología subjetiva (no demostrable). Los criterios técnicos frecuentes para su establecimiento, suelen hacer referencia a condiciones de daño o menoscabo del intelecto o moral, cognición o manejo del afecto dañadas o menoscabadas, la falta de conciencia de las limitaciones individuales y habilidades propias, desadaptación, o el menoscabo interpersonal.
Todos los anteriores rubros representan criterios estadísticos que no podrían ser más que un marco de orientación clínica. Anteriormente en el primer apartado, al intentar establecer una definición coloquial sobre enfermedad, concluí que establecer la opinión general al respecto sería un proyecto hartamente difícil, altamente impreciso y con poco valor para este ensayo (no así para la educación poblacional y la promoción de la salud). Si establecer una definición o noción estadística de un concepto como enfermedad tiene este elevado nivel de dificultad, cómo obtener, con mucha más razón estadísticos poblacionales respecto al menoscabo intelectual con la ardua tarea que conllevan mediciones de este tipo. Cómo evaluar un menoscabo moral de la población costarricense mayor de edad? Cómo operacionalizarlo? De igual forma con aspectos relacionados al afecto, cognición, falta de conciencia de las limitaciones, desadaptación, etc?
Es decir, la enfermedad mental no puede determinarse con exactitud en un individuo. Por ello existirá siempre un importante nivel de discrecionalidad en el diagnóstico. Con base en esto, deberíamos actuar nosológicamente?
Quizás deberíamos en el tanto el agrupamiento de síntomas comunes para diversas manifestaciones facilita el método para recobrar la felicidad (salud mental) del individuo. Sin embargo deberíamos ser conscientes en todo momento de las limitaciones de la psicología clínica.
De igual forma deberíamos estar al tanto de los riesgos, en el tanto cualquier profesión u actividad, por un principio económico, debe “crear” y preservar necesidades para seguir existiendo. Pasa con la medicina, que a mayor cantidad de enfermos, mayor cantidad de gastos en el sector salud, y a mayor cantidad de gastos mayor producto interno bruto como un aspecto macroeconómico. Es decir, a mayor cantidad de enfermos, mejor la economía.
De ahí la precaución respecto a los manuales diagnósticos, que por otro lado, podrían fungir como un instrumento de manipulación de los grupos de poder;
“Cuando se consigue que la gente crea en lo irracional, se puede conseguir que cometan atrocidades”. Charles Louis de Secondat, conocido como Barón de Montesquieu.
Especial cuidado se debe prestar al asunto de la “adaptación” en una sociedad cuyos principios rectores son la competitividad, el consumo, y prácticas empresariales que rayan en la psicopatía, rasgo característico de las personas que rigen la edad globalizada: estas son las personas jurídicas, o sociedades anónimas.
En cuanto a la utilización del binomio, en lo personal prefiero no utilizarlo. Pareciera ser una manifestación más del complejo de inferioridad del psicólogo respecto al médico. El cuerpo es objeto de enfermedad, la mente es otro asunto. Y si existe una “enfermedad mental” esta debería empezar por incluir el que en mi opinión sería el criterio diagnóstico más importante de todos, la falta de sensibilidad hacia cualquier forma de vida en todas sus manifestaciones, que es la más clara de las enseñanzas de la historia humana, para la cual la adquisición de sensibilidad ha sido un camino progresivo (aunque desgraciadamente demasiado lento).
Muestra de ello es Hegel: “La felicidad son las páginas blancas de la historia”.
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