27/11/2025
Me llamo Lucero, tengo 26 años, y soy maestra de 4° grado en una escuela privada. Lo que viví con uno de mis alumnos me enseñó la lección más importante de mi carrera... 📚
Al inicio del ciclo escolar llegó a mi grupo un niño llamado Manuel. Desde el primer día me di cuenta de que algo pasaba. No podía estar sentado ni cinco minutos seguidos. Se levantaba constantemente, caminaba por el salón, tocaba todo lo que estaba a su alcance. Y de repente, sin razón aparente, se ponía a llorar desconsoladamente. 😢
Además, Manuel no hablaba bien. Se le trababan las palabras, no podía pronunciar correctamente algunos sonidos, y cuando se emocionaba o se ponía nervioso, se le dificultaba aún más expresarse. Esto hacía que muchas veces los otros niños no le entendieran o se burlaran de cómo hablaba.
Los otros maestros me advirtieron: "Ese niño es terrible", "es malcriado", "sus papás no lo educan". Pero lo peor era ver cómo sus compañeros lo trataban. "Manuel el loco", le decían. "¿Por qué hablas así raro?", se burlaban. "No te entendemos nada", lo rechazaban cuando intentaba participar en las actividades. 😔
Manuel llegaba todos los días más triste. Había días que no quería ni salir al recreo porque sabía que lo iban a molestar. Los otros niños hasta le hacían bromas pesadas: le escondían sus útiles, le movían la silla cuando se iba a sentar, le gritaban "¡ahí viene el tartamudo!" cuando entraba al salón.
Pero lo más injusto de todo era que cada vez que pasaba algo malo en el salón, automáticamente culpaban a Manuel. Si se perdían los marcadores, "fue Manuel". Si alguien rayaba una banca, "fue Manuel". Si se rompía algo durante el recreo, "Manuel lo hizo". Y por más que él llorara tratando de explicar con su forma de hablar que no había sido él, nadie le creía. 😭
Yo intenté controlar la situación siendo más estricta. Le gritaba a Manuel cuando se levantaba. Lo castigaba cuando lloraba. Regañaba a los otros niños cuando lo molestaban. Pero nada funcionaba. La situación empeoraba cada día.
Los papás de los otros niños empezaron a quejarse. "¿Por qué ese niño interrumpe la clase?", "mis hijos se distraen con sus berrinches", "pagamos colegiaturas muy altas para que nuestros hijos tengan una educación de calidad, no para que aguanten a un niño problemático".
La directora me llamó a su oficina. "Maestra Lucero, tenemos una situación delicada. Hemos recibido múltiples quejas de padres de familia respecto al comportamiento disruptivo en su aula. Como institución educativa, debemos mantener un equilibrio entre atender las necesidades individuales de cada estudiante y preservar el ambiente de aprendizaje del grupo. Los padres de Manuel han sido muy puntuales con sus obligaciones financieras y muestran compromiso con la escuela, por lo que no podemos simplemente sugerir un cambio de plantel. Sin embargo, tampoco podemos permitir que otros padres consideren retirar a sus hijos por esta situación. Necesito que usted maneje esto con discreción profesional y encuentre una solución efectiva que beneficie a todos los involucrados."
El mensaje era claro: tenía que resolver el problema sin perder estudiantes, pero sin el respaldo real de la administración. 😤
Me sentí completamente sola y sin apoyo. No sabía qué hacer. Manuel sufría bullying todos los días, yo estaba estresada, y la directora solo pensaba en mantener la estabilidad financiera de la institución.
Un día Manuel tuvo la crisis más fuerte que había visto. Los niños habían roto el lápiz de colores favorito de una compañerita y le habían dicho a la maestra de educación física que había sido Manuel. Cuando la maestra lo regañó frente a todos y le dijo que llamaría a sus papás, Manuel se tiró al suelo gritando con su hablar entrecortado que él no había hecho nada, que siempre le echaban la culpa de todo, que ya no quería venir a la escuela porque todos lo odiaban.
Esa tarde hablé con mi hermana, que es psicóloga. Le conté todo: el comportamiento de Manuel, sus problemas del habla, el bullying, la presión de la directora. Ella me escuchó y me dijo: "Lucero, ese niño tiene síntomas de TDAH - Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Y probablemente también tiene algún trastorno del lenguaje. No puede controlarse, necesita ayuda especializada. Y el bullying está empeorando todo."
Mi hermana me explicó que algunos niños tienen el cerebro que funciona diferente. No pueden concentrarse fácilmente, necesitan moverse para pensar mejor, y se frustran mucho cuando no logran hacer las cosas como los demás. Además, los problemas del habla pueden hacer que se sientan aún más aislados.
"La directora no te va a apoyar realmente porque su prioridad es la institución, no los casos individuales. Pero tú puedes hacer la diferencia. Cambia tu estrategia", me dijo.
Al día siguiente llegué decidida a hacer las cosas diferentes. En lugar de regañar a Manuel cuando se levantaba, le dije: "Manuelito, ¿necesitas caminar un poquito? Está bien, ve por un vaso de agua y regresa".
Cuando empezó a llorar, me acerqué y le dije suavemente: "¿Qué sientes, Manuelito? Cuéntame qué pasa". Con paciencia esperé a que me explicara con su forma de hablar. Él me dijo entre sollozos: "Mae...maesta, es que no puedo... no puedo hacer las cosas como los otlos niños. Y siemple me echan la culpa de todo aunque yo no haya hecho nada". 💔
Se me partió el corazón. Este niño de 9 años no solo batallaba con su hiperactividad y sus problemas del habla, sino que además era el chivo expiatorio de todo el grupo.
Hablé en privado con cada uno de los niños que molestaban a Manuel. Les expliqué que Manuel tenía condiciones especiales que lo hacían diferente, pero que eso no significaba que fuera malo o menos valioso. "Manuel es muy inteligente, solo que su cerebro y su forma de hablar funcionan diferente. ¿Cómo se sentirían ustedes si todos se burlaran de algo que no pueden controlar?" les pregunté.
También implementé un sistema de "detectivos de la verdad". Cada vez que pasaba algo en el salón, teníamos que investigar realmente qué había pasado antes de culpar a alguien. "Manuel no es culpable hasta que tengamos pruebas", se convirtió en nuestra regla.
Le puse a Manuel una pelota anti-estrés en su pupitre. Le permití levantarse cada 15 minutos. Creé un "rincón de la calma" donde podía ir cuando se sintiera abrumado.
Hablé con sus papás y los convencí de llevarlo con un especialista y también con una terapista del lenguaje. Al principio se resistieron, pero cuando les expliqué todo lo que estaba pasando, accedieron.
El neurólogo confirmó que Manuel tenía TDAH severo, y la terapista del lenguaje detectó que también tenía dislalia. Le recetaron medicamento, y la diferencia fue increíble. ✨
El doctor nos explicó: "No todos los niños con TDAH necesitan medicamento. Algunos pueden manejarse solo con terapias y técnicas conductuales. Pero en el caso de Manuel, sus síntomas son severos y el medicamento es necesario para que pueda funcionar en su día a día. Probablemente lo necesite por varios años, tal vez hasta la adolescencia o más, dependiendo de cómo evolucione. Pero esto le va a dar la oportunidad de desarrollarse normalmente y sentirse seguro de sí mismo."
Los días que Manuel tomaba su medicamento era otro niño: se podía concentrar, estaba más calmado, participaba mejor en clase, y hasta su forma de hablar mejoraba porque se sentía menos ansioso. Pero los días que se le olvidaba tomarlo o sus papás decidían no dárselo, regresaba todo: la hiperactividad, los berrinches, la frustración, la dificultad para hablar. Era como si fuera dos niños completamente diferentes.
"Maestra", me dijeron sus papás después de unas semanas, "ahora entendemos que Manuel realmente necesita su medicamento. Es como si fuera su herramienta para poder ser el niño inteligente y dulce que siempre ha sido por dentro. Y entendemos que esto no es temporal, sino algo que lo va a ayudar por mucho tiempo." 👨👩👦
La transformación fue increíble. Cuando los otros niños entendieron que Manuel no era "raro" sino diferente, dejaron de molestarlo. Y lo más importante: dejaron de culparlo automáticamente por todo lo que pasaba. Incluso empezaron a tener paciencia cuando él quería participar.
Manuel empezó a sentirse aceptado. Sus crisis disminuyeron. Con su medicamento, terapia del lenguaje y comprensión, mejoró muchísimo. 🌟
La directora nunca preguntó cómo lo había resuelto. Solo le importaba que ya no hubiera quejas de padres. Pero yo sabía que había hecho lo correcto.
En el festival de fin de cursos, Manuel participó en una obra de teatro. Sus compañeros lo apoyaron y aplaudieron más fuerte cuando él salió al escenario, y esta vez pudo decir sus líneas mucho más claramente. 🎭
Después me abrazó y me dijo: "Maestra Lucero, gracias por creer en mí. Gracias por ayudarme a entender que no soy malo, solo diferente". 🤗
Sus papás lloraron: "Maestra, usted le devolvió la confianza a nuestro hijo. Ahora sabemos que con su medicamento y nuestro apoyo, Manuel puede lograr todo lo que se proponga".
Hoy Manuelito es un niño completamente diferente. Toma su medicamento religiosamente, su habla ha mejorado mucho con terapia, tiene amigos, y sobre todo, sabe que es valioso tal como es. Sus papás entienden que el medicamento no es algo de lo que avergonzarse, sino una herramienta que su hijo necesita para tener éxito en la vida. 🙌
A veces los directivos tienen que pensar en la institución como negocio. Pero nosotros los maestros tenemos el poder real de cambiar vidas. Cuando el sistema administrativo no puede apoyar, nosotros podemos ser la diferencia.
Cada niño merece ser entendido, protegido y tratado con justicia. Especialmente aquellos que son diferentes y necesitan un poquito de ayuda extra para brillar. 💙