31/10/2025
En las últimas semanas, mientras he hablado sobre historias, imaginación y control, he estado cerca una idea que me sigue apareciendo: la curiosidad.
Al igual que la imaginación, solemos convertir la curiosidad en una cosa infantil, en algo propio de los niños, inmaduro.
Y en el mundo actual, donde se valoran la productividad, la optimización y la certeza como si fueran necesarias y verdaderas, la curiosidad se queda fuera.
Pero, ¿y si dejáramos que esos momentos de asombro regresen a nuestra vida?
¿Y si volviéramos a hacer preguntas, como ese niño insistente que no deja de preguntar “¿por qué?”?
¿Qué podría abrir eso dentro de nosotros?
¿A dónde podría llevarnos?
¿Cuándo fue la última vez que te permitiste seguir una pregunta solo por el placer de hacerlo, sin que tuviera que ser útil?
Vamos a ponernos curiosos, juntos, y seguir este sendero retorcido de la curiosidad para ver adónde nos lleva.
El mito ya nos advirtió: la curiosidad es peligrosa.
¿Se acuerdan de Pandora? Ella sintió curiosidad.
O de Orfeo, que se volteó, y por eso perdió a Eurídice.
O de Eva, una de mis favoritas: también fue “demasiado curiosa”.
¿Pero lo fue realmente?
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